“Me da igual la puta ideología. Yo estoy acá porque no entiendo de política", dispara Ricardo entre tantas frases brutales, mientras reclama incorporarse a un partido que le garantice el triunfo en las elecciones presidenciales. Obra escrita en 2005 por la dramaturga española Angélica Liddell, y basada en la célebre tragedia Ricardo III, de William Shakespeare, El año de Ricardo se transforma en escena en un potente ensayo político que desmenuza la esencia de los sistemas de gobierno totalitarios.
Con las interpretaciones de Horacio Marassi, Alejandro Vizzotti y Magdalena Huberman, y la dirección de Mariano Stolkiner, la puesta es además en su versión local el único estreno teatral en el marco de la reciente reapertura de algunas salas. “Para quienes vivimos de esto, hacer teatro otra vez es volver a vivir”, dice Stolkiner, quien además está al frente del espacio El Extranjero (Valentín Gómez 3378), donde se realizan las funciones que continúan los próximos 17, 18 y 19, a las 20 horas.
Los protocolos en la sala independiente del Abasto son rigurosos. En la entrada, y luego de un control de temperatura, cada espectador completa una declaración jurada donde debe confirmar que no tiene síntomas de Covid-19. La espera se realiza en la vereda con distanciamiento, y el ingreso se organiza según la ubicación de las butacas preparadas para un máximo de 16 espectadores. Y los cuidados se cuelan también en la función, donde los actores desinfectan el micrófono cada vez que dejan de usarlo.
“En esta instancia, ir al teatro es mucho más que ver una obra. Y por momentos el hecho artístico queda relegado a un segundo plano respecto de lo que nos está sucediendo. Por supuesto que uno preferiría estrenar en una situación más tranquila en la que la gente se pueda concentrar exclusivamente en la obra, pero también está bueno que se dé así. Para nosotros es muy emocionante y es una bocanada de aire poder presentar este nuevo trabajo”, comenta el director.
La idea de llevar a escena la pieza de Liddell apareció en 2015, y los ensayos comenzaron un año más tarde. Y recién para abril de este año estuvieron dadas las condiciones necesarias para llevar a cabo el estreno, pero la cuarentena decretada a mediados de marzo frustró los planes. Finalmente, y contra todos los pronósticos, El año de Ricardo pudo subir a escena, y con todos los condimentos que caracterizan al teatro alternativo. Con una puesta en escena que combina multimedia y música en vivo, la apuesta principal es una invitación a pensar acerca de los límites a los que puede llegar el poder cuando se gobierna para los intereses de una minoría. “De todo lo que dirigí, esta obra es la más difícil. Y desde la primera lectura me interesó, porque plantea todo lo que me interesa decir con el teatro. Es una dramaturgia feroz, cruda, que interpela de una manera muy directa al espectador desde un lugar en el que la incomodidad es parte del discurso y de ese ritual de encontrarse alrededor del teatro”
-Precisamente, el texto es de una crudeza muy movilizante. ¿Qué reflexiones te generó trabajar con este material?
-A medida que fui escuchando el texto junto con los actores, nos dimos cuenta de que el personaje de Ricardo no deja a salvo a nadie, porque en muchos momentos su discurso repulsivo nos interpela de una manera que nos hizo ver que en este texto no se trata simplemente de hablar de un villano sino también de la sociedad en su conjunto. Y a su vez, entendimos que este personaje dice algunas cosas en las que tiene razón respecto de cómo nos conformamos nosotros frente a quienes nos gobiernan y de cuáles son las motivaciones que nos llevan a elegir a determinados candidatos. Por eso esta obra cuestiona a todo el mundo: a la clase alta, a la clase media y a la clase trabajadora. Y revela además cómo los niños terminan siendo los más desfavorecidos con las decisiones que tomamos los adultos. La obra no justifica en ningún caso al protagonista, pero sí lo pone en un contexto social que explica la razón de su existencia. Por eso, hubo una batalla interna a lo largo de los ensayos, porque había ocasiones donde el personaje se justificaba más, pero a su vez nosotros entendíamos que no podíamos justificar a ese déspota.
-Además es un personaje que reivindica la antipolítica, un paradigma que en los últimos tiempos va ganando terreno en la región y en el mundo.
-Sí. Cuando empezamos los ensayos, vimos que la temática era muy actual porque advertíamos que empezaban a aparecer movimientos en Latinoamérica y gobiernos nuevos con personajes como el de Ricardo, outsiders de la política y vinculados con el mundo empresarial, y que llegaban con un discurso de salvataje pero buscando un beneficio propio. Angélica, en este sentido, es humanista y anarquista, y desde esa posición también cuestiona con este trabajo al sistema democrático. No porque esté a favor de los golpes, sino porque pone en cuestión a las democracias que tenemos que, de cierta forma, favorecen la llegada al poder de tiranías escondidas detrás de buenos modales y de supuestas buenas intenciones.
-Una suerte de advertencia acerca de las trampas del sistema…
-Sí. Angélica todo el tiempo nos está diciendo que estemos atentos, que no nos dejemos engañar y que no dejemos que nos vendan espejitos de colores. Nos pide que ejerzamos el poder que tenemos, y que no pensemos sólo en lo inmediato sino en lo que queremos para construir un mundo mejor para quienes lo habitamos.
-¿Qué significa poder estrenar una obra en este contexto?
-Por un lado, se siente una satisfacción muy grande de haber podido concretar este proyecto. En nuestro caso, tuvimos la ventaja de que somos un equipo de trabajo que venimos trabajando desde hace mucho tiempo, y teníamos el deseo de poder hacer la obra independientemente de las circunstancias que estábamos atravesando. Por eso nunca nos detuvimos. Desde el minuto cero en el que se declaró la cuarentena, seguimos trabajando, primero por Zoom y después de forma presencial cuando se pudo, pensando siempre que en algún momento llegaría la posibilidad de estrenarla. Pero por otro lado, a la par de esto, hay un sabor amargo por lo que está transitando el teatro, sobre todo el independiente, porque la gente que interviene en este circuito no tiene un resto económico para subsistir. La costumbre es compartir cartelera con esa amplia y nutrida posibilidad de espectáculos que hay, y la soledad de ser la única obra estrenada se siente y genera angustia por los compañeros y compañeras que en estos momentos no tienen aún la oportunidad de llevar adelante sus trabajos. La sensación es ambivalente.