Allá lejos en el tiempo, siglo XIX, decía la deslumbrante Maria Mitchell, primera astrónoma estadounidense en descubrir un cometa, que se necesitaba imaginación en la ciencia, belleza y poesía. Llamaba a que las mujeres todo lo cuestionasen, y pusieran en marcha el motor de la duda para arribar a hallazgos, porque solo así sus mentes trabajarían sin restricciones. Máximas perfectamente trasladables a la vida y la obra de la eximia astrofísica argentina Gloria Dubner, que ha dedicado su carrera científica íntegramente al estudio de un fenómeno decididamente apasionante: las supernovas.
O sea, el fin violento de aquellas estrellas que, en vez de apagarse apaciblemente, estallan en forma catastrófica, arrasando ferozmente con lo que encuentran en derredor. Sobre esta muerte tan colosal, tan devastadora, y lo que viene después, trata Supernovas: el espectacular fin de las estrellas (Paidós, 2020). Un subyugante libro donde Dubner, con pasión tangible y paciencia de orfebre, vuelve accesible al público general los saberes acerca de uno de los eventos más repentinos y brutales del universo, desmitificando el prejuicio de habitar una torre de marfil que aún se le asigna a las ciencias duras.
“He recibido cartas muy lindas de, por ejemplo, maestras de escuela, que me han invitado a charlar con sus alumnos por Zoom. Estoy encantada, muy sorprendida por las repercusiones que está teniendo este libro que me inaugura en este estilo de publicación, tan distinto a los artículos que suelo escribir para revistas científicas”, ofrece la ex directora del Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE), oriunda del norte entrerriano (Chajarí, para más info). Reconocida mundialmente por sus significativos aportes a la astronomía y por su trabajo en favor de la equidad de género en ciencia y tecnología (que le han valido que un asteroide lleve su nombre, ni más ni menos), Gloria Dubner conversa con Las12 sobre explosiones estelares, agujeros negros, galaxias vecinas, otros planetas habitables, la situación actual de las mujeres en el campo, entre otros tópicos imperdibles.
La mayoría de las estrellas del universo se va enfriando y apagando lentamente ¿En qué circunstancias se produce una supernova?
- Una estrella es básicamente una bola de gas que genera su propia energía. Por la gravedad, tiende a colapsar y caer hacia el centro, pero esa misma caída inicia una serie de reacciones nucleares, que son las que la hacen brillar y la mantienen en equilibrio. Le agregan unos años más de vida, digamos, creando una fuerza que empuja hacia afuera y frena la gravedad. Es un proceso que se va repitiendo constantemente hasta que -en un momento- a la estrella se le acaba el combustible. Entonces se da el colapso final, entonces explota. Esto sucede cuando es muy gorda, de un tamaño que supera 8 veces la masa solar. También hay una circunstancia física en la que una estrella pequeña llega a supernova: cuando la enana blanca está muriendo tranquila pero tiene una compañera binaria que se expande como gigante roja (de superficie fría y un gran radio), y la ataca. La gemela, que le estaba orbitando alrededor, le arroja masa y la despierta con una explosión termonuclear que arrasa con todo. Estas son las supernovas de más energía, más brillo; las explosiones son mucho más catastróficas. Son tan brillantes, de hecho, que se usan para explorar los confines del universo.
¿Es posible que resplandezcan durante días, incluso meses?
- Sí, al momento de explotar, brillan como miles de millones de soles juntos en un mismo punto. Brillan más que la suma del brillo de todas las estrellas de la galaxia donde ocurrió la explosión. Y perturban muchísimo el medio que las rodea. Es tanta la energía que se pone en juego, que se producen fenómenos extrañísimos: se aceleran partículas, nacen átomos nuevos, se crean moléculas orgánicas e inorgánicas, también rayos cósmicos… Aparecen burbujas que se van expandiendo a miles de kilómetros por segundo, y van atropellando todo lo que hay alrededor, alterando la física y la química del gas interestelar. ¡Burbujas enormes!, la luz puede tardar hasta 100 años en ir de un borde al otro… En una época se decía que la supernova originaba la formación de estrellas nuevas, pero -como explico en el libro- llegamos a la conclusión de que la fuerza con la que se expande es tan intensa, que en vez de hacer que el gas alrededor se agrume amigablemente, lo destruye. La paliza es demasiado brutal como para mantener entes que empiecen a girar sobre sí mismos y así nazcan estrellitas.
¿La explosión es la causante de los agujeros negros?
- Los agujeros negros son restos de la explosión: la estrella se desprende de todas las capas externas y queda un núcleo compacto que implota, surgiendo el agujero negro. Se comprime tanto, aumentando tanto la densidad, que desaparece del espacio-tiempo y no sale nada de allí, ni siquiera la luz: de allí su nombre… Ahora se está descubriendo que hay explosiones que no atravesarían la etapa de resto de la supernova, sino que pasaría directamente de estrella a agujero negro.
¿La supernova es uno de los fenómenos más violentos que se conoce en la naturaleza?
- Así es, uno de los eventos energéticos más violentos del universo. Digamos que solo lo superan los núcleos de galaxias activas, donde hay cientos de miles o millones de agujeros negros en el centro, pero ya es toda otra escala.
¿Dirías que es uno de los grandes temas de la astrofísica?
- Sí, porque está vinculado a muchísimas cosas: la creación de átomos, la modificación del espacio, el origen de los rayos cósmicos… En astronomía, hay un montón de comunidades distintas, con diferentes especialidades, pero en algún momento, necesariamente, vienen a parar a la supernova. Los astroquímicos, por ejemplo, al ver cómo de pronto aparece una molécula nueva en el espacio. También los cosmólogos, que estudian la forma, el tamaño y la edad del universo, necesitan de la supernova para medir el propio universo, por su brillo. Quienes analizan el medio interestelar, o sea, cómo se comporta el gas entre estrellas, sí o sí tienen que meterse con los restos de supernovas. Lo mismo sucede con físicos y astrónomos que detectan rayos cósmicos -por caso, la gente del Observatorio Pierre Auger, en Malargüe, Mendoza-, porque ¿dónde empezaron esos rayos? Buena parte, en explosiones de supernovas.
¿Queda mucho por descubrir sobre supernovas?
- Infinito. Nunca está dicha la última palabra. Cada nuevo descubrimiento te hace rever el anterior, y puede que lo que afirmabas anteayer hoy no te sirva más. Imagino que sucede en todas las ciencias, pero en astronomía es muy fuerte, porque prácticamente no tenés observaciones in situ. Salvo ir a la Luna o a Marte y juntar muestras con una palita, o aprovechar los asteroides que te caen de regalo; el resto de estudios son a distancia. Así que conocés un poco, pero suponés mucho.
Entonces, ¿se trabaja con luz, y el resto es física pura?
- Sí. Los datos que te llegan del espacio son tu fuente de información, y después con la física tenés que darles sentido, una coherencia. Y a estos bichos, las supernovas, tenés que mirarlos bajo muchas luces distintas: en infrarrojo, en rayos X, en luz visible, en rayos gamma, en ondas de radio; desde la tierra, desde el espacio…
A principios de año, hubo una falsa alarma que tuvo al mundo astronómico en vilo: dado que el brillo de la estrella Betelgeuse, gigante roja de la constelación de Orión, había disminuido notablemente, se creyó que estaba a punto de convertirse en una supernova.
- Sí, puso a todos en alerta, la luz había decrecido mucho. Es una estrella que se monitorea seguido porque en algún momento va a explotar, pero lo que probablemente haya sucedido es que se desprendió de una capa externa de material y había polvo que la oscurecía…
De haber explotado Betelgeuse, ¿habría habido repercusiones en la Tierra?
- No, no en este caso. Una supernova por colapso gravitacional tiene que estar bastante cerca para que nos afecte. La otra -la de la compañera binaria, superluminosa- es tan energética que nos puede perturbar aún estando lejos…
¿Hasta qué punto nos podría afectar?
- ¡Pues haciendo que desaparezca la vida misma! Con un pequeño trozo de material estelar que nos llegue podría, por ejemplo, hacer un cráter, levantar tanto polvo que oscurezca el Sol por mucho tiempo; entonces mueren los vegetales, se extinguen los animales… Lo peor sería la radiación gamma, que puede destruir la capa de ozono y, con ella, todo lo que protege la atmósfera. Porque, fijate, si te saco una foto con una cámara, la luz llega hasta piel. Si lo hago con rayos X, atraviesa la piel, la grasa, los músculos, y veo tus huesos. Pero si irradias rayos gamma, traspasa todo y destruye los tejidos. Es lo que se usa -en forma focalizada y con muchísimo cuidado- para eliminar tumores. Si la irradiación llegase de una estrella, pasarían cosas muy locas, como que quedasen los edificios de pie, pero ningún humano o animal sobre la faz de la Tierra.
En el libro contás que al menos en cinco ocasiones hubo explosiones estelares probadas en nuestra galaxia: en los años 1006, 1054, 1181, 1572 y 1604. Y que los datos provienen de observaciones a ojo desnudo…
- Porque es un fenómeno que se destaca, más en la Antigüedad donde no había contaminación lumínica y los cielos eran mucho más oscuros. Donde ayer no había nada, de repente hay una luz nueva, importante: necesariamente tuvo que llamarles la atención. Lo que debería llamar nuestra atención es que hace 400 años que no vemos ninguna supernova en esta galaxia, cuando en otras suelen haber hasta dos o tres por siglo.
Una picardía que la última haya explotado poco antes de la invención del telescopio…
- ¡Apenas cuatro años antes de ese acontecimiento crucial!
¿Hay alguna hipótesis sobre por qué no estarían ocurriendo esas explosiones?
- No, porque la supernova es un hecho inesperado. En algún momento ocurre, pero no tenés forma de predecirlo. Sí hay indicios, como un flash de radiación gamma; si hay telescopios monitoreando o barriendo el cielo, ven ese flash y largan el alerta. Y tenés buenas candidatas, como Betelgeuse, que de seguir el mismo camino evolutivo, va a terminar explotando. ¿Qué día, qué año? Imposible decirlo.
A falta de supernovas en nuestra galaxia, se recurre a las de galaxias vecinas para la investigación. Desde la Tierra, ¿qué cantidad se puede ver?
- Claro, se mira afuera, se estudian familias vecinas. Se pueden ver muchísimas galaxias, cientos de miles. Debería fijarme en los catálogos más completos para decirte qué número se está manejando hoy día, porque hay censos nuevos del cielo; en la actualidad se descubren varios miles por año. El telescopio espacial Gaia está acumulando una enorme cantidad de datos.
Volviendo a las supernovas históricas, la principal fuente de información antes del siglo XVI proviene de China, según relatás en el libro. Desde el 200 antes de Cristo, se realizaron extensas observaciones de eventos celestes y sus descripciones son, por lejos, las más pormenorizadas.
- Sí, de allí llegan las mayores en cantidad, las más detalladas, con una precisión exquisita en cuanto a ubicación. A punto tal que si hoy, siglos o milenios después, apuntás el telescopio donde ellos marcaron la aparición de estrellas nuevas, están ahí. Vieron la luz de la explosión en 1006 y cuando, en 1960, se apuntó allí el telescopio, ahí estaba la nebulosa que había generado la supernova. Los chinos tenían una astronomía excepcional; eran observadores del cielo sin prejuicios, muy constantes y consecuentes. También los árabes, que volcaron la aritmética y el manejo geométrico al estudio de los cielos. A ellos les debemos el Almagesto, el catálogo estelar más completo de la Antigüedad, a partir de estrellas contadas y localizadas en el espacio a ojo desnudo, una auténtica maravilla.
En Occidente, en la Edad Media, la iglesia arruinó los avances durante el oscurantismo. La gente prácticamente no anotaba las variaciones porque eso contradecía la concepción aristotélica de que los cielos eran inmutables, supuestamente iba contra el dogma.
La supernova del año 1006, por ejemplo, la vio un monje de un convento de los Alpes, un poco rasante al estar él en el hemisferio norte y haber explotado la estrella en el cielo sur. Pero, por las razones que te decía, el registro es muy pobre. Muchas anotaciones quedaron ocultas. Por eso, en 1572, el danés Tycho Brahe sacudió tanto el piso: el rey le había hecho construir el observatorio Uranienborg (que significa “el castillo de Urania”, la musa de la astronomía), y con su instrumental descubrió una supernova y dijo: “Pero esta es una nueva estrella”. Es el primero, de hecho, en hablar de “nova”, él introduce el término. Si no estaba pasando en la atmósfera, si no era un relámpago de tormenta, entonces había que pensar algo más, ¿no?
Mencionás en tu trabajo que no han sobrevivido observaciones de supernovas del hemisferio sur que, dicho sea de paso, tiene a su alcance el centro de la galaxia, desde donde se ve toda la franja de la Vía Láctea.
- Da para preguntarte por qué no hay registros históricos del cielo sur si también había civilizaciones desarrolladas a las que no les era ajeno observar el cielo, aunque más no fuera para fijar los calendarios de cosecha. ¿No vieron ninguna supernova? ¿No les llamó la atención esa luminosidad tan inusual? Yo me lo dejo como pregunta, hay una rama de arqueoastronomía que seguramente pueda responder con información fidedigna, pero intuyo que los conquistadores pudieron haber destruido estudios de, por ejemplo, aztecas o mayas.
En la cultura china, ¿se aplicaba parte del saber astronómico al vaticinio?
- No en parte: al ciento por ciento. De hecho, no era astronomía, era astrología. En realidad toda la observación del cielo del pasado tenía fines astrológicos. Se creía que el cielo ofrecía señales y que, de interpretarlas correctamente, uno podía saber acerca del futuro. Los observatorios imperiales, sin más, estaban para asesorar al esquema de gobierno chino, al emperador y sus ministros, para tomar medidas acorde a lo que cielo augurase.
Algo que se infiere del libro es la importancia del saber por el saber mismo, sin fines pragmáticos.
- La humanidad no puede privarse del conocimiento. No solo es fascinante: es necesario. Así lo entendemos en astronomía, aunque sea difícil, incluso inquietante, porque vivimos en un sistema que pide trasferencia tecnológica a partir de la ciencia; que a cambio de financiamiento, solicita productos rápidos, aplicables a la industria.
¿Existe el ejercicio privado de la profesión?
- Es escasísimo. Sí o sí se depende del financiamiento estatal en el mundo entero. Por supuesto, hay excepciones: millonarios que pueden darse el lujo de tener telescopios y actúan como mecenas, especialmente interesados en la búsqueda de inteligencia extraterrestre. O fundaciones privadas como las que financian el planetario del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York, uno de los más lindos entre los que he visitado; fundaciones que contratan astrónomos de altísimo nivel para armar los shows y las exposiciones con la mayor seriedad posible.
Aún teniendo especialistas en tema, los países tienen que pagar para ser parte de la Unión Astronómica Internacional y no perder su condición de socios ¿Argentina cómo está en ese aspecto?
- Morosos, con dos años de deuda, pero de momento seguimos formando parte. Pertenecer es fundamental, se juega nuestra presencia en un foro de conocimiento. Es nuestro vínculo con el mundo, ya sea para asistir o proponer congresos, ya sea para recibir ayuda encaminada a la formación de jóvenes, obtener becas de estudio… Al menos, con este gobierno tenemos un apoyo moral; veníamos de cuatro años de desastre, y justo nos golpeó la pandemia. El mundo astronómico, como tantas otras ramas científicas, quedó detenido a lo largo y ancho. Los observatorios recién han empezado a abrir este último mes; también los espaciales, que estaban con un mínimo de guardia.
¿En qué instancia está la construcción del Radiotelescopio Chino Argentino (CART), en la localidad El Leoncito, provincia de San Juan? Al parecer, una vez que esté operativo sería de los más grandes de Sudamérica.
- Quedó frenado seis meses, pero avanza muy bien. Salvo la demora mundial, va cumpliendo los plazos pautados. También el Ministerio de Ciencia y Tecnología ha retomado la atención del otro radiotelescopio que se está instalando, en Salta, el instrumento argentino-brasileño LLAMA; esperemos que se concrete pronto. De todas formas las complicaciones siempre se hacen presentes en este tipo de proyecto. Usualmente el instrumental es tan complejo que jamás se compra o se construye, se instala y funciona enseguida, siempre surgen problemas. Pasa en la NASA, que hace mucha bambolla cuando sale una nave al espacio para tal o cual misión, pero no te cuenta que tiene hasta tres años de atraso del calendario inicial. En general, la gente no habla de los fracasos, y eso que las ciencias son uno de los pocos ámbitos donde comunicar un fiasco puede ayudar a la investigación futura, a que no se pierda tiempo repitiendo experimentos que no llegaron a buen puerto. Por eso siempre digo: ¡editemos el Journal of Non Detection! No sabés lo bien qué vendría... (risas).
En el libro, compartís una anécdota bien simbólica sobre tu primera visita al Observatorio Interamericano de Cerro Tololo, en Chile, en 1984, donde fuiste a estudiar una región de formación de estrellas en la constelación de Lupus. A pesar de contar con un telescopio de avanzada que se había completado a mediados de los 70s, ¡no tenía baño de mujeres! A nadie se le ocurrió que pudieran ir astrónomas…
- Como te imaginarás, a las mujeres les costó lo suyo acceder al instrumental… Margaret Burbidge, por ejemplo, que hizo aportaciones importantes a la astronomía, tuvo que pedirle a su marido, un físico teórico que no hacía observaciones, que solicitase turno para el Observatorio de Mount Wilson, en California, porque no se admitía a mujeres. Y así logró entrar: prácticamente de contrabando, en carácter de asistente…
Los varones decían que la presencia de una mujer podría distraerlos cuando tenían que estar concentrados. ¡Vaya una a saber qué fantaseaban hacer con las mujeres! ¡Si ellas iban a laburar toda la noche, igual que ellos!
Cuando terminás la jornada, vas a un dormitorio a descansar para retomar el trabajo con telescopio la noche siguiente. A esas habitaciones para pernoctar las llamaban “claustro” o “monasterio”. Margaret Burbidge y su esposo ni siquiera podían dormir en las instalaciones, tenían que apañarse en una cabañita sin calefacción en las cercanías…
¿Cuál es el nivel de participación femenina en astronomía de nuestro país?
- Alto, muy alto en comparación al resto del mundo. Hace unos días, la doctora Lydia Cidale, del Observatorio Astronómico de La Plata, dio números actualizados en carácter de vicepresidenta de Women in Astronomy, comité por el estatus de la mujer de la Unión Astronómica Internacional. Comité en el que estuve en sus orígenes, por cierto, hace casi dos décadas, fui de los miembros fundadores. Y las cifras del reporte trienal son optimistas: el 41 por ciento de integrantes argentinos de la UAI son mujeres. En pocas ciencias duras encontrás números así, el gap de género sigue siendo grande. Lo malo es que la presencia femenina en los países dominantes -que son los que tienen los fondos para instrumental de última tecnología o financian las publicaciones- todavía es muy reducida: en Alemania es del 17 por ciento, en Francia del 26, en Israel del 10, en Japón de un vergonzoso 8 por ciento, en Estados Unidos del 19… Dicho lo dicho, el tema se está atendiendo, los gritos de atención se están escuchando. No estamos por fuera de la ola mundial; al contrario, te diría que astronomía está a la cabeza en relación a otras ciencias duras. Se han puesto en marcha políticas en pos de dar con soluciones, con más comisiones de seguimiento de temas de género en las instituciones. En mayo, trabajé para una comisión de la NASA que evaluaba proyectos para el satélite Chandra para el 2021, en mi caso analizando supernova y medio interestelar; y fueron muy cuidadosos en respetar la paridad de género. Aunque aclararon que, en adelante, aplicarían la “evaluación a doble ciego”, opción cada vez más recurrida, donde no se ven ni los nombres de los autores ni sus países de origen al momento de seleccionar.
En los 80s, cofundaste la Asociación Latinoamericana de Mujeres Astrónomas, que bregaba por el reconocimiento de la licencia por maternidad de las becarias y por ampliar la edad a la hora de presentarse para una beca en el caso de investigadoras con hijos, entre otras cuestiones.
- ALMA surgió de la necesidad personal de mujeres de agruparse, de reunirnos quienes compartíamos los mismos problemas. Nos descubrimos varias en nuestros 30 teniendo bebés, buscando la manera de seguir con la carrera y, a la vez, supervisar la crianza de los hijos, en tiempos donde teníamos que viajar seguido donde estaban los telescopios. Y pese a que la situación es más fácil para las astrónomas hoy en día, la mujer sigue cumpliendo muchos roles, en especial las tareas de cuidado. Mientras que rara vez un varón deja la profesión o llega tarde por atender a sus padres… A pesar de lo que ahora diga la publicidad, ¡donde de pronto solo se ven hombres limpiando!
Estás trabajando en un nuevo libro acerca de mujeres astrónomas en la historia. ¿Estará presente Hipatia de Alejandría, gran matemática y astrónoma del año 300…?
- Estará mencionada, cómo no. Pero me voy a centrar más en recorrer vida y obra de astrónomas del siglo XX, porque hasta los 70s se vieron en aprietos para investigar y, en muchos casos, han quedado a la vera de la historia, han sido olvidadas a pesar de sus aportes vitales. Pero, sí, ese libro está en marcha. También tengo entre manos otro, acerca del origen y el fin del universo. De momento, un tema que estoy estudiando porque, aunque me gusta mucho, quiero aprenderlo bien antes de contarlo y hacer de interface entre la academia y el público, para zanjar las dudas de la gente. Quiero ser cuidadosa en un tema donde hay tanto debate.
¿Tan grande es el debate sobre el origen del universo?
- ¡No te hacés una idea! Las discusiones son álgidas y constantes: sobre universos previos al Big Bang, sobre cuándo empezó el tiempo, sobre adónde va a parar todo…
Como buenos predadores que hemos hecho bolsa la Tierra, hoy día se habla mucho sobre dar con otros planetas habitables. Esa mudanza, ¿es una posibilidad real o una quimera?
- A ver, lo que se está descubriendo constantemente son planetas extrasolares. O sea, sistemas parecidos al nuestro: una estrella rodeada de planetas con condiciones de habitabilidad similares a las de la Tierra; que no estén ni demasiado cerca de su estrella para que el agua esté evaporada, ni demasiado lejos para que todo esté congelado. Suponiendo, claro, que sí o sí se necesite del agua para que haya vida. Ahora bien, ¿planetas habitables a distancias que podamos cubrir desde aquí? No, no hay ninguno. De todas maneras, te recomiendo que dediques un ratito a ver el video de una charla que organizamos hace poco desde la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (ANCEFN), de la que soy vicepresidenta. Es precisamente sobre la búsqueda de vida en el universo, abordado por tres especialistas invitados: la bióloga Ximena Abrevaya, el astrofísico Guillermo Lemarchand y el físico Pablo Mauas. Antes eran reuniones de café para todo público en el Tortoni, pero con la pandemia pasamos a la virtualidad; el ciclo se llama “Encuentros con la Academia”.
A pesar de haberte jubilado como directora del Instituto de Astronomía y Física del Espacio y como investigadora superior del Conicet, parecería que no te dedicás precisamente al ocio…
- No he aprendido a descansar, ni chance de aburrirme. Es lo que tiene dedicarte a un tema que te apasiona… Dentro de la Academia estoy trabajando mucho; justamente, hace poco realicé una encuesta entre mujeres que son investigadoras activas, de ciencias exactas, físicas y naturales, a los fines de identificar cuáles son las barreras que encuentran en Argentina para desarrollar su trabajo. Todavía estamos analizando los resultados; queremos llegar con propuestas al Ministerio de Ciencia, usar la Academia como marca para hacer aportes. Por lo demás, también estoy como asesora de tres comisiones del Conicet, de una comisión en Canadá y, como te contaba, formé parte del comité científico por el satélite Chandra, de NASA. Todo ad honorem, eh, porque vivo de mi jubilación.
Por tu contribución a la astronomía y tu trabajo a favor de científicas mujeres, el asteroide 9515-1975 RA2 fue bautizado en tu honor ¿Qué significa ese reconocimiento?
- Estoy orgullosa, claro. Muy gratificante que pensaran en mí. Por ahí anda, en el Cinturón de Asteroides, esta roquita de 12 kilómetros de diámetro con mi nombre.