¿Por qué un texto resulta adictivo? ¿Cómo lo hace? Las primeras apariciones del término thriller para definir a relatos amalgamados con altas dosis de aventura y suspenso, con esa mezcla de acción, espera y angustia, de emoción latente y postergada que somete y sojuzga al lector, datan de fines del siglo XIX.
El término irrumpió dentro de la controversia sobre las novelas populares de crimen y misterio de la época, consideradas melodramáticas y sensacionalistas, como las de William Wilkie Collins: como La dama de blanco, que, estando entre las pioneras del género, seguramente sea la mejor novela policial de la historia (el adverbio es resignada concesión a opiniones extravagantes, o a las de quienes no la leyeron todavía).
La novela fue publicada por entregas que los lectores ansiaban como adictos y hay quien ha observado las connotaciones narcóticas de su título. Pero no es cocaína, sino otra droga la que el inglés James Grant, alias Lee Child, quizá hoy el cultor más exitoso del género, propone como sustancia catalizadora del thriller. En un ensayo sobre “El héroe” publicado el año pasado, Child rastrea el origen y el desarrollo de la ficción y de la figura heroica. Arranca con la historia del fortuito descubrimiento de la heroína, especula sobre las razones para denominar así a ese derivado del opio y, aunque parece no cerrar la idea, el lazo se ajusta cuando, al final del ensayo, sostiene que la razón de ser de la ficción y sus héroes es darle al lector un remedio para la frustración cotidiana, una vía de escape, un sueño al que, cuando despierte, sólo deseará volver.
Casualmente, un elogioso lector de Lee Child, César Aira, apeló también a una droga para rescatar a la narrativa de evasión, que en el último siglo dejó de ser “el emblema de la novela” para quedar a cargo de la mala literatura, y de paso, denostar a las novelas que se impusieron en su lugar, “malformaciones del narcicismo”, carentes de atractivo: “Hoy la novela es novela de acercamiento. Ha triunfado la proxidina, la droga que acerca todas las cosas a sí mismas. Una autoestima exacerbada desalienta el trabajo, y el trabajo era lo que justificaba la novela que no era sólo la narración de una historia, sino la construcción de la escena de una historia”, escribió.
Acá no importa tanto que la proxidina no exista fuera de su imaginación, sino que la “literatura de evasión” por la que aboga Aira existe en los libros de Lee Child. Son veinticuatro novelas y algunos cuentos, todos thrillers, todos protagonizados por su personaje estrella, Jack Reacher, un (ex) policía militar de los Estados Unidos. En castellano se publicaron doce novelas, las últimas dos en Argentina, coeditadas por Blatt & Ríos y Eterna Cadencia. Este año la novedad fue Mañana no estás y para 2021 prevén la publicación de Luna azul, la que sería la última novela de la serie firmada por su creador, al menos solo por él: Blue Moon apareció en inglés el año pasado y Child anunció que, desde ahora, las aventuras de Jack Reacher serán obra de su hermano, el también escritor Andrew Grant (The sentinel, que se está lanzando estos días en inglés, aparece firmada en coautoría).
En el transporte público, en un vagón de tren o en un ómnibus, una escena inquietante, un pasajero sospechoso y otro que observa, razona y actúa: Jack Reacher enfrenta a un ladrón, a una terrorista suicida o algo parecido. Con estilo ágil y directo, así empiezan los relatos de Mañana no estás y Luna azul, y desde ese momento será difícil pestañear antes de leer el último renglón de la última página. Los libros de Child suelen replicar las estructuras de la novela policial y de suspenso, la narración puede ir del crimen y el misterio a su explicación y el descubrimiento del culpable (por ejemplo, El enemigo o Un disparo); o bien partir también de un crimen o un criminal para, sin enigma de por medio, recorrer el camino hacia su captura y aniquilación (El inductor); o bien el crimen puede desarrollarse a lo largo de todo el relato (Morir en el intento). En cualquier caso, el final es (hasta ahora) siempre el mismo, un estallido de meditada violencia en el que Reacher se impone. Pero entonces, ¿cómo mantiene Child la tensión y la atención? ¿Por qué la fórmula sigue dándole resultado y continúa vendiendo libros de a miles en todo el mundo, sin dejar de recibir el reconocimiento de escritores como Stephen King o, más acá, Elvio Gandolfo?
Las tramas no son lo mejor de Child, pese a que es notorio el trabajo de investigación que tienen detrás, cuyo resultado el autor deja gotear en datos bien dosificados, y a que, en general, están tejidas con temas de alguna actualidad. En Mañana no estás y en Luna azul, por ejemplo, se cruzan intrigas geopolíticas, el terrorismo, la ubicuidad de los teléfonos celulares, la incidencia de las redes sociales, el drama de la privatización de la salud. Pero muchas veces las peripecias conspiran contra la verosimilitud. De todos modos, Child consigue la “voluntaria suspensión de la incredulidad” del lector -la fe poética que pedía Samuel Coleridge- gracias a su habilidad para generar suspenso.
Durante casi veinte años, entre 1977 y 1995, Child fue productor de televisión y, según contó, su trabajo cambió radicalmente cuando se masificó un invento, el control remoto. A partir de entonces, la industria televisiva debió luchar por evitar que los espectadores cambiaran de canal, sobre todo en las pausas publicitarias. La técnica básica que internalizó Child es que hay que plantear preguntas y postergar respuestas. En algunas de sus novelas, el lector (como quería Alfred Hitchcock) sabe más que el protagonista y conoce las respuestas antes que él; en otras, ambos saben y van descubriendo lo mismo. “El secreto -reveló Child- es narrar lo lento muy rápido y lo rápido muy lento.” Claro que no todo se reduce a un ardid técnico. Crear suspenso, observó también Child, es como hacer una torta: más relevante que la receta es que tu familia tenga hambre y, para eso, lo mejor es hacerlos esperar antes de comer. El arte de la novela sería la construcción de esa espera.
El principal atractivo de las novelas protagonizadas por Jack Reacher es, justamente, su peculiar protagonista, un híbrido del héroe híperracional del policial clásico y el antihéroe violento e inescrupuloso del policial negro (después de todo, su creador es un inglés que escribe desde y sobre los Estados Unidos), con el añadido de cierta ambigüedad derivada de su carácter ácrata. En la mayoría de las novelas de la serie --también en Luna azul y en Mañana no estás-- Reacher ya está retirado de la Policía Militar, anda solo y con lo puesto, gasta lo mínimo, no quiere que el Estado ni nadie conozcan su ubicación, se conforma con ser un despojado viajero, por fin libre de vivir afuera de un cuartel. Deambula por la ciudad, los suburbios, un bosque o una ruta hasta que el destino lo zambulle en una nueva aventura. Entrenado para descifrar y combatir, no se hará rogar, sino que hará todo lo que pueda (y no será poco, porque para el héroe no hay hiato entre querer y poder) para imponer su particular sentido de justicia, sin importar si, por azar, eso coincide con las leyes.
Lee Child cree que su personaje es heredero de la tradición del caballero andante, como un “desfacedor de entuertos”. Pero aquellos caballeros medievales salían a los caminos en busca de encuentros peligrosos para demostrar su valía (“la prueba por la aventura constituye el sentido propio de la existencia ideal caballeresca”, anotó Erich Auerbach). Reacher tampoco realiza el viaje clásico del héroe, porque no quiere volver a ninguna parte, sólo parece querer vagar, desconocido y solitario, dejándose llevar, sin propósito trascendente. Comparte más de un rasgo con el flâneur que describió Walter Benjamin, ese paseante urbano de indolencia solo aparente, el fisonomista cuya curiosidad y capacidad de observación están en el origen de la figura literaria del detective. Como él, sustrae su energía a la máquina productiva y la deja en permanente latencia, a la expectativa. Como él, hace del afuera un interior, habita el exterior como un adentro. Por eso Reacher siempre está llegando, es decir que siempre se está yendo. Pero no sólo por eso. Su éxito es también su derrota. Después de sus proezas siempre tiene que irse, menos por su declarada voluntad de permanecer anónimo que porque su desmesura, su exceso harían imposible la convivencia. El héroe no es apenas un modelo a seguir, un ejemplo inspirador, es primero un factor de humillación, el recordatorio de la nimiedad humana, de los límites, reales e imaginarios, que constriñen a todos los demás. La palabra “adicto” proviene del latín addictus, una forma de esclavitud.