Federico Manuel Peralta Ramos: --Enrique Pichon-Rivière, el famoso psicoanalista, descubrió que en todos los grupos familiares hay un emergente que se llama chivo emisario, es el emergente depositante que hace las locuras que la familia no puede hacer. La familia deposita toda la neurosis del grupo familiar en el emergente, es el loco de la familia.
Tom Lupo: --¿A vos te pasó eso?
FMPR: --Yo soy el emergente de mi familia y soy el patito feo de mi familia.
Esta entrevista radial entre Tom Lupo, poeta y periodista cultural, y Federico Manuel Peralta Ramos, pionero del arte conceptual argentino y de la performance, es uno de los tantos materiales de archivo que integran el imperdible corto Federico Manuel Peralta Ramos. Un mago en Mal de Plata, dirigido por Juan Carlos Capurro, que se puede ver en la página del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Capurro, Luis Felipe "Yuyo" Noé, Pedro Roth y Andrés Duprat, director del museo participarán en una charla virtual sobre el filme el miércoles 23 a las 18h en el canal de YouTube del MNBA (www.youtube.com/user/MNBAdigital). El corto se proyectará también al aire libre en la calle en la que se encuentra la Botica del Ángel, donde se exhibirá la obra Mal de Plata (Colección Bergara Leumann).
Capurro realizó este filme, que incluye entrevistas vía Zoom y WhatsApp, al comenzar la cuarentena por la pandemia de Covid. “La decisión no fue casual: Federico encarna como ninguno la capacidad de crear arte en las condiciones más adversas y con pocos recursos materiales”, señala.
En el corto cuentan anécdotas los artistas Pedro Roth, Roberto Plate y Carlos Cantini, entre otros. Entrañable, Roth recuerda que FMPR tuvo que abandonar su propio festejo de cumpleaños para ir a buscar el Haloperidol, un antipsicótico que se había olvidado. “Terminó de cantar y se fue: me dejó sólo con los invitados”, recuerda su gran amigo Roth. En esa época FMPR vivió en su casa. Showman y conversador apasionado, FMPR fue miembro del grupo Cruz del Sur, anterior a Estrella del Oriente, que hoy integran Capurro, Roth, Daniel Santoro, Tata Cedrón, Ana Aldaburu y María Negro.
Capurro abre el juego fílmico con aspectos clave de este artista inclasificable, dandi rebelde. Aclara que no se trata de un documental ni de una biografía, sino que intenta ser la mirada de un artista sobre otro. Imposible despegarse de la pantalla una vez que empieza el filme.
En 1964, FMPR hizo obras en gran formato para una muestra en la Galería Witcomb, pero cuando comprobó que no pasaban por la puerta, las cortó a serruchazos. En 1965, ganó el Premio Nacional Instituto Di Tella con Nosotros afuera, un huevo gigante de yeso y mampostería —cuya reproducción pudo verse en la muestra La Era metabólica en el Malba (2015)— y que una cuadrilla de albañiles terminó en sala a contrarreloj. El huevo se resquebrajó. Finalmente el artista lo destruyó para sacarlo de la sala.
Tataranieto de Patricio Peralta Ramos, fundador de Mar del Plata, MFPR fundó Mal de Plata, una ciudad que, decía, toma todo nuestro país y a la que inexorablemente vamos todos. Escribió los Mandamientos Gánicos, hizo performances, actuó en tevé con Tato Bores (en el corto se pueden ver fragmentos de programas). Grabó un disco con sus canciones. Se expuso a sí mismo en el CAyC, le vendió un buzón (réplica de uno real) a la actriz Egle Martin, y escribió frases y juegos de palabras con caligrafía infantil.
Expuso junto con Antonio Berni en Creencias y supersticiones de siempre, en la Galería Carmen Waugh (1976). El creador de Juanito Laguna exhibió La difunta Correa, icónica instalación que hoy se puede ver en Colección Amalita. Presentó La tumba de Tutankamón: un cuarto empapelado de dorado con una momia recostada en un colchón que conversaba con el público.
Montó La salita del gordo en el Centro Cultural Recoleta (en 1986), un espacio diseñado como una sala de espera en la que el artista recibía a la gente en silencio o conversaba. Esta acción tuvo lugar 24 años antes de que Marina Abramovic hiciera su famosa performance La artista está presente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).
Cuando le consultaron por qué usó el dinero que le otorgó la beca Guggenheim para dar una cena para sus amigos en el Hotel Alvear, en una carta explicó que una de las razones que lo impulsaron a disponer del dinero de ese modo era su convicción de que la vida es una obra de arte. Por eso también, señaló, se compró tres trajes, pagó deudas de una exposición, invirtió el dinero en una financiera y compró una obra de Josefina Robirosa para a su padre, una de Ernesto Deira para su madre, y una pintura de Jorge de la Vega para él.
En una carta posterior, añadía: “(…) He meditado vuestra sugerencia sobre la devolución de los 3 mil dólares y me he dado cuenta de que devolverlos significaría no creer y contradecir mi actitud, por lo tanto he decidido no devolverlos. Esperando que estas líneas sean valorizadas con un temperamento artístico”. Tras la misiva, la Fundación Guggenheim determinó que nunca se volviera a pedir rendición de cuentas por el uso del dinero.
Cuando en un remate en la Sociedad Rural compró un toro por más de un millón de pesos sin tener cómo pagarlo, para evitar el juicio accedió a internarse un tiempo en una clínica psiquiátrica. Su psiquiatra, Jaime Rojas Bermúdez, quien trajo el psicodrama a América latina, lo diagnosticó como “psicodiferente” y lo medicó con antipsicóticos.
FMPR hizo de ese diagnóstico –que logró no etiquetarlo, sino darle un carácter singular– un estandarte. “Por qué yo me encuentro siempre en los lugares donde vos estás? Porque ahí están los patitos feos, ahí están los emergentes, ahí están los chivos emisarios y los psicodiferentes”, le dice exultante a Lupo en uno de los fragmentos de la entrevista.
Estaba seguro de que “en la nueva era de la humanidad todos los patitos feos, diferentes y psicodiferentes iban a estar dentro de la sociedad”. Es más: “Serán los seres más importantes de la familia”, sostenía.
Acaso pensaba en su propia familia aristocrática, aunque su padre siempre lo ayudó: le dio casa y dinero para vivir. También le pagaba las sesiones de psicoanálisis, a las que invitaba a Marta Minujín, a otros amigos y a linyeras que levantaba por la calle, recuerda Minujín en el libro Del infinito al bife de Esteban Feune de Colombi. Invitaba también a amigos, homeless y linyeras a almorzar en la elegante casa familiar con tres mucamas que lo llamaban “niño Federico”. Era habitué de bares y discotecas, donde hacía sus intervenciones. Histriónico, recitaba compenetrado. Tenía una voz hermosa, nítida; alegre cuando se felicitaba a sí mismo.
El filme indaga en cómo se veía a sí mismo FMPR y también en las huellas que dejó en otros artistas y en el colectivo Estrella del Oriente. Aquel hombre que se definió como un sismógrafo y un pedazo de atmósfera desató una obra efímera y performática descomunal. Su anhelo acaso se hizo cuerpo: unir arte y vida. Como él, los alcances de sus creaciones resultan impredecibles.