Es curioso cómo en el medio de la pandemia, cuando las pantallas se nos hicieron indispensables para comunicarnos virtualmente, viene a atravesarme "Frame by Frame", de King Crimson.
El instante, una sincronía de cuadros en pantallas, que lleva atrás de su ilusión, una pequeña fricción del tiempo dislocado. Una burla. Mientras insisto en el intento de resolver los problemas técnicos de internet y, antes del sofoco, empiezo a encontrar en esto una nueva narrativa.
Estos marcos, que tan familiares se nos hicieron, a veces son transgredidos por la continuidad de una línea entre las figuras: el torso de uno, las gafas de aquel, los brazos suyos y los míos. Mismos movimientos con distintas perspectivas, y a la inversa. Pixeles componiendo extrañas simetrías de un rostro, habitaciones que frecuentamos por web, que se hacen, de repente, contiguas a la nuestra.
Una distracción suficiente para sobrellevar con paciencia los esfuerzos de estas comunicaciones interferidas. Un juego que me remite a otro que recuerdo de la infancia:
La casa de mis abuelos en Lanús, tres infantes y un espejo. La hora de la siesta cesaba en una pausa al mundo adulto, exhausto por las exigencias de la rutina diaria, y es entonces que tenía lugar nuestro juego.
Se trataba de dar vuelta las cosas, moviendo el espejo de lugar. El juego consistía en dejarse llevar por el nuevo eje del reflejo. Imprescindible la complicidad con mis hermanes y un poco de imaginación.
Entre guiños e indicaciones en voz baja hacíamos grandes esfuerzos por llegar al espejo solitario que había en el living. Allá, un poco alto, para tres niños de pocos años.
Una vez que lo alcanzábamos, y ya en nuestras manos, el espejo era sostenido por los tres apuntando al techo. Cabía un espacio para nuestros rostros, y el resto del paisaje eran las formas invertidas de los ambientes que creíamos conocer. Es entonces que nuestros movimientos, sigilosos, cuidadosos, trataban de mantener el equilibrio, mientras los pasos avanzaban hacia una nueva dirección.
El pasillo largo, esta vez invertido, tomaba el color blanco del techo y entonces el cielo se oscurecía color baldosa dándole profundidad a nuestros pasos. Los ventanales al jardín se hacían puertas, y la butaca del sillón cabía para nuestros pies. Y entonces nuestros movimientos y el uso de las cosas cambiaban en disposición de otra perspectiva.
"Frame by Frame" viene a traer este recuerdo, un divague de la mente y una excusa para preguntar si esta pausa adulterada, este cese de ritmo, habilitará en nosotros otros movimientos.
Como sucede en la canción: empieza con un groove que nos deja cabecear sus síncopas. Las violas, el bajo, la batería, caminan en una intensidad y organicidad reconocible, mientras el ostinato principal nos va llevando por tonos cada vez más tensos hasta que todo se interrumpe.
Lo que sigue es impredecible en una primera escucha (y en la segunda puede que también) y al menos la manera que disfruto ese cambio, es dejarme llevar por la misma desorientación. (Son cinco minutos de una canción, nada va a salir mal.) Las líneas de las guitarras empiezan a desplazarse entre sí, el sentido se desdobla en otro pulso. Una métrica irregular, justo cuando las cosas parecían tan fijas y ordenadas y el estribillo iba a llevarnos a un hit programable.
Aparece la voz y su línea melódica cuando la forma de la canción va más allá de lo reconocible. El pulso desacelera, la métrica nos muestra otra posibilidad de sentir nuestro propio pulso.
El vamp del inicio vuelve a sucederse, y entonces, lo predecible pareciera ser un gran alivio. En el tercer mundo no existe la cintura socioeconómica para sostener a su población sin trabajar.
Reposamos mientras tanto en lo conocido. Sin embargo algunas exclamaciones ya fueron invertidas en preguntas. La identidad se desplaza y el horizonte aún se parece a una estrofa en 7.
¿Será que a partir de esta pandemia encontremos nuevas formas de las formas que aprendimos?
¿Daremos pasos en otras direcciones? ¿Espacio a sueños postergados? ¿Nos dedicaremos a bailar nuevas métricas, invertir esquemas, subvertir al mundo post pandemia?
Este tiempo me permitió sumergirme en la mezcla de mi primer álbum, Fuga de capitales, y por fin concretarlo. Sospecho que no me hubiera dado el suficiente espacio de otra forma si no hubiera desacelerado todo. La inercia impide a veces poner en su lugar la prioridad de las cosas.
Irene Ruth nació en Barcelona en 1990 pero se crio desde muy chica en el barrio de Agronomía de la Ciudad de Buenos Aires. Su vocación musical despertó a muy temprana edad. A los siete años, la sonoridad del piano la sedujo para siempre: en sus inicios tomó clases de piano clásico con la concertista Diana Schneider. Más tarde cursó el Magisterio de J.P. Esnaola, la carrera de Composición y el profesorado de Música Popular Argentina en el Conservatorio Superior Manuel de Falla. Profundizó sus estudios como pianista y compositora con músicos como Diego Schissi, Carlos "Mono" Fontana, Ernesto Jodos, entre otros y se formó en técnica vocal con Nora Faiman y Grace Cosceri. También ha viajado en varias oportunidades a Brasil para investigar nuevos mundos sonoros y distintos procesos creativos. Integró diversos conjuntos musicales, entre ellos el cuarteto Malarreado e Irene Ruth trío, junto a Quintino Cinalli y Martín Sued. Actualmente está presentando su disco debut, Fuga de capitales, donde la música reúne la sonoridad de trío (bajo eléctrico, batería y teclados), sección de vientos (saxo alto, trombón y trompeta) y sonoridades de synth y samples.