Una de las razones por las cuales el psicoanálisis es rechazado es por sostener que los actos humanos no están determinados por la naturaleza y los impulsos vitales sino por el lenguaje y la pulsión de muerte. Como si no alcanzara el escándalo, verificamos que lo único que logra posponer el destino final es el deseo siempre de orden sexual.
Nadie elige ser hijo y la naturaleza no dice nada sobre que todos los hijos deban ser padres.
Todo hijo nace de una contingencia porque la reproducción humana no está regulada por los instintos cuya determinación es fija para los individuos de la especie. Los abortos de la cría animal no están relacionados con el deseo. De hecho los animales no se embarazan, se preñan y tienen crías, no hijos.
En cuanto al saber sobre la reproducción y la muerte, los humanos nacemos analfabetos. La naturaleza es muda respecto de estas problemáticas.
Jacques Lacan daba una buena y una mala noticia: "El lenguaje lo estructura todo pero no lo dice todo".
Al no decirlo todo, el lenguaje es el campo del malentendido; lo que se escucha no es lo que se dijo y lo que se dijo no es exactamente lo que se quiso decir; es decir que el desajuste es condición de las relaciones humanas.
Cuando esto se interpreta como una "falla” en el sistema que hay que "reparar" y se impone una lengua universal e inequívoca donde sólo hay un modo de entender y obrar estamos en el terreno de los totalitarismos y la psicosis.
¿Qué quieren las mujeres?
El psicoanálisis tranquiliza los espíritus inquietos al reconocer que es imposible responder a esto de manera general, pero los inquieta al decir que se debe responder por una cada vez.
Desconfiad de quienes vendan una app que responda esta pregunta a partir de algoritmos.
Vivir en sociedad es una tautología. La vida humana sólo se desarrolla en una cultura, por lo que las problemáticas subjetivas alcanzan de uno u otro modo lo político.
La discusión sobre la ley que permitiría a las mujeres abortar en forma voluntaria (ámbito de lo privado) es en primera instancia de orden político más allá de las razones que se esgriman. Partir de la base de que lo privado debe ser legislado ya es una posición política. Pretender que las leyes se derivan de la naturaleza o la divinidad es ya una posición política. Conocemos la impostura de lo políticamente neutro, toda una política que, como nos enseñó Carlos Marx, tiende a perpetuar las relaciones de dominación.
La prohibición de abortar ("No abortarás") no sólo es un impedimento, una restricción, sino, en su costado más feroz, la obligación de un acto ("Serás madre"), la de la maternidad más allá del deseo y voluntad de las mujeres.
Se pretende una ley positiva que regule el deseo femenino para que coincida con el de la maternidad. Se pretende que una ley responda la pregunta sobre lo femenino de modo universal y coactivo. ¿Qué debe querer una mujer? Ser madre. Ley sadiana doble, no solo evita hacer, obliga a hacer y gozar de esa coacción al hacer de una mujer una madre. Esto sólo se puede consumar perpetrando el cuerpo del otro. Penalizar el aborto es en este sentido legalizar un violentamiento del cuerpo más allá de la voluntad del sujeto; legitimar una violación.
El ensañamiento con el que esta posición se sostiene advierte de pasiones oscuras por debajo de los eslóganes de salvación (vgr. "Pro vida" o "Dos vidas").
No sólo se intenta penalizar un acto sino legislar sobre el "deseo de no". La decisión de abortar no debe ser tomada como la ausencia de un deseo sino como un deseo positivo (el deseo de no ser madre).
Los análisis finalizan cuando los sujetos dejan de vivirse a sí mismos como niños. Se habla desde la posición del hijo que uno supone que fue para sus padres. Acorde con la visión angustiosa infantil, llamamos a esto fantasma.
Los niños pequeños se resisten a creer que las criaturas nacen a partir de relaciones sexuales. La creencia infantil es que mujeres y varones tienen pene y una investigación involuntaria, encuentros y visiones fortuitas del cuerpo de la madre desmoronan dicha convicción. Frente a la madre incompleta la experiencia será de incertidumbre y angustia. De ahí en más la economía libidinal vivirá perturbada por preguntas.
Dudar del amor del otro y las condiciones de su deseo es algo que toca siempre la fibra del narcisismo infantil.
¿Cómo se vive a a partir de saber que aun siendo amado se es una contingencia y una elección de otro?
¿Qué hizo que su madre decidiera que él fuera un hijo y no un desecho?
Uno de los modos de soportar la realidad es negarla. Decía Freud que la negación empobrece porque no sólo resta una parte al mundo sino a la parte del yo encargada de negarla. En este caso, la negación recae sobre la libertad del otro y por consiguiente de la propia.
Si, como dicen, todo aborto fue un niño hijo potencial, se deberá admitir que todo hijo fue potencialmente un aborto.
Vivirse como "no abortado" puede ser una definición misma del ser y de la propia vida.
¿No será ésta la base de la indignación y el rechazo radical de que las mujeres puedan abortar libremente?
Legislar sobre el deseo femenino que hace que una mujer pueda decidir si va a ser madre o no, no repara esa herida.
Hasta un niño sabe que un decreto no podría obligar a que las mujeres fueran sólo madres completas; ya no se puede volver al pasado de la ilusión tranquilizadora. No obstante el anhelo persiste conciente o inconcientemente en los síntomas neuróticos, los psicóticos y en legislaciones que reniegan de lo real, es decir, perversas.
En la pasión desesperada y ciega por prohibir que las mujeres aborten lo que parece estar en juego es el temor por la vida propia. Una suerte de identificación con el desecho que podrían haber sido y el otro materno imaginarizado como asesino potencial.
La religión católica responde bien a la hora de cubrir los dramas humanos en base a amenazas y castigos. El espíritu Santo no termina de convencer de cómo una mujer no requiere ser fecundada para tener un hijo que además llegará al mundo para ratificar que el sexo debe de ser soslayado, una pura maternidad.
En otro sentido, uno de los insultos comunes es que las mujeres que persisten en no querer ser “completadas” con hijos que suturen la “falla” femenina (madres) son machos. El juicio debe dirimir entre ser madre o macho. Más allá de esta dicotomía, lo que resta en estos sujetos es la falta de garantía que conlleva toda existencia. La posibilidad de haber sido un desecho (aborto) del otro materno, y no la consecuencia natural (y en su defecto legal ) de su cuerpo embarazado. Nada apaciguará el odio narcisista por la constatación de que ser hijo es una contingencia en el deseo y la elección de una mujer.
Alejandra Jalof es psicoanalista. Miembro de la Asociación mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL).