En noviembre de 2019 la cineasta Paula Hernández estrenó su quinta película, Los sonámbulos, en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata. Un año después y en el mismo escenario, la directora presentó su nuevo trabajo, Las siamesas (ver crítica aparte), esta vez fuera de competencia. Pero el destino le reservaba a Hernández una sorpresa: ese mismo día, su película anterior fue seleccionada por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de la Argentina para representar al país como precandidata al Oscar en el rubro Mejor Película Internacional.
Las dos películas abordan en escalas distintas los conflictos que surgen de complejos entramados familiares. En la precandidata al Oscar, que incluye un elenco de lujo encabezado por Érica Rivas junto a Daniel Hendler, Marilú Marini, Luis Ziembrowski y Valeria Lois, el drama gira en torno a una gran familia reunida en una casa de veraneo, donde las tensiones acumuladas empiezan a resquebrajar la delgada capa de armonía que los une. Si bien la crisis abarca a todo el núcleo, Hernández elige concentrarse en lo que ocurre entre los vínculos femeninos.
Basada en el cuento homónimo de Guillermo Saccomanno, en Las siamesas (disponible en Flow) las protagonistas son una mujer que pasó los 40 y su posesiva madre, quienes parten en un viaje en micro hacia la costa. En el trayecto, las dos mujeres llevarán hasta el paroxismo el lazo emocional y mentalmente enfermo que las une. Con Rita Cortese y otra vez Lois en los roles de madre e hija, la película retrata la relación entre ambas mujeres oscilando entre el drama y el humor negro, un combo que se potencia en las precisas actuaciones de las protagonistas.
“Al cuento de Saccomanno lo descubrí en 2017, publicado en el suplemento Verano de Página/12”, cuenta Hernández. “Me gustó como estaba contado ese vínculo de madre e hija, esa imposibilidad de desapego, de ser una sin la otra. Fue un proceso paralelo a lo que venía trabajando en Los sonámbulos, que pertenece a otro universo pero que también habla del vínculo de una madre y una hija, y lo que pasa con esa distancia que tiene que haber entre ellas en el surgimiento de la adolescencia. Algo de eso me resonó en ese otro contexto y en esas otras edades que imaginó Saccomanno”, recuerda la cineasta.
-Usted señala que ambas películas abordan vínculos familiares. En particular entre madre e hija. ¿Es casual esa recurrencia?
-No sé si hablaría de casualidad. Hay un montón de cuestiones que no fueron conscientes y que fui descubriendo en el proceso de hacer. Sí creo que el disparador fue mi propia maternidad, que me abrió un montón de preguntas no sólo respecto de mi lugar como madre, sino también como hija. Me interesa pensar el mundo de la familia desde su lado más complejo, desde los pliegues del horror y las cosas oscuras que uno puede encontrar en los vínculos familiares. Es algo que me atrae como directora y como espectadora.
-En Lluvia y Un amor los protagonistas comparten cierta esperanza y buenas intenciones a pesar del drama que atraviesan. En cambio las dos últimas se hermanan en la angustia que transmite el retrato de los vínculos y en ambas hay una tragedia latente. ¿Hay algún motivo por el cual su filmografía atraviesa este período “trágico”?
-Supongo que lo que me pasó no es otra cosa que la vida (risas). La maduración. Rosario Suárez, la montajista de todas mis películas, me decía que yo siempre necesitaba que las historias cerraran con moño y muchas veces hay algo de mí que tiene que ver con eso. Incluso dentro de la oscuridad de estos dos universos familiares también hay una salida. Siento que las primeras películas pertenecen a un momento de la vida, a una forma de pensar el cine o la propia existencia, y que hay algo que se habilitó después que tiene que ver con estas cuestiones vinculares. Mis trabajos anteriores no eran universos familiares, sino que retrataban procesos de búsqueda más personales de los personajes. No puedo dejar de pensar que ese cambio tiene que ver con un proceso de crecimiento personal que está puesto en lo que cuento, en lo que miro, en lo que leo.
-Entre Los sonámbulos y Un amor pasaron ocho años. Entre Los sonámbulos y Las siamesas solo uno. ¿Por qué tanta diferencia?
-Un amor se estrenó en 2011 y empecé a escribir Los sonámbulos en 2015. Después vinieron una serie de postergaciones que tuvieron que ver con encontrar la financiación, pero también con la coyuntura, el cambio de gestión en el Incaa, el congelamiento de los créditos. Asuntos que me excedían y que me empujaron a una instancia de espera que resultó en el origen de Las siamesas, que siempre fue proyectada como una película pequeña, que pudiera resolverse en poco tiempo. Y tras Los sonámbulos quería tener la libertad de hacer una película más ágil y pequeña.
-¿Quiere decir más ágil y pequeña desde el diseño de producción?
-Más pequeña en todo sentido. El guión de Las siamesas lo escribimos con Leonel D’Agostino pensando en un esquema de producción, porque en mis últimos dos trabajos retomé el rol de ser productora de mis películas y entonces la idea también era pensar qué tipo de cine quiero hacer y de qué forma. Hacer Los sonámbulos tuvo algo alucinante: era una producción compleja por la cantidad de gente involucrada, el tamaño del elenco o el tipo de financiación. En Las siamesas, en cambio, tuve ganas de concentrarme en contar a estos dos personajes, mostrar su derrotero. Fue una película hecha por un equipo de 15 personas, rodada en 15 días, casi sin puesta de luces. Entonces fue como un respiro, una película más libre, y eso estuvo bueno.
-La crisis en la industria del cine empuja a los cineastas a proyectar desde la producción, con locaciones y elencos acotados más por la falta de recursos que por una búsqueda artística. ¿Va a ser cada vez más habitual este tipo de cine filmado desde la emergencia?
-Es una pregunta difícil. Era viable pensar esta película de esta forma, pero es complejo suponer que ese va a ser el parámetro para todas. No está bueno nivelar para abajo. Cada película tiene su necesidad, su estructura y su forma, y sería lo ideal que cada una pudiera ser pensada de ese modo. En mi caso, prefiero hacer que no hacer. En ese sentido ninguna de mis películas se filmó en condiciones ideales y con todas tuve que atravesar situaciones críticas. Herencia se hizo en la crisis del 2001; Lluvia (2008) se estrenó en medio de la crisis del campo y la película se fue al tacho. Me parece que está bueno seguir haciendo, encontrándole la vuelta, pero que eso tampoco marque el parámetro de lo que es hacer cine. Las películas no son iguales. Lo mismo pasa con la exhibición: la pandemia habilitó la alternativa del streaming y es oportuno revisar si todas las películas están hechas para que su destino sea una sala o si no es posible que algunas pueden tener una vida mejor en las plataformas.
-¿Cómo vive el hecho inédito de estrenar en medio de la pandemia, lejos de las salas y con las reglas del juego del cine tan cambiadas?
-El mundo de las plataformas venía empujando al cine desde hace rato, mucho antes de la pandemia, y creo que esto hizo que ganara muchísimo terreno. Pero pienso en el estreno de Los sonámbulos, que tuvo un buen recorrido, buenas críticas y que estaba todo bien, pero con la cual apenas llegamos a 13 mil espectadores remando de una forma que es un delirio. Es muy frustrante lo que ocurre con la exhibición. Ojalá sigan existiendo las salas para las películas que está bueno verlas en pantalla grande, porque el ritual del cine, del silencio y de la conexión sigue siendo incomparable. Creo que muchas de estas cosas van a quedar, pero otras van a ir encontrando un rumbo distinto. También me parece que es distinto filmar para que el destino sea la plataforma que filmar para una sala, porque hay algo de lenguaje cinematográfico que se modifica.
-¿A qué tipo de cambios se refiere?
-Cambios desde la producción y desde la narrativa. Planos que uno filma pensando en una pantalla grande, pero que se terminan viendo en la de un celular y son dos universos distintos. Todo esto implica una reflexión que va más allá de esta pandemia y que tiene que ver con lo que estamos contando, cómo lo contamos, cómo lo producimos, para qué y para dónde. Todo eso está ocurriendo ahora y vamos a tener que seguir pensando durante este tiempo.
-Justamente el estreno de Las siamesas se da a través de la plataforma Flow y lejos de las salas. ¿Cómo convive con esa idea?
-Yo hubiera deseado que después del estreno en el Festival de Mar del Plata la película pasara por las salas, por otros festivales. Un camino que es más conocido para mí. Pero este año esa situación es inviable y, mientras tanto, este va a ser el recorrido. Que es inusual y te obliga a repensar cómo hubiera sido un estreno de Las siamesas en salas. Porque nunca la imaginé como una película para ir a las grandes cadenas, si no más para salas de arte o del circuito independiente. Pero este año nos enfrentó a la realidad de que los ideales no existen y que también hay que aprender a tomar lo que se pueda dentro del contexto tremendo que nos toca. Y si bien es cierto que esto no es lo que había imaginado, también siento que la película está trayendo cosas buenas.
-Hablando de cosas buenas, ¿cómo recibió la noticia de la precandidatura al Oscar de Los sonámbulos?
-Fue una sorpresa, porque Los sonámbulos es una película independiente e históricamente se suelen votar para los Oscar películas con el apoyo de un canal de televisión, una plataforma o una productora grande. Fue una sorpresa pero al mismo tiempo una alegría que eligieran una película con un corte distinto desde el punto de vista de la producción.
-¿El anuncio de la candidatura afectó de algún modo a la película?
-Fue un impacto. La repercusión que tiene el Oscar es increíble y habilitó a que la película volviera a verse, que la pasaran en plataformas y autocines. Tuvo una segunda vida y eso fue interesante. Ahora hay que diseñar un recorrido para acompañarla dentro de nuestra escala. Hay unas 90 precandidatas, de las cuales van a quedar 10 en el mes de febrero y de ahí saldrán las cinco finalistas.
-¿Ya hicieron algún tipo de análisis de posibilidades?
-Los sonámbulos es pequeña en relación a otras candidatas, pero tiene algunos puntos a favor. Creo que el paso por la sección competitiva del Festival de Toronto fue importante. El hecho de ser una directora mujer hoy también puede abrir muchas puertas y hay algo muy contemporáneo en la temática de la película que, imagino, puede ser un punto a favor. En contra tenemos la ausencia de un aparato de lobby como los que suelen sostener a las películas más grandes.
-¿Le preocupa que la superposición la candidatura de Los sonámbulos termine ensombreciendo el estreno de Las siamesas?
-La situación es rara. Primero porque es inusual estrenar una película tan pegada a la otra. Por un lado nos pareció que podía ser un problema que La siamesas hubiera quedado debajo de Los sonámbulos. Pero también es cierto que la candidatura de una podría darle vitalidad a la difusión de la otra. Pero me gustaría que La siamesas pudiera tener su propia vida.