El ensayo periodístico –concentrado en los textos breves llamados “columnas de opinión”- ilumina muchas veces los lugares negros del presente. En Papel para envolver verdura (Emecé), Fabián Casas mezcla las experiencias personales de su vida como padre y como hijo, siguiendo una consigna de Nietzsche: “De adultos hay que hacer las cosas con la seriedad que jugábamos de niños”. Los textos, construidos desde la idea de que interpretar es agregar un modo de mirar el mundo, despliegan pequeñas epifanías como descubrir que “el verdadero budismo lo practican los que no pretenden ser budistas”; proponer que la primera novela de Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel, la escribió Borges; sugerir que “la fiebre siempre sucede en la infancia” y vincular ese estado encantador y demoledor al mismo tiempo con El resplandor de Stanley Kubrick.

Hay más mezcolanzas antológicas en estos ensayos donde Casas, nacido en el barrio de Boedo en 1965, alterna la emoción con la risa. Como cuando escribe un retrato de su hija (“tiene un olor mineral que solo puede ser identificado como el olor de Ana”) o confiesa que tuvo una pesadilla porque soñó que lo interrogaban los Leuco, padre e hijo (Alfredo y Diego) y le llama la atención que “el hijo parece diez veces más conservador y reaccionario que el padre”. Poeta, narrador, ensayista, el autor del libro de relatos Los Lemmings (2005), las novelas Ocio (2006) y Titanes del coco (2015) y Horla city, su poesía reunida de 1990 a 2010, subraya en la entrevista con Página/12 que lo angustia la desigualdad que se profundizó con la pandemia de Covid-19. “Cuando se habla de volver a la normalidad, me pregunto: ¿cuál es la normalidad? ¿La que teníamos antes, con un montón de gente durmiendo en la calle? Cuando dicen que hay que convivir con el virus, en realidad con el virus que hay que convivir es con el capitalismo, que parece invencible”, plantea el escritor que en 2007 obtuvo en Alemania el prestigioso premio Anna Seghers, y fue guionista del film Jauja (2014), dirigido por Lisandro Alonso.

-En este libro aparece con mucha fuerza el tema de la paternidad y las experiencias con tus hijos como no aparecían antes en otros textos tuyos.

-Sí, es verdad, aunque hay un libro que publiqué, Últimos poemas en Prozac, que escribí después de la separación, que me causó un dolor muy fuerte. Entre ese libro y los ensayos, uno de los temas que sobrevuela es la paternidad, cómo ser papá, cómo criar hijos, toda esa experiencia. Pero también aparece el tema de ser un hijo porque hablo de la relación con mi papá en el año en que mi papá murió; la salida del sol son los hijos y la caída del sol es cuando se van tus papás. Aunque hable de películas o de otras prácticas culturales, uno siempre está atravesado por las cosas que le pasa en la vida.

-Un texto impactante es “Sobre el estilo tardío”, escrito en tercera persona sobre alguien que va a buscar a su padre a la comisaría y ese padre que denunció que le entraron a robar a su casa confunde a su hijo con el ladrón…

-Eso me pasó, yo no tengo imaginación. Me llamaron y me dijeron que a mi papá le habían robado y cuando llegué él decía que nosotros –por mis hermanos- le habíamos robado. Mi papá empezaba a tener fallas cognitivas; pero las desgracias siempre tienen un costado cómico porque si no tomás las cosas con humor la vida se convierte en un infierno.

-En Papel para envolver verdura aparece una familia de afectos elegidos, los amigos, pero también volvés a tu primer editor. ¿Qué significó José Luis Mangieri en tu vida?

-Él fue mi primer editor, mi maestro, todo… es de esas personas luminosas que aparecen en tu vida y la modifican para siempre, lo que en filosofía se considera un acontecimiento. En la vida nos tocan personas oscuras y personas luminosas y aprendés de las dos, porque también aprendés de la gente oscura. José Luis fue una persona luminosa y hasta el día de hoy yo siempre dialogo con él.

-En el libro recordás un poema de Leonard Cohen en el que plantea que quizá uno o dos poetas entre los miles que quieren ser conocidos sean auténticos y que el resto son impostores. ¿En qué sentido sentís que sos un impostor?

-En la gente que no publica, que no tiene deseo de trascendencia, hay una potencia poética que no encontrás en los poetas que publican. Los que escribimos poesía y tenemos cierta reputación de poetas comparados con esas personas somos unos impostores. Yo no pongo toda mi vida en la literatura, aunque la literatura es una práctica que me encanta. Me gusta mucho más leer que escribir, pero mi vida no está puesta solamente en la literatura. Cuando ponés todo tu ser en la literatura, te convertís en una persona muy egoísta; sale el libro de un autor nuevo y te genera rencor. Esto lo vi mucho en mis pares y eso me parece malísimo. Me gusta que salgan muchos libros y me gusta recomendar a otros autores más jóvenes que yo.

-En uno de los textos del libro cuestionás a Roberto Bolaño porque siempre se mostró seguro de lo que es una mierda en literatura, y vos reinvindicás el hecho de que a veces con la mierda se hace combustible.

-Bolaño, que me parece un escritor extraordinario, veía la literatura como una máquina de guerra y yo más que pensarme como un soldado me pienso como un soldador que mezcla las cosas. Tengo 55 años y he comprobado a lo largo de mi vida que hay cosas que me pueden parecer una mierda pero otras personas con eso que me parece una mierda hacen una obra maestra. Jules Laforgue era considerado un autor menor, pero T. S. Eliot pensaba que era un autor enorme. Si repetís la palabra menor muchas veces, lo que surge es enorme. Eliot tomó muchas cosas de Laforgue; ese es un gesto muy moderno de Eliot. Si leés los primeros poemas de Eliot, los poemas de juventud, son casi copias de los poemas de Laforgue con pequeñas variaciones. Para Eliot Laforgue no fue un poeta menor, sino un poeta central que produjo en él una eclosión. Yo tengo cuidado de recomendar no leer a alguien. Al contrario: me parece que está bueno que la gente se emancipe y no estar uno diciéndole qué tienen que leer. Confundir tu gusto con la literatura es un error tremendo.

-“He visto que muchas buenas prosas que publican su primer libro en editoriales independientes después se debilitan en las editoriales mainstream”, afirmás en uno de los textos. Te pido nombres, ¿quiénes son esas “buenas prosas”?

-Nombres no porque no me parecen importantes los nombres, pero sí me pasa que me entusiasmo con un autor que publicó en una editorial independiente y después termina siendo debilitado por las editoriales mainstream, porque termina escribiendo para lo que necesita la editorial. Me gusta el autor que escribe lo que tiene que escribir, que le dedica el tiempo que le tiene que dedicar, y que después si lo quiere publicar una editorial más grande que lo publique. En las editoriales independientes es donde se publica la mejor literatura porque es un campo de pruebas. Las editoriales grandes lo que hacen es tomar lo que tuvo cierta repercusión dentro de la literatura independiente. La editorial grande se juega menos. Me sigue llamando la atención que Planeta me publique y se lo agradezco infinitamente a Ignacio Iraola, que es el director y siempre me tuvo en cuenta y me ha publicado la poesía, porque la poesía es un género que no lee nadie. La poesía instala preguntas y la gente lo que compra es certezas. Los grandes poetas hacen grandes preguntas y las grandes preguntas hacen que abras tu cabeza y te empieces a cuestionar cosas de tu vida porque lo que está bueno es que la técnica que adquieras para escribir te sirva para vivir. La poesía es un lenguaje duro para una vida dura, como decía Jeanette Winterson. No es que yo estoy todo el tiempo leyendo obras maestras de la literatura universal, leo de todo. Lo peor que le puede pasar a la poesía es que se vuelva solemne.

-En uno de los “Diez tips para escribir” decís: “ahora está surgiendo un lenguaje inclusivo, esperar hasta que se hornee bien: hay que ser políticamente concreto pero no políticamente correcto”. ¿El temor es que el lenguaje inclusivo se vuelva políticamente correcto?

-Hay que hacer las cosas porque las sentís y dan cuenta de cierta honestidad, pienso en George Oppen, un poeta norteamericano que durante veinte años dejó de escribir porque consideraba que la poesía era algo que no tenía sentido en ese momento y se dedicó a hacer trabajo social. El lenguaje es algo vivo y por eso me llama la atención los congresos de la lengua; si hay algo que no se puede meter en un congreso es la lengua. La lengua está viva, está todo el tiempo modificándose y cuando querés reglamentar la forma en la que tenés que hablar te convertís en alguien políticamente correcto y eso debilita todo lo que hagas. Hay muchos que escriben en lenguaje inclusivo y me parece perfecto y hay personas que no lo sienten y no lo usan y no me parece que haya que sancionarlos. La vocación de policía está en todos lados: la policía de la lengua, la policía de las actitudes, la policía del deseo, la policía política que te adoctrina. Los que me ayudan a pensar son los que no piensan como yo.

-El texto “Mario Vargas Llora” es muy interesante porque en pocas líneas me pasó de estar de acuerdo, cuando decís que “el mejor peronismo siempre está en la resistencia”, a disentir cuando afirmás que “por más vueltas que le demos el peronismo es un fenómeno político de derecha”.

-Me parece que trabajo con la desilusión del peronismo, que es lo que me enseñaron cuando militaba en la izquierda: hay que trabajar con la desilusión del peronismo; hay que captar a la masa peronista y todo eso… Yo siempre me conecté con el peronismo desde el lado emocional; negar que el peronismo fue un movimiento que le dio derechos a un montón de gente me parece una estupidez descomunal. La mamá de mi mamá era una esclava de Patrón Costas en Salta, y eso se modificó con el peronismo. Yo puedo llegar a estar en contra de Perón gracias a Perón, porque yo formé parte de una familia muy humilde que se benefició con la movilidad que produjo el peronismo. Siempre voy a estar más cerca del peronismo que de un movimiento absolutamente reaccionario como fue el macrismo; un gobierno para cuatro o cinco personas que todo el tiempo se la pasaron hablando de la violencia y la inseguridad y nunca consideró como algo violento que por el ejercicio de la especulación financiera pueda morir un montón de gente. Eso para ellos no es violencia; son leyes del mercado.

-El peronismo es más un fenómeno de centro que de derecha, porque si se define al peronismo y al macrismo como derecha se pierde la especificidad y la diferencia, como si todo pudiera entrar en la bolsa de la derecha…

-Sí, puede ser que tengas razón… quizá pensé más en los malos ejemplos del peronismo, en la burocracia sindical… Mi primo era miembro de la Jotapé y me llevaba a las villas, donde pasaban cine y trataban de educar a la gente y eso para mí fue una experiencia genial. Pero vi todo lo que pasó después y no se puede decir que eso no forma parte del peronismo porque sino se estaría haciendo una lectura ideal y no real del peronismo. Mi primo pensó que Perón le traía la revolución en el 73 y le trajo la peste. Si no se cuestionan estos aspectos, no se puede avanzar hacia otro plano. Si hay algo que me interesa del peronismo, por eso siempre hablo de la resistencia, es el héroe colectivo. Cuando una sociedad tiene héroes colectivos, tiene mucha más potencia que las sociedades con esporádicos héroes individuales.

-La narrativa del peronismo, ¿apunta más a una construcción colectiva que individual?

 

-Sí, eso es lo que hay que preservar y también es interesante poder ser crítico. No me gusta rodearme de obsecuentes en mi vida cotidiana; no me sirve. Me gusta que me digas lo que pensás del peronismo y dar una discusión. No es que siento que es una partida de fútbol contra vos. Al contrario, me encanta discutir, reconocer que puedo tener errores, poner los textos en estado de pregunta para que otros lo completen. Con mis hermanos cuando nos ponemos a charlar sobre el peronismo no nos ponemos nunca de acuerdo; con la camiseta del peronismo también se pueden ejercer políticas neoliberales, como hizo (Carlos) Menem. Lo que pasó con el macrismo es que un amplio espectro político muy disímil se planteó: “con esto no podemos seguir”. Y está bueno dar esa discusión para sostener formas de pensar que sean inclusivas, de gente que no piensa como vos, pero que sabés que si pasara algo grave estarían al lado tuyo. Contra los que dicen que este es un país de mierda, yo pienso todo lo contrario: este es un país con un montón de gente que trabaja y están en función del servicio a los demás.