El 21 de diciembre de 1988, inicio del verano alfonsinista final, Federico Moura dijo adiós. Su muerte cerró el último año distinguible de esa década, al menos en Argentina: la aparición de Menem hizo de 1989 más un aperitivo de los que serían los ’90 que el spin off de los ’80.
Un año antes, cuando descubrió que era portador de VIH y la época todavía no ofrecía soluciones alentadoras, Federico le encargó al artista plástico Eduardo Costa (autor del hit “Luna de miel en la mano”, del legendario disco Locura) una letra que pudiera enmascarar la inevitable despedida. Así salió “Encuentro en el río”, grabada justamente en Río de Janeiro (como todo Superficies de placer, último álbum de Virus con Federico), y en la que el cantante postuló un propósito para su sobrevida: “Por los parlantes te iré a buscar”.
Pero aquella partida física de Federico Moura significó, a su vez, la primera de sus vueltas. Es que ya pasaron 32 años y su figura sigue siendo recurrida como un objeto de culto, pero también como una semblanza que resiste al paso del tiempo como pocas en el llamado “rock nacional”. Etiqueta que, por cierto, despreciaba, y de la que se burló en plena Guerra de Malvinas, ni bien se instaló como denominación de un género que empezaba su escalada en los circuitos comerciales: “Solo rock, rock nacional en el canal, en las radios, en los estadios” cantaba en “Ay, qué mambo”, donde co-escribió con el sociólogo Roberto Jacoby una dura crítica sobre aquellas reuniones entre músicos y productores con asesores del dictador Roberto Viola y, más contemporáneamente, el gafe del Festival de la Solidaridad Latinoamericana. “¡Ay, qué mambo! ¡Hay todo un cambio! Ahora el rock vendió el stock. Nuestra canción salió al balcón ¿Hasta cuándo será este encanto?”, provoca ese tema de Recrudece, el disco más “político” y menos vendido de aquella era de Virus, con grandes canciones como “El banquete” o “El 146”, que nunca fueron incluidas en los compilados posteriores (el ardid del “Grandes éxitos” al que apelan la discográficas que tiene los derechos sobre bandas inactivas).
El repaso por la obra (y la impronta) de Federico Moura es un fetiche para un amplio abanico que va de críticos musicales hasta doctorandos de becas. El motivo es tan obvio como tentador: su multiplicidad de versiones más allá de los hits alienta numerosos enfoques. Su particular forma de cantar, el carisma y magnetismo sobre el escenario, su sexualidad como campo de batalla artístico-ideológica, la avidez por los viajes o su incorrección política durante la Dictadura y la primavera democrática son todos campos válidos para el abordaje. En una época donde mutaban tanto los modos culturales y como las narrativas sociales, Federico iba al fondo de los engranajes y ajustaba tornillos a su gusto.
Sin embargo esta desfragmentación a veces tiene una trampa: indagarlo desde un rasgo puntual despoja a su figura del complejo contexto en el que se crió como persona, como artista y -esencialmente- como un constante buscador. Antes de Virus fue bajista de una banda pionera del rock platense (Dulcemembriyo, donde el mito ubica a un joven Indio Solari como autor de algunas canciones), padeció la detención-desaparición de su hermano Jorge Moura, militante del ERP, hizo un viaje por Europa donde vio en vivo a los Rolling Stones y a Jethro Tull, curtió un tiempo Brasil y luego experimentó en el mundo textil porteño con dos marcas de ropa, Limbo y Mambo. Su exploración de territorios ajenos lo llevó a cantar (junto Daniel Sbarra, compañero de Virus) una vidala y una tonada en Grito en el cielo,de la folklorista Leda Vadallares. El disco salió en 1989 y tanto “Me dicen el tonto” como “En atamisqui” significan sus últimas grabaciones en vida.
“Pocas veces escuché o leí declaraciones que hablen de Federico desde el lugar más profundo de su vida, de sus proyecciones en constante movimiento y desarrollo. Siempre percibí que veían o puntualizaban los distintos matices de su vida en forma separada y observando tal o cual faceta como rasgo distintivo. (…) Atribuyéndole cuestiones que podían ser claras o simplemente eran deducciones que cada uno hacía en base a su imaginación o identificación”, opinó su hermano Julio Moura en la biografía publicada en 2018 por Guillermo Pintos y Sebastián Ramos. Julio fue su principal socio compositivo y quien, junto al otro hermano Marcelo, viajó a Río de Janeiro en 1979 con un demo de cuatro canciones que anda dando vueltas por YouTube para convencerlo de volver a La Plata y cantar en lo que el 11 de enero de 1980 debutaría en vivo como Virus.
La pandemia-cuarentena (es decir, casi todo el 2020) nos trajo a Federico de múltiples maneras. Y la relación quizás no sea tan casual: en meses de inseguridades sobre el presente, y de incertidumbres sobre el futuro (dos de las grandes angustias que acompañan al humano desde el principio de los tiempos), Moura nos vino a buscar por los parlantes con la utopía de recorrer su tiempo con convicción, pero a la vez caminar tratando siempre de estar un paso más allá de hoy. Casi que como una revelación sanadora (una imagen pagana) en este horizonte de momento nuboso.
Desde una estudiante de Comunicación Social de la UBA que terminó una tesis sobre él en el ASPO (y se recibió ya en el DISPO) hasta la exhibición por la TV Pública del documental biográfico Imágenes paganas, pasando por la creación de un colectivo cultural platense bajo el nombre de La Moura o el cebo de la efeméride que invitó a recordar Locura (el disco más exitoso de Virus) el 24 de octubre, a 35 años de su fecha de lanzamiento. En la víspera, Charly había cumplido 69, aunque a García se lo mentó tanto como a Moura: ambos habían nacido exactamente el mismo día.
Queda su vida, permanece su obra y perdura su presencia. Pero también flotan algunas preguntas. ¿Hacia dónde hubiese ido su búsqueda artística, estética e ideológica en los ’90, en los 2000 y en la actualidad? ¿Cuál sería su posicionamiento frente a los sonidos y a las banderas que sucedieron a su muerte? ¿Qué lugar ocuparía en las conquistas LGBT y otras luchas socio-culturales? ¿Seguiría siendo aquel que proponía disrupciones y nuevos caminos? Quizás la imposibilidad de responder estos interrogantes habiliten a que cada quien los resuelva desde su percepción. Aunque Federico -también en una canción-, ya nos había sugerido: “Aflójate, sonríe fugaz, mi cuerpo astral tomará tu ser”.