"Un mostruo virus se está comiendo el mundo y una señora loca le pega un puñetazo", se lee en las primeras páginas de Navegantes. Crónicas de la pandemia desde un puerto siempre azul, el nuevo libro del Taller Azul. El testimonio es de Malena Piorno Casabella, una de las tantas asistentes del espacio de encuentro creativo que ayer cerró el ciclo 2020 con la presentación de la obra con una juntada en el Anfiteatro del Parque San Martín de la ciudad de Salta.
A pesar de la pandemia, el Taller siguió funcionando, aunque con un formato virtual durante los primeros meses, porque a su fundadora, la artista Silvia Katz, le pareció que tenía que quedar reflejada "una crónica de lo que vivió cada uno".
"(El Taller Azul) es un espacio de arte para chicos con pajaritos en la cabeza", lo describió Katz. En ese espacio trabajan las artes visuales y la palabra desde un abordaje integral con la literatura experimental. Cada año es abordado desde distintos proyectos, pero la finalidad siempre es unir la plástica, la literatura y a veces, la música.
Taller Azul nació en 1987, de la mano de Katz, quien tuvo la idea de propiciar encuentros exclusivamente de niños y niñas en donde puedan desarrollar su creatividad. Desde su fundación, ya lleva publicados 24 libros, que reúnen el trabajo y los testimonios de autores de entre 4 y 15 años. En las distintas ediciones se encuentran coplas, poemas, diccionarios, textos e ilustraciones, entre otros formatos.
Katz dijo que si bien este año no se inició con una idea clara, dado que las clases comienzan en marzo también, "la pandemia nos obligó de alguna forma a pensar y decidir que era importante guardar los testimonios de los chicos durante este tiempo". El 70% de las producciones seleccionadas para Navegantes fueron realizadas desde cada una de las casas de los talleristas.
Taller Azul permite que los chicos puedan canalizar lo que sienten, sean tristezas o alegrías. Por eso, se buscó la dinámica virtual aunque no haya permitido trasladar en su totalidad el clima de intimidad y complicidad que sentían en el contacto presencial y directo con sus pares. "Si bien yo estoy en el taller, ellos están en sus casas con sus familias, donde hay hermanos corriendo o ruidos de la calles, que hacen que el clima se pierda", señaló Katz.
El sistema de trabajo también incluyó un encuentro mixto cuando la situación epidemiológica lo permitó. El último mes del taller se logró hacerlo de forma presencial en el gran patio que la artista tiene en la calle Almirante Brown de la ciudad de Salta.
En Navegantes, se pueden encontrar distintas e ingeniosas fotografías con la frase "Quedate en casa". También autorretratos, como el de Dulce Amelia Marín, de 9 años, que agrega: "no puedo masticar, se me salió un diente por jugar con un juguete duro". A ellos se suman los distintos dibujos que realizaron describiendo su día a día.
"Está todo contado por los chicos, lo que extrañan, o que están hartos de las tareas de la escuela", dijo Katz. Sin embargo, se intentó ir "más allá", para no sólo a hablar de cómo estaban, sino a atreverse a "inventar otros mundos, a imaginarlos, a poner otros nombres a otras cosas, a inventar brazos para abrazarse a lo lejos".
En definitiva, se concluyó con un proyecto "esperanzador", porque Katz consideró que como adultos y docentes también era necesario dar un mensaje de esperanza. Con cada edición literaria, se busca "recuperar las voces y las miradas de nuestras infancias", que dejan testimonios que interpelan, conmueven desde una sensibilidad y lucidez de su paso por el mundo.
A pesar de todo, hubo taller
Este año fueron 48 los participantes del taller. "Vienen porque lo aman, nadie los obliga", dijo Katz. En ese escenario la artista no se creyó en condiciones de tomar la decisión de no dictar el taller. "Ellos se apropian de este espacio que ya no es sólo mío, y no podía tomar la decisión de abandonar el barco y dejar a los chicos solos", sostuvo.
En los primeros meses desde las escuelas empezaron a enviar trabajos a "mansalva" y los "padres se sintieron desbordados", contó Katz, quien mantuvo un diálogo casi diario con ellos. Al trabajo laboral, se añadían las tareas del cuidado e incluso la compañía obligada en la realización de las tareas. En ese sentido, muchos padres y madres no contaron con la didáctica necesaria para acompañar a sus hijos, un caso puntual, fueron los chicos que recién empezaban a escribir.
Por eso, la artista trató de que las tareas del taller "no les implicara más que conectarlos a los chicos". Además, a principios de cada mes, Katz preparaba una bolsa con los materiales a utilizar y los padres y madres pasaban a retirarlos.
"La mayoría me lo agradeció mucho, de no mandarlos a comprar o de no pedirles cosas insólitas", aseguró. Muy a su pesar, señaló que la escuela "le jugó en contra" porque se apropió de horarios que no eran los habituales. A modo de ejemplo, dijo que en un taller que era a las 16, los chicos tenían un Zoom.
A causa de ello, Taller Azul perdió muchos asistentes, a pesar de que se intentó acomodarlos en otros horarios. Para el próximo año, Katz dijo que espera que se pueda regresar de forma presencial o sostener el sistema mixto, al menos. "No es lo mejor, pero lo que se puede hacer", señaló.