“Me hubiera gustado que sea, como yo, de Independiente, pero Gardel era hincha de Racing en Argentina, de Nacional en Uruguay y del Barcelona en España”, le dice el historiador Felipe Pigna a este diario sobre los gustos futboleros del artista argentino más emblemático. Su nuevo libro se titula Gardel (Planeta) y es el resultado de dos años de investigaciones por países centroamericanos y europeos. Casi 600 páginas de archivos de diarios y revistas, filmaciones y entrevistas. No faltan los deportes.
También, dice Pigna, le gustaba practicar boxeo y pelota a paleta. Pero su pasión eran los caballos, “que económicamente fueron su gran perdición”. A las mañanas trotaba para compensar sus comilonas de cada noche, tras los conciertos: “Le gustaba muchísimo comer y encima tenía tendencia a engordar, así que hacía footing para no engordar y mantener la figura Gardel”. También nadaba. Llegó a pesar casi 120 kilos pero se estabilizó en los 76.
Gardel no era un fanático del fútbol sino espectador de sus jugadores amigos. José Samitier, del Barcelona, entre ellos. “Llegó a ver al Barcelona en un partido en Inglaterra. Lo siguen queriendo mucho en ese club. Hablé con la gente del archivo y me mostraron fotos suyas. Saben que Gardel era culé. Al final, lo tienen a Messi y lo tienen a Gardel”, dice Pigna.
“El fútbol no me interesaba. No comenzó a gustarme hasta que vi jugar al Barcelona”, se lee a Gardel en una entrevista de 1924 a La Gaceta Deportiva, de Barcelona. Samitier también fue compañero de Gardel en peleas de box. Una de ellas en 1932, en París, entre el francés Marcel Thil y el español Ignacio Ara.
En la ciudad de Santander conoció al poeta Rafael Alberti. Ambos fueron a ver el partido en la cancha neutral del Racing entre el Barcelona y la Real Sociedad. Después del partido recorrieron los bares hasta la madrugada, recordó el poeta en un escrito. La relación con el Barcelona fue tal que en 1928, cuando el equipo vino a la Argentina y Uruguay para jugar ante Boca, Independiente, Nacional y Peñarol, en el marco de una gira que además implicó a nuestra Selección, el diario La Nación informó que Gardel era el organizador. “¿Yo, metido en negocios del fútbol cuando solo atiendo, con gran dejadez, a los míos, a los de mi carrera artística?”, desmintió el cantante.
Entre sus visitas a las canchas de Argentina no faltó la de Huracán. El 6 de junio de 1925 acompañó a su amigo y guitarrista Guillermo Barbieri, hincha del Globo y una de las víctimas fatales del accidente de Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935, en el que falleció Gardel.
Estuvo en la cancha de Sportivo Barracas el 4 de octubre de 1924, cuando Cesáreo Onzari hizo el primer gol olímpico oficial, a los uruguayos. Y también en la final del primer Mundial, en el Centenario de Montevideo, en 1930. Pigna recuerda que saludó al plantel argentino antes del debut con Francia. Guillermo Stábile, el Nolo Ferreyra, Fernando Paternoster, Luis Monti, Francisco Varallo y Carlos Peucelle entre ellos. Antes de la final visitó a los uruguayos y a los argentinos. Cuando le pidieron un pronóstico apeló a las evasivas para quedar bien con ambos. Uruguay ganó 4 a 2. “Lo de la final del ‘30 es hermoso. Carlitos fue a los dos campamentos, como decía la revista El Gráfico en ese momento. Le cantó a cada campamento temas que le pedían los muchachos. Cuando lo encararon los periodistas les dijo ‘no quiero que gane ninguno’. Tenía un profundo amor por Argentina y por Uruguay”, destaca el historiador.
En 1911 “Gardel y sus amigos comenzaron a frecuentar el Café de los Angelitos, en Rivadavia y Rincón, llamado así por los ‘angelitos’ de dudoso prontuario y otros personajes que venían de practicar box en el vecino Club Provincial”, escribe Pigna en su nuevo libro. “Pero lo que más le gustaba era el turf. Lo perdía”. Lunático era su caballo emblemático. Lo montaba su amigo Irineo Leguizamo. “Le cantaba a la noche, antes de las carreras, cuando iba a visitarlo al stud y se sentaba a su lado. Lunático sabía que llegaba Gardel porque él le empezaba a cantar desde unos metros antes. Tuvo otros caballos. Eso fue una pérdida grande de dinero. Ahí perdió parte de su fortuna”. Y después: “No terminó mal porque le entraba guita permanentemente. Era una máquina de hacer plata. Pero en algún momento tuvo que hipotecar su casa por deudas. No dejó una fortuna porque gran parte del dinero la gastó en las carreras y también en ayudar sin límites”.
Sus otros purasangre fueron La Pastora, Amargura, Cancionero, Theresa, Explotó, Mocoroa y Guitarrista. Su lista de canciones burreras es importante: Leguisamo solo, Preparate pa’l domingo, Paquetín Paquetón, Palermo, Bajo Belgrano, La catedrática, Soy una fiera, Polvorín, Leguisamo solo y Uno y uno. Pero ninguno caló tanto como Por una cabeza, escrito por Alfredo Le Pera. “Por una cabeza, de un noble potrillo / que justo en la raya, afloja al llegar / Y que al regresar, parece decir / no olvides, hermano vos sabes, no hay que jugar / Por una cabeza, metejón de un día / de aquella coqueta y risueña mujer / que al jurar sonriendo el amor que está mintiendo / quema en una hoguera / todo mi querer (...) Basta de carreras / se acabó la timba / un final reñido ya no vuelvo a ver / Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo / yo me juego entero / qué le voy a hacer (...)”.
Tanto lo perdían los burros que en la madrugada del domingo 17 de noviembre de 1918, antes de presentarse en vivo en un concierto en General Pico, La Pampa, junto a José Razzano abandonaron el hotel en un taxi que los dejó en Trenque Lauquen. De allí tomaron un tren a Buenos Aires. En el hipódromo de Palermo iban a competir Botafogo y Grey Fox. La promocionaban como La carrera del siglo. Sólo corrían esos dos caballos propiedad de Diego de Alvear y Saturnino Unzué. 100.000 personas vieron el triunfo de Botafogo por 70 metros de ventaja. Entre ellos, Gardel.