Después de la publicación de La marea sindical (Editorial Octubre, 2018) –una puesta en valor de la participación femenina en el sindicalismo argentino–, Larga distancia es la primer obra de ficción de Tali Goldman. Un libro de siete cuentos que alberga un conjunto de mujeres, en su mayoría viejas y judías, que tramitan y lidian con sus soledades devenidas en distancias geográficas, prejuicios, omisiones y silencios. Distancias que se miden en amor solapado entre mujeres, aborto –claro, clandestino—o en el vínculo madre-hija; mujeres llevadas al papel con la ductilidad que brinda el humor como herramienta narrativa y una escritura ágil que fluye con debida liviandad sobre el habla que profesan. Pero el mundo que llevan y arman mujeres no es el único punto de continuidad en los intereses de la autora. De la conversación para esta entrevista se recorta con precisión lo que para ella se vuelve denominador común, tanto en lo que atañe al periodismo como a la tarea en ficción: la escritura como oficio de ejercicio puro, la escucha como herramienta primaria, la lectura activa y poner la firma en las formas colectivas del hacer.

¿Cómo se produce el salto a la literatura desde tu mundo del periodismo como cronista?

-Siempre quise ser periodista, pero si me detengo a pensar te diría que lo que siempre quise es escribir y encontré en el periodismo el medio, o la plataforma, para ejercitar la escritura y convertirla en un oficio. Concretamente mi amor por la literatura empieza con Manuel Puig con una profesora del secundario, Verónica Pena, la nombro porque fue clave, lo puedo ver hoy en retrospectiva. El amor por la literatura empieza ahí con Boquitas pintadas, pero en el 2017 cuando entro a la Maestría de escritura creativa en la UNTREF siento que me pongo en real contacto con el mundo de la literatura, dos años en los que más que aprender a escribir aprendo a leer, descubro un montón de autores como Hebe Uhart, Aurora Venturini y tantos más a través de mis compañeros y docentes. Es el momento en donde se combina para mí un recorrido como periodista/cronista al que se le adosa la veta de animarme a escribir ficción. 

Sentiste que confluían esos dos mundos.

-Me apropio de todo aquello que voy descubriendo, empiezo a armar mi propio canon literario y me convierto en la lectora voraz que no era hasta la Maestría. Hoy le doy un lugar muy importante a la lectura, en esta cuarentena se volvió parte de mi labor, en lo periodístico y como escritora de ficción. Mientras era imperioso estar adentro encontré espacios que no existían en la vida pre pandémica, como el domingo a la mañana que para mí no existía y lo capitalicé en lectura. Me levanto temprano y me alegra cuando el reloj interno me da la posibilidad del día.

En este contexto pandémico, ¿cómo surge Larga distancia y su publicación?

-El proceso de Larga distancia arranca en 2018 cuando tengo que hacer una tesis para la Maestría. Las propuestas eran abocarse a novela, poemario, libro de cuentos y también proyectos de no ficción. Entonces decido no hacer crónica, no quería producir en un terreno conocido para mí. Un reto personal. No me animaba a encarar el proceso de una novela, que me parecía alejado, y pensé que el plano de los cuentos era más abordable. Igual me costó mucho, estuve mucho tiempo pensando ideas, como cuando pienso un sumario de notas. Fue un proceso interesante para mí, estaba muy enfocada en que tenía que tener una buena idea y hacía listas de cosas con ese objetivo. Hasta que tuve una suerte de revelación cuando para una de las materias Pablo De Santis nos propone hacer una entrevista y convertirla en monólogo. Armé un cuestionario para mi abuela, la fui a ver al geriátrico y como no escucha nada empezó a hacerme un relato sobre un aborto espontáneo. Me lo contó de una manera muy graciosa, cómica, era como un personaje de Puig, construyó un relato sin ninguna intervención con sus muletillas y palabras singulares. Escribí ese monólogo y ahí me di cuenta de que no tenía que buscar grandes historias, sino modos de contar cosas, no estar atada a las historias sino encontrar personajes con particularidades al hablar y empecé a bucear en las formas de esa escritura.

¿Cómo se llegó a la selección de los siete cuentos de Larga distancia? ¿Todos son producto de la tesis de Maestría?

-Algunos cuentos de la tesis quedaron afuera, otros encuentran su origen mucho antes de la Maestría y otros, como el último “Walking distance”, lo escribí especialmente. El primer cuento fue “Torta de naranja”. Cuando empiezo la maestría, Guillermo Martínez nos pide un cuento que ya tuviésemos escrito, yo voy con uno que era parte de un conjunto de croniquitas que llevaba al taller de Guillermo Saccomanno. Tenía 24 años, me había mudado sola y mis vecinas eran todas viejas, mujeres solas. Un proyecto que quedó trunco un poco por la falsa idea de pensar en la espectacularidad de una buena trama que encerrara a estas mujeres. Ya cursando, una tarde de verano me di un buen saque de Hebe Uhart y con todas ellas de fondo empecé a escribir de cero en hoja nueva. Escribí este cuento y se me abrió el universo de lo que hoy es Larga distancia: mujeres, viejas, judías. Los cuentos no son los mismos que conformaron la tesis, cambiaron lo suficiente como para crecer y publicarse. 

Casi podría decirse que es un libro que tiene dos mitos de origen.

-Me gusta decir que es un libro colectivo, super leído por compañeros, docentes, tutor de tesis y después por las editoras. Es un poco como concibo la vida también, los mejores procesos son los colectivos donde hay lugar para el intercambio de opiniones. Me gusta pensar la literatura así, y el periodismo también, las mejores notas son las que son conversadas con el editor. Mis notas, por ejemplo, siempre se las doy a leer a mi hermana, ella es mi primer lectora-editora. Nunca entrego una nota sin que antes alguien la haya leído antes. Y mis cuentos son lo que son por esas lecturas. Por sugerencias, por esas pequeñas palabras que siempre suman. El acto de escuchar en la tarea de escribir me parece fundamental. La escucha real y la ficcional. Atender al habla de los personajes, a aquellas personas de las que tomo la esencia del habla para volverlas personajes, pero también escuchar a tus lectores en el proceso. Pequeñas puntos y comas que siempre hacen que el texto crezca y tome vida.