Luego de asumir la presidencia del Mercosur, nuestro país transita una oportunidad única en un contexto inédito.
La integración regional latinoamericana se presenta como un desafío pendiente, un proceso en constante construcción. Con sus idas y vueltas, avances y retrocesos, la región nunca abandonó la voluntad del trabajo en bloque, de integrarnos hacia adentro, de insertarnos como unidad sudamericana.
Los últimos años mostraron diversas dificultades a nivel regional. Gobiernos inestables, giros hacia una derecha neoliberal y sin nuevas ideas, la dependencia de las democracias latinoamericanas a los resultados económicos, y la presencia extranjera buscando desarticular el diálogo interno en la persecución de concesiones comerciales y de los recursos naturales locales.
En medio de ese panorama, la pandemia de la covid-19 sorprendió al mundo y, sobre todo, al alicaído multilateralismo, poniendo en evidencia la falta de consenso y la necesidad de reformular los espacios multilaterales para su eficiencia.
En este marco, queda claro que nuestra región tiene pendientes el restablecimiento de la democracia en distintos puntos geográficos. Y que ese es un punto que deberá resolverlo por sí misma y sin injerencia extranjera. La integración sudamericana sólo es posible entre países que garanticen y defiendan la democracia para sus pueblos.
Hoy nuestra región cobra relevancia no sólo por la riqueza de sus recursos naturales, sino como proveedor y, de alguna forma, propiciador, para el crecimiento de países como China e India. Sin embargo, eso no debe nublarnos el planteo y la apuesta por objetivos de desarrollo autónomos, que respondan a las necesidades y características de nuestros diversos territorios.
Para ello, no podemos olvidarnos de la multiplicidad de actores que componen nuestra región y la capacidad de cada uno de ellos para traccionar el desarrollo. El Mercosur no puede ser concebido como un bloque inter-estatal, pues ha quedado demostrado el protagonismo de los gobiernos locales como provincias, departamentos, estados federados y municipios, que comienzan a ser artífices y responsables de su propio crecimiento.
De forma tal que para el Mercosur no debe bastar con apuntar hacia la conclusión del tratado de libre comercio con la Unión Europea y sumar como miembro pleno a Bolivia. Es imperante incorporar las economías regionales y su mirada a la integración puertas adentro. Trabajar en cadenas de valor regionales alrededor de la producción del bloque que permitan ir rompiendo el patrón centro-periferia que nos ha caracterizado como un actor exportador de materia prima e importador de manufacturas.
Fortalecer la infraestructura de conectividad (carreteras, ferrocarril, puertos) en nuestra geografía, ha sido un primer paso. Empieza, ahora, el reto de dar contenido y dinamismo a esa articulación, fomentando la conexión interoceánica de nuestra región a través de los corredores bioceánicos.
Pensar en vincular el sector minero, el agrícola y el sector de servicios requiere pensarse a largo plazo, pero la planificación debe comenzar hoy. Los países del Mercosur necesitamos superar la visión meramente extractiva de nuestras economías y pensar en atraer inversiones, generar desarrollo tecnológico aplicado y articular cadenas de valor regional, por ejemplo, alrededor del litio, potenciando el triángulo litiero que integran Argentina, Bolivia y Chile.
El complejo mundo cambiante y dinámico nos presenta un desafío, pero también una oportunidad sobre cómo queremos relacionarnos intra-Mercosur y cómo insertarnos internacionalmente. A la luz de los acontecimientos, los próximos seis meses de presidencia pro témpore argentina pueden significar un cambio en la mirada de cómo concebimos la integración y qué esperamos de ella. Una oportunidad de liderazgo regional para nuestro país con la visión de nuestro presidente, Alberto Fernández, para repensar la integración y el multilateralismo desde y para Sudamérica.
(*) Diputada nacional por el Frente de Todos de Jujuy.