Estamos acostumbrados a hablar de “las fiestas” para referirnos a estas fiestas de Navidad y Fin de año. Todos sabemos de qué se trata. La primera, Nochebuena y Navidad, que se reparte en dos días, siempre ha tenido una significación religiosa. Casi en todo el globo se festeja la Navidad y hasta en las guerras ha tenido el valor de una tregua. No importa cuál sea la religión que cada uno profese, se la festeja igualmente. De manera que su significación va más allá de esa religiosidad. Diría que tanto la Navidad como las Fiestas de Fin de año tienen el valor de un corte. De una suspensión del tiempo para realizar un festejo, en parte religioso, en parte pagano, en parte simbólico, estableciendo un antes y un después. 

La Navidad también forma parte de ese corte, porque no deja de ser la conmemoración de un antes y un después, entre la era pagana y la era cristiana, a la que todo el mundo se ha plegado aunque su calendario sea distinto como el de los chinos o los judíos.

Esa significación de corte es tanto colectiva como individual, lo cual no deja de ser lo mismo desde la perspectiva del inconsciente.

Este año que se nos va, ese corte, más bien real, ha sido producido por un virus cuya incidencia es tan global que ha hecho de una epidemia una pandemia. Un corte podríamos decir en una civilización, que es la nuestra, que se ha visto conmovida en sus presupuestos, hasta poniendo en jaque la convicción de su perduración sin más. Pero estas fiestas resisten a su embate. Aunque se las vea palidecer en su realización con limitaciones de todo orden para evitar sus consecuencias fatales. 

 Se escuchan opiniones diversas sobre estas fiestas, como decir que son distintas por ese motivo. Están quienes las rechazan pero que no dejan de participar de ellas, pues en la actualidad hasta pueden significar para muchos el corte con la pandemia misma.

A las plagas se les ha dado también un significado de castigo, desde las 7 plagas de Egipto bíblicas, la peste negra que castiga al oscuro medioevo, y otras, sin olvidar las pestes locales, como aquella en Tebas, relatada por Sófocles en su Edipo Rey. La peste que un pueblo tebano padece porque un crimen no ha sido pagado por quien lo ha cometido.

Las fiestas no dejan de ser también una manera de actuar un deseo de expiación, y de promesa de renovación de una pacto esperanzador. 

En las treguas de Navidad y Año Nuevo, nadie cree que las guerras hayan terminado, pero el corte es siempre una promesa de que lo imposible pueda ocurrir.

Así estamos ante las fiestas sin haber erradicado una peste, que no sabemos cuánto todavía padeceremos, aunque esperemos que el año próximo nos depare una novedad en tal sentido. 

Decía antes que también significan una renovación de un pacto con la vida. Está lo que muere y lo que vive, lo que perdemos y lo nuevo.

Estas fiestas, en definitiva, no parecen tan festejadas, parecen más serias, más reflexivas, más cuidadosas, menos ligadas a los excesos, característica esencial de las fiestas, por eso no tan fiestas si las definimos en relación a los excesos. 

Acontecimiento diría más despojado de emotividad, más simbólico que emocional.

*Psicoanalista. Coordinación Psicología Rosario12. [email protected]