Endeudarse no es positivo ni tampoco es negativo. Todo depende de la utilización de esas divisas. Si es para obras de infraestructura, o bien para importar bienes de capital que no se fabrican en el país, el endeudamiento aporta al desarrollo y crecimiento del país.
En cambio, en el caso de que se utilicen financieramente, es decir para la fuga de capitales tal como sucedió durante el gobierno de la alianza Cambiemos, sólo tiene como consecuencia la caída en la actividad productiva, más allá de algún período excepcional.
Sucede que en estos últimos casos, el ingreso de divisas produce un aumento en la oferta de dólares, lo que suele deprimir el tipo de cambio, produciéndose el denominado atraso cambiario. Este deriva en una baja en la cantidad y liquidación de exportaciones y una suba de las importaciones. En consecuencia, disminuye la producción nacional al tiempo que aumenta la competencia importada, lo cual destruye fuentes de trabajo en el mercado doméstico.
Se debilita entonces la cuenta Capital debido a que el pago de amortizaciones de la deuda implica una cada vez mayor erogación de dólares, muchos de los cuales son tomados a préstamo. Este último proceso no es infinito, sino que en algún momento se activan las alarmas de los acreedores y de potenciales prestamistas, con lo que se frenan renovaciones y no se producen nuevos ingresos de fondos originados en nuevos préstamos.
A partir de ese momento el ajuste es inminente, generalmente con el objetivo de disminuir las importaciones para obtener un superávit en la balanza comercial, lo cual lleva a una caída de la economía general y a una mayor desocupación.
A partir de la dictadura cívico-militar en 1976, el régimen económico estuvo anclado a ese modelo de endeudamiento. Así, hasta la crisis de 2001 la deuda externa creció en forma significativa, especialmente en la década del noventa. El ratio deuda pública/PIB alcanzó en 2002 el record del 150 por ciento.
Si bien antes del estallido de diciembre de 2001 y la posterior devaluación y suba en pesos de la deuda, el ratio era del 40 por ciento, esto se daba en paralelo a un formidable atraso cambiario, que no podía sino derivar en un salto abrupto de este indicador.
Lo cierto es que la megadevaluación de 2002 permitió recuperar el saldo positivo de la balanza comercial con crecimiento económico y, a posteriori, el aumento del PIB ya no vino asociado al endeudamiento y déficit de la balanza comercial, debido no sólo a un nuevo modelo económico que no requería de endeudamiento externo (se reemplazó por deuda intrasector público), sino también de una exitosa renegociación de la deuda.
La cancelación total de las acreencias, con su consecuente injerencia en la política económica, del Fondo Monetario Internacional y el sostenimiento de un tipo de cambio elevado, opuesto al retrasado de los noventa, lograron un crecimiento con superávit de la balanza comercial, que permitió que la deuda se sostenga en un 45 por ciento del PIB.
El contraste entre ambos modelos luce evidente, al observar lo regresivo del primero y lo virtuoso del llevado adelante a partir de 2002. Sin embargo, durante el período neoliberal de la alianza Cambiemos (2016-2019) se regresó a la vieja receta del endeudamiento, cuyo resultado fue que el mismo alcance el 90 por ciento del PIB. Lo que a su vez arrojó a la economía a un nuevo default.
Tal vez no se haya comprendido que el camino que alguna vez llevó a la profunda crisis, nunca podría conducir al éxito. O tal vez, los negocios de la alianza Cambiemos y sus empresas asociadas hayan necesitado de un nuevo ciclo de endeudamiento para atesorar dólares y fugarlos. En cualquier caso, el actual gobierno ya tiene sobradas pruebas de hacia donde convergen cada uno de estos modelos.
* Doctor en Economía (UNLAM).
** Magíster en Economía (Flacso).