Se vienen “las Fiestas”, siempre me interesó pensar el peso que tienen “las fiestas” en cada une de nosotres. No es sencillo extraerse de una obligación tan contundente de nuestra cultura: debes reunirte y festejar. Año tras año los debates familiares, dónde la pasás, con quién/es, los regalos, las compras, la familia, les amigues, les hijes, los padres, las madres, hermanos/as, cuñados/as, etc. Lista infinita de personajes y situaciones a resolver en dos semanas que además habrá que evaluar o responder también a cuestiones laborales, si es que las hay.
“Todos los años lo mismo”, me comentaba alguien el otro día. ¿Lo mismo en qué sentido?, pregunté. “La misma situación, qué si vamos a acá o allá; qué hacemos con mamá, la abuela, el abuelo, los que se separaron, los que se juntaron, etc”. Agotador, agobiante, un padecimiento más que una festividad. En la vertiente opuesta tenemos a algunes que se deleitan en el festejo, brindan su casa, abren sus puertas, adornan y decoran el lugar, ya que, además, el imaginario de “las fiestas” es amplio y si querés tenés hasta los cubiertos navideños o de “felicidades” por el año que vendrá.
La pregunta que suscita acerca de las fiestas no es nueva, es, como decía aquella persona, “todos los años lo mismo”. Sin embargo, este fue un año especial: serán unas fiestas que se instalan en medio de una pandemia. No podemos creer que estemos en el mes de diciembre porque aún no nos dimos cuenta qué pasó a lo largo de este 2020.
Me pregunto entonces, ¿cuál es la fiesta en estas “Fiestas”? ¿ni siquiera una pandemia puede poner freno a esa imposición compulsiva de festejar --quieras o no-- “las fiestas”? Al parecer no, la cultura de "las Fiestas" se imprime más allá de todo, aunque quizás no tengamos muchas razones para celebrar.
La repetición de ese “más de lo mismo” se renueva año tras año demostrando que por lo general la vivencia de las fiestas se ordenan en la demanda y son raros los casos donde aparezca el sujeto deseante que se pregunte ¿qué tengo ganas de hacer en estas Fiestas? En la mayoría de los casos, las personas responden “y bueno, no me voy a quedar solo/a en las fiestas, así que voy a ir”. Por más que ese ir implique reunirse con gente que le desagrade, que le incomode, o con gente que no tiene ganas de ver, simplemente porque no hay ganas.
Quedarse solo/a en las Fiestas pareciera conllevar un diagnóstico social de depresión. ¿Y si no hay nada que celebrar en “las fiestas”? ¿Ese sería un motivo de depresión? Una persona me contó hace muchos años que había resuelto hacer lo siguiente en una navidad: “me voy a quedar en mi casa, me voy a comer un vitel toné, voy a poner el aire acondicionado en 17º y voy a volver a ver El padrino I, II y III” y agregó, “el tema es que para hacer eso tuve que mentir: a mi novia le dije que lo pasaba con mi familia y a mi familia le dije que lo pasaba con mi novia, así nadie me rompe y no me tratan de depresivo”.
El problema fue entonces que en el lazo a les otres tuvo que mentir su verdad pero a la vez fue la única posibilidad que encontró de pasar “las Fiestas” tranquilo y despejar conflictos; parafraseando a Lacan: cada uno alcanza la verdad que es capaz de soportar.
Siguiendo esta huella lacaniana, podemos decir que los sujetos "no estamos sin una relación a la verdad”. Mentir la verdad tiene un lugar verídico --valga la redundancia-- en cada sujeto, pero no es sin costo: sentirse culpable por mentir a sus seres queridos para poder sostenerse. Quizás sería necesario ver en cada caso cómo se anota ese costo: si es un gasto o una inversión.
En líneas generales, la mayoría de las personas sostienen la creencia de que si en las fiestas la pasás solo/a “estás deprimido/a”. ¿Por qué sería así? Y aún más, ¿por qué sería así en un año donde enfrentamos una pandemia? ¿Por qué sería así en un año donde no se encuentran demasiados motivos para festejar?
No crean que estoy tirando abajo el espíritu festivo, por el contrario, lo que digo es que si "las Fiestas" conllevan un festejo, quizás tengamos que encontrar esos motivos para poder celebrar, quizás tengamos que ser un poco más genuinos con lo que nos da ganas de hacer, con lo que nos da ganas de festejar y con lo que no. Porque si todos los años te reunís con las personas que no tenés ganas de ver simplemente porque “son las Fiestas” al menos cabería la pregunta de ¿cuál es tu fiesta ahí?
“Las Fiestas” pasaron a ser una celebración obligada de ya no sabemos bien qué cosa. A veces coincide con un momento en la vida donde une realmente siente las ganas de festejar, pero a veces no es coincidente. Y en esos casos se relanza la apuesta exigiendo aún más: tenés que festejar, reunirte y celebrar, brindar a las 12, comer pan dulce, tomar champagne o sidra, y pasarla no bien, pasarla espectacular. Porque son “las fiestas”. Como dije en abril de este año, para un artículo de Página 12, “el mandato de ser feliz” redobla la apuesta en una exigencia que solo puede inscribirse como un malestar, una patada al estómago, una pata de elefante en el pecho, una angustia que lleva la marca de ese superyo que ordena “¡gozá!”.
¡Y cuánto sabe la neurosis de eso! Responde a esa demanda diciéndole “Sí, mi capitán”, desoye el deseo y continúa galopando por el sendero que se le ordene.
Quizás si bajamos la marcha y descansamos un ratito al costado del sendero podamos hacernos un espacio para preguntarnos en estas fiestas ¿cuál es mi celebración? ¿qué deseo suscita en mi, y en relación a les otres, el encuentro --o desencuentro-- en "las Fiestas"? Seguramente nos topemos, en un año tan extraordinario y por fuera de lo habitual, con las ganas de reencontrarnos, de hacer lazo a esos otres a quienes probablemente hayamos extrañado durante el ASPO. Pero si continuamos en la idea de “un más de lo mismo”, “otra vez la misma historia”, y esa pesadumbre y ansiedad que suele acompañar a "las fiestas” nos vamos a perder en una celebración ajena, sin encontrar cuál es "mi fiesta" o desde dónde acompañar y compartir la fiesta de los otros; de esa manera el malestar se reproducirá una vez más. Es el modo más habitual que se encuentra en la neurosis para desentenderse del deseo, responder a la demanda y entrar allí, en su circuito infernal.
Nuevamente, y también en "las fiestas", la brújula estará en escuchar las coordenadas de nuestro deseo.
Florencia González es psicoanalista, docente (UBA) e investigadora (UBACyT).