Durante el año 2006, la historia de Vicenta Avendaño, una mujer analfabeta del conurbano bonaerense, acaparó por un buen tiempo la atención de los medios de comunicación argentinos. Su hija menor, una adolescente con retraso madurativo, había quedado embarazada como consecuencia de la violación de un miembro de su propia familia, y el tortuoso recorrido de ambas mujeres a través de la burocracia estatal para conseguir un aborto para ella fue tan público como cruel.
La historia de Vicenta Avendaño sentó un precedente: casi diez años después, consiguió que la ONU condenara al Estado argentino por el manejo de su caso y gracias a ella se establecieron los protocolos de aborto no punible que hoy están vigentes. Sin embargo, su nombre ya había desaparecido hace mucho tiempo de la discusión pública, cuando la ley determinó en el 2006 que su hija no podría abortar y que el embarazo por violación debía seguir su curso. “A mí el caso me había impresionado mucho en su momento y lo había seguido de cerca. Pero la historia me empezó a interesar como película cuando me enteré de que Vicenta había logrado que su hija abortara en la clandestinidad con ayuda de organizaciones de mujeres, y además, había conseguido que las Naciones Unidas condenara al Estado argentino por cómo llevaron su caso. Fui al acto de reparación en el año 2014 y cuando la vi y la escuché no tuve ninguna duda de que tenía que hacer la película”, cuenta Darío Doria, que acaba de estrenar Vicenta, su cuarta película como director, un proyecto que recupera este caso emblemático pero que es también una rareza alejada de cualquier técnica de documental tradicional.
“La película tenia todo para ser un desastre: pobreza, abuso, aborto. Al principio no estaba seguro de cuál era la mejor forma de contarla. Sabía que usando material de archivo, entrevistas, no iba a quedar bien. Era demasiado dura, iba a ser muy difícil que la gente acompañara a Vicenta”, explica Doria. Por eso, después de varios intentos, Vicenta terminó siendo una inquietante recreación poética del caso, que recupera el archivo periodístico y las sentencias de la justicia, usando una extraña técnica artesanal: los protagonistas de la historia no son personas sino muñecos de plastilina tremendamente expresivos pero inanimados, que habitan una narración letárgica, silenciosa y densa, sostenida solamente con los movimientos de cámara y la iluminación. “Yo quería que el espectador estuviera con ella, que sintiera esos viajes eternos, esa demora eterna en que la justicia definiera algo mientras el embarazo avanzaba. Me encontré con el trabajo de Mariana y empezamos a probar, tampoco sabíamos si iba a funcionar esta técnica, pero haciendo los primeros intentos vimos que esos muñequitos lograban transmitir emociones. Es raro pero lo que hicimos en definitiva fue alejarnos del realismo para acercarnos a Vicenta”.
Curiosamente quienes dieron vida a la película —que se estrenó en el Festival de Mar del Plata, ganó el premio Fipresci en el Dok Leipzig y se puede ver hasta febrero en la plataforma Cine.ar— fueron dos mujeres que no pertenecían en absoluto al mundo del cine, sino al de la literatura. Quizás de ahí su extraña libertad. Mariana Ardanaz, ilustradora, encargada del arte de la película y sus personajes de plastilina, y Florencia Gattari, escritora, que fue co-guionista, venían ambas del universo de los libros infantiles. “Esta película llevó mucho tiempo, Vicenta Avendaño dio su autorización para hacerla pero no quiso ser parte del proyecto de ninguna manera. Yo repasaba tantas veces su historia que de pronto me encontraba hablándole al personaje: ‘Vicenta, te pasó esto, te hicieron esto’”, cuenta Florencia Gattari, que escribió un largo monólogo en segunda persona, un recurso raramente utilizado en las historias documentales, y que en la película fue encarnado por la expresiva voz de la cantante Liliana Herrero. “Lo que sentí fue que se podía probar eso que me pasaba como estrategia narrativa. En algún sentido permitía incluir varias cosas: lo que Vicenta se dice a sí misma, lo que el espectador siente, lo que dice un narrador indeterminado. A la vez me pareció que era una voz que tenía la posibilidad de ser más cercana, más habitable que la tercera persona”, explica Gattari.
La filmación austera y los personajes de plastilina en sus pequeñísimos escenarios efectivamente remiten a los viejos cuentos para niños, los inusuales y bellos detalles de animación, los ásperos (por momentos, desconcertantemente surrealistas) recortes de archivo de la época amalgamados en ese delicado universo artesanal y la suave voz de Liliana Herrero, inquietante aunque alejada del sobre dramatismo, contrastan extrañamente con el recorrido kafkiano y desesperante de la historia de Vicenta Avendaño: a través del aparato judicial, de los hospitales, de los trabajadores sociales, y de la sobre explotación mediática.
Sin duda, la película también estrena en un momento particular para esta historia. No solo en medio de la pandemia global —que los obligó a presentar el proyecto en formato online, aunque dicen sus creadores, eso también los acercó a un público federal que valoran— sino que en el momento álgido del debate por el aborto en Argentina que podría tener un veredicto positivo antes de fin de año. “El estreno de la película en este contexto fue casual, nunca estuvo en los planes. Pero que podamos presentarla acompañados de este dictamen en la lucha por el aborto es algo emocionante para nosotros”, dice Florencia Gattari, que como la mayoría de los argentinos siguió el caso de Vicenta Avendaño a principio de siglo y lo perdió de vista en el punto más alto de su drama. “Todos dejamos de enterarnos de esta historia de Vicenta cuando el Estado determinó que su hija no iba a abortar. El gran trabajo de esta película fue recuperar la parte de la historia que no conocíamos, que no fue mediática y que al mismo tiempo es la parte más significativa. La mirada del director es una mirada luminosa sobre una historia muy dura. Su recorte de alguna manera es la lucha y el triunfo de Vicenta. Una lucha que funciona”.