Una mañana de domingo, un poco dormido mientras tomaba café, el periodista y escritor Simon Worral leyó en The New York Times una nota muy extensa sobre la aparición de un poema inédito de Emily Dickinson en el año 1997. Worral sabía sobre ella lo que probablemente todo el mundo en Estados Unidos sabe con un mínimo de estudios preparatorios y acceso a wifi; que su poesía es tan importante como la de Walt Whitman y al mismo tiempo representa lo opuesto al poeta de Hojas de Hierba, un trabajo con lo cotidiano, con las formas breves y las canciones del mundo infantil. Allí donde Whitman prestó su voz al país, a las montañas y al mar, Dickinson creó un universo poético desde el interior de su casa en Amherst, Massachusetts (aunque no por eso menos potente). Dickinson escribió durante toda su vida sin salir de su casa aunque, en vida, no publicó ninguno de sus mil novecientos poemas que dejó dispersos en cuadernos cosidos por ella misma antes de morir.
La aparición de un poema inédito, decía la nota en el diario, generaba una gran expectativa en el campo literario de Estados Unidos. Toda la obra de Dickinson fue publicada de manera póstuma gracias a la amante del hermano de Emily, que al encontrar sus poemas de pura casualidad, quedó cautivada por el ingenio en el verso libre y la frescura del lenguaje. Esa publicación (la que llega hasta nuestros días) provocó un revuelo puertas adentro de la familia Dickinson que recuperaron los derechos de su familiar luego de muchos años de disputa legal. De modo que un poema desconocido era un motivo para ocupar varias páginas en el diario más importante de Nueva York. Simon Worral leyó que el poema había sido vendido por la prestigiosa casa de subastas Sotheby’s a un ignoto bibliotecario de la biblioteca Jones, en la misma ciudad de Amherst, que había logrado juntar el monto necesario (casi 21 mil dólares), gracias a los aportes de toda la comunidad, y se había hecho del papel con los versos perdidos de la gran poeta norteamericana. Devolverle a su ciudad un poema de Dickinson era para Lombardo una causa civil.
La historia hubiera pasado desapercibida si seis meses después Worral no hubiera leído en un recuadro de la contratapa del mismo diario que Sotheby’s le había devuelto la plata al bibliotecario. Se había comprobado que el poema de Dickinson era una falsificación. Worral recordaría años después en una entrevista el haberle comentado a su mujer, ¿qué chiflado se tomaría el trabajo de falsificar un poema de Emily Dickinson? Fue para él una pregunta retórica, porque pocos días después se encontró llamando por teléfono a un tal Dan Lombardo, de la biblioteca Jones, de Amherst, Massachusetts. Es decir, la persona que había comprado el poema y se había tomado el enorme trabajo y compromiso de juntar el dinero suficiente como para adquirirlo.
La historia que Lombardo le contó fue el puntapié para tres años de investigación cuyo resultado es La poeta y el asesino (Impedimenta), una historia que involucra falsificación, asesinatos, un operativo surrealista entre casas de subastas, que se remonta hasta los orígenes del cristianismo y se pasea por las historias de los falsificadores más célebres del mundo. Es que había un nombre propio detrás de la historia del poema falso de Dickinson: Mark Hofmann. El nombre de Hofmann no era desconocido para Worral, al contrario. Era uno de los falsificadores más intrigantes de la historia de Estados Unidos. Worral se convenció de que detrás de ese pequeño detalle había una historia para contar.
Para hacerlo se remontó a los orígenes de una religión muy particular: el mormonismo. Con el nombre de Hofmann aparecía la variante que el profeta Joseph Smith le había hecho al cristianismo a mediados del siglo XIX en función de su propia interpretación de las Escrituras. Según los mormones, luego de la muerte de Cristo, la Iglesia había sido secuestrada y se había convertido en la llamada “Gran Apostasía”. Toda la historia occidental había estado equivocada con respecto al cristianismo hasta el nacimiento de Joseph Smith en el año 1805. ¿Por qué la humanidad había vivido en una alucinación colectiva? Para demostrar la autenticidad, los mormones destacaban que Smith había tenido contacto directo con Dios; había restaurado el antiguo clero, y contaba con un fragmento suplementario de la Sagrada Escritura, El libro de Mormón.
El padre de Hofmann era de Salt Lake City, Utah, y por supuesto era mormón. Luego del nacimiento de Mark en 1954, crió a su hijo bajo las doctrinas de los mormones, una religión que el pequeño odiaría aunque le daría muchos réditos económicos. De chico, el hijo de Hofmann se había sentido atraído por la magia y los trucos de feria, pero su padre le había prohibido que se acercara a ese mundo, que no estaba tan alejado de la religón, después de todo. Mark Hofmann odiaba a la Iglesia de su padre pero se sentía atraído por la historia de Joseph Smith, aunque no por las razones que le habrían gustado a los miembros de la fe: Smith era un estafador, un maestro manipulador que había usado la magia y falsificación para hacerse pasar por profeta. Al menos así lo veía el propio Mark.
Una vez casado, y sin salir de Salt Lake City, Mark se probó a sí mismo: falsificó la llamada “Transcripción deAnthon”, uno de los documentos más importantes de los orígenes de la Iglesia Mormona, escrito en el año 1928. Para hacerlo, Hofmann usó peróxido de amoníaco y otras sustancias para envejecer la tinta (lo usaría a futuro en otras falsificaciones), sumergió el documento en gelatina luego de escribir los jeroglíficos y para simular los lamparones de humedad que suelen tener estos documentos, lo salpicó con leche y gelatina.
El hallazgo de la “Transcripción de Anthon” supuso el comienzo de su carrera como falsificador de una gran cantidad de manuscritos mormones aunque su verdadera intención, según Simon Worral, era la de destruir la Iglesia que tanto odiaba por culpa de las restricciones dogmáticas de su padre. Luego de que se produjera la venta exitosa del documento, Hofmann se convirtió en el rey de los mormones. Tuvo acceso a los documentos originales de la Iglesia en Utah, lo que le facilitó nuevas ideas para falsificar. Acondicionó su sótano con un laboratorio de fotograbado al aguafuerte para hacer planchas de cobre, la llenó con productos químicos y botes repletos de cálamos, la mayoría hechos con plumas de pavo que afilaba y cortaba él mismo.
En el breve espacio de cinco años, desde 1980, Hofmann “hallaría” más de 450 manuscritos que luego vendería a la Iglesia por cientos de miles de dólares. Su estándar de vida ascendió, y como le pasa a muchos falsificadores, que comienzan a no distinguir las normas morales, construyó un universo propio en expansión. Llegó a falsificar un documento conocido como “La bendición de Joseph Smith III”, en donde pretendía pasar por documento el que Joseph Smith bendecía a su hijo como legítimo heredero de la Iglesia. Dicho documento crearía una fractura interna dentro de los mormones, ya que gran parte de la Iglesia creía en que el continuador de las ideas del profeta era Brigham Young, luego de que Smith fue asesinado a balazos.
“El mercado del coleccionismo está valorado en unos treinta mil millones de dólares anuales ” escribe Simón Worral. Hofmann entendió que había un mundo más allá de los mormones; ese mundo tenía que ver con los manuscritos literarios. Se convirtió en ese “chiflado” que falsificaba un manuscrito literario para venderlo al mejor postor. Otros lo habían intentado ya con relativo éxito. Un irlandés norteamericano, llamado Joseph Cosey, había encontrado un manuscrito secreto del poema “El cuervo” de Edgar Allan Poe (aunque resultó que él mismo lo había falsificado) y en los años 30, un graduado de la universidad de la Ivy League, falsificó numerosos originales de Whitman, Heinrich Heine y William Carlos Williams. Hofmann se había probado falsificando la firma de Mark Twain en una dedicatoria y la de Jack London en otro libro que le regaló a un vecino.
En ese sentido, falsificar a Emily Dickinson, para un experto como él era como escribir la lista del supermercado. Las condiciones eran las ideales; muchos manuscritos perdidos, muchos poemas sin publicar, mucho misterio alrededor de una poeta que había hecho de su vida un cofre herméticamente cerrado en donde guardó su obra poética hasta el día de su muerte. Hofmann tardó muy poco en inventar un poema que pudiese ser confundido con los de su última producción. Y logró venderlo en la casa de subastas Sotheby’s, a quienes les había vendido por 31.900 dólares una carta de Daniel Boone, supuestamente escrita durante la Guerra de Indias. Si alguien hubiese examinado bien la carta, se habría dado cuenta de que llevaba la fecha del Día de los Inocentes.
Para cuando Lombardo logró recuperar el dinero de la compra del falso poema de Dickinson, Mark Hofmann llevaba varios años preso. Aunque no por falsificación (no directamente), sino por el asesinato de dos personas. Hofmann se había enredado demasiado en sus finanzas y se había convertido en el vocero y en el creador de las historias alrededor de sus documentos que falsificaba. Todo nuevo manuscrito mormón que aparecía lo emparentaba de algún modo, y su nombre comenzó a caer en desgracia. Ya no importaban las increíbles historias que inventaba para que los compradores confiaran en los papeles sin valor que adquirían para subastar o para coleccionar. En 1985, fue acosado por Steven Christensen, quien había comprado por adelantado un supuesto grupo extenso de documentos escritos por William E. McLellin, uno de los primeros apóstoles mormones que logró romper con la Iglesia. Hofmann cacareó bastante con tener esa colección que, de ser descubierta, terminaría por desestabilizar internamente el corazón de Salt Lake City. Pero Hofmann no tenía ni un documento para falsificar ni para apoyarse, y se vio acorralado por el reclamo del dinero que había gastado.
El 15 de octubre fabricó una bomba gracias a El libro de recetas del anarquista y asesinó a Christensen. Más tarde, en el mismo día, una segunda bomba mató a Kathy Sheets, la esposa del antiguo empleador de Christensen. La policía dedujo lo que Hofmann planeó desde un principio: que los dos atentados estaban relacionados por el inminente colapso de un negocio de inversiones donde Sheets era director y Christensen su protegido. De resultar su coartada --ficticia y osada-- Hofmann quedaría liberado de toda sospecha. Pero pocos días después, una bomba explotó en su automóvil debido a un accidente muy tonto, y la mira que espiaba la culpabilidad por los asesinatos se movió hacia él.
La policía entró en la casa de Hofmann en Salt Lake City y descubrió el secreto: en el sótano estaban todas las pruebas de sus falsificaciones, o mejor dicho, los originales de sus copias. Hofmann fue condenado a cadena perpetua en el año 1987 luego de declararse culpable por los asesinatos. El canon de Dickinson volvió a tener 1775 poemas. Ni uno más ni uno menos. ¿Qué determina la veracidad de un poema frente a otro, de un documento frente al otro? La poeta y el asesino vuelve a reflotar, en tiempos de Internet, el viejo debate moderno sobre autoría, firma y circulación. Worral señala en un momento de su libro que el verbo “to forge”, que en inglés quiere decir “falsificar”, viene del francés antiguo “forgier”, que significa “forjar, fabricar o formar”. En cierto modo, como dice Orson Welles (otro amante de la magia y de los trucos), que una obra posee las dos caras. Mentira y verdad, copia y original, ficción y realidad, forman parte de la misma moneda. Dice Welles: “los mentirosos profesionales nunca intentan faltar a la verdad. Y me temo que la palabra pomposa para llamarlos no sea otra que arte”.