Mininos brutalistas

“Tu dosis diaria de gatos y concreto”, reza la muy apropiada descripción que han calzado a su propuesta las creadoras de @cats_of_brutalism, cuenta de Instagram con poco más de dos meses de andadura, que supera ya los 26 mil seguidores. Han querido Emily Battaglia, Madelaine Ong y Michaela Senay, estudiantes de arquitectura de la Universidad de Búfalo, en Estados Unidos, “difundir un estilo a menudo denostado y subrepresentado: el brutalismo”. Según el trío, existen todavía almitas renuentes a este movimiento que tuvo su auge a mediados del siglo XX, cuyo nombre refiere al término francés béton brut(hormigón crudo), del que el pionero Le Corbusier fuera paladín. De allí que hayan apelado al as de espadas que siempre derrite voluntades: el minino. Con gatitos que suavizan y entretienen, han considerado las muchachas, se permea la perenne crítica a la dureza sensorial que genera el uso monolítico del hormigón; en especial cuando cada posteo incluye una mini bio del animalito magnificado. Porque sobre construcciones del estadounidense Paul Rudolph, del japonés Arata Isozaki, de la brasilera Lina Bo Bardi, del español Francisco Javier Saenz de Oiza, del argentino Clorindo Testa (¡presente el Banco de Londres y América del Sur en la cuenta!), habemus gatazos en tamaño mega que retozan a sus anchas, como si de King Kongs felinos se tratase. “Nos pareció un modo lúdico de interactuar con edificios brutalistas en pos de conectar con el público general, para llegar a gente que no solo fuese arquitecta o diseñadora”, explica la joven Ong sobre la cruza improbable, descaradamente absurda, decididamente encantadora, que ya le ha valido el visto bueno de publicaciones como el New York Times.

Pika shhhhh…

Para gustos los colores en materia de clips ASMR (respuesta sensorial meridiana autónoma, por sus siglas en inglés); es decir, esos videos que, de un tiempo a la fecha, amplifican sonidos prácticamente imperceptibles con la intención de generar una reacción placentera: desde susurros hasta el ruidito que hace un cuchillo afilado al rebanar un jabón, desde usar cotonetes hasta pasar las páginas de un libro o, por qué no, masticar un pepino. Pues este variopinto universo, con su pretendido efecto bienhechor que incluiría relajación y cosquilleos desde la cabeza hasta la espina dorsal, acaba de ampliar aún más sus gigantescas arcas. The Pokémon Company, empresa nipona que controla el merchandising y las licencias de la inagotable franquicia Pokémon, creó una insólita sesión ASMR con el más popular de sus personajes, Pikachu. Cuyo nombre, no está de más recordar, proviene de “Pika”, onomatopeya japonesa del rayo, y “chu”, ratón. Y es que, ¡claro!, qué podría destensar más que escuchar la agudísima, aniñada voz del roedor eléctrico, compañero de aventuras de Ash Ketchum, durante 15 minutos… En el video, la firma lo muestra repitiendo hasta el paroxismo su característico “pika, pika” mientras corretea y hace rebotar una pelota de plástico, y ya luego, dormitando, planchada la inquieta criatura mientras babea y repite entre sueños su limitado repertorio de palabras… Disponible vía Youtube, aclaran desde The Pokémon Company que para disfrutar la experiencia al máximo y lograr el efecto óptimo es conveniente usar auriculares. O pastar en campos más verdes, como las sesiones que subiera la empresa en el transcurso del 2020: la de un plácido Charmander descansando junto a una sonora fogata durante 30 minutos, o el cuarto de hora de Squirtle a la vera del mar, disfrutando de la playa mientras las olas rompen y rompen. ASMR para público fan que encuentra relax donde nadie más.

Gilipollas, rey de España

Desde la Madre Patria, habemus la cartografía menos pensada: un mapa que señala cuáles son los improperios favoritos según la región de España, a partir de un muy serio, muy relevante estudio realizado por la Universidad de Nebrija, con sede en Madrid. “A la hora de ofender, y a pesar de la riqueza de la lengua, hombres y mujeres de todo el país suelen escoger los mismos insultos”, no esconde su decepción el científico cognitivo Jon Andoni Duñabeitia, que lideró la investigación junto a la lingüista María del Carmen Méndez Santos. Y es que, tras procesar las respuestas de más de 2.500 personas de todas las comunidades autónomas, clasificarlas según su frecuencia de uso, la edad, el origen y el género del hablante, se toparon con una favorita total que no conoce de distinciones regionales: “gilipollas”. A la que le pisan los talones, dicho sea de paso, “imbécil” y “cabrón/cabrona”, en los correspondientes puestos dos y tres. “El insulto puede actuar como elemento cohesionador e identificador de una comunidad de hablantes, e incluso como una marca personal como la que en su día vestía las crónicas radiofónicas del periodista José María García, que empleaba expresiones como ‘abrazafarolas’ o ‘cantamañanas’”, señala el dúo detrás del proyecto. Pronto a enumerar otras puteadas muy recurridas; entre las más usadas “hijoputa/hijaputa”, “tonto/a”, “idiota”, “capullo/a”, “payaso/a”… “El listado continúa hasta llegar a los 83 insultos, mostrando que, pese a la gran riqueza léxica del español, a la hora de escoger nuestra ofensa verbal preferida no dejamos volar nuestra imaginación”, remachan los especialistas, que recuerdan -como si fuera necesario- “que el hecho de que una expresión pase de palabrota o grosería a alabanza a veces es cuestión de una sonrisa, una palmada o un tono concreto”. Y sí…

Ratatousical, imposible es nada

La chispa del fenómeno se prendió el pasado agosto: fue entonces cuando usuarios de Tik Tok con evidente devoción por la factoría Disney comenzaron a compartir espontáneamente canciones y coreografías de su propia autoría que rendían loas al entrañable Remy, ratita chef protagonista de Ratatouille, film animado de Pixar de 2007. Un chascarrillo, una broma, un desafío que rápidamente se convirtió en sensación viral, sumando más y más adeptos que, a veces en disfraz, fueron dando forma a sucesivos números en clave musical. A “Remy, la rata de mis sueños”, tema a capella de la tiktokera Emily Jacobsen, pronto le siguió una conmovedora balada interpretada por el héroe del estelar, el prestigioso Gusteau; un himno cómico en acordeón para su corpulento padre rata; un dúo de tango para la cocinera Colette y el torpe Linguini… Así, de a trocitos y en forma colaborativa, fue armándose Ratatouille, el musical que, contra todo pronóstico, debutará el 1 de enero en Broadway.

Ajá, tal como suena: parecía imposible que sucediera, pero pasó. La función especial, montada por única vez, estará disponible vía streaming por 72 horas desde su debut y despedida, y aunque Disney nada tiene que ver en la faena, tampoco meterá la cuchara sopera: la obra no oficial, también conocida como Ratatousical, después de todo, busca reunir fondos para artistas en paro por la pandemia. Pocos detalles se conocen aún, pero ya se ha anunciado que habrá actores/actrices profesionales de Broadway involucrados, y que el cash reunido con la venta digital de entradas se destinará a Actors Fund, organización sin fines de lucro que apoya a desempleados de la industria del entretenimiento. La productora detrás de la iniciativa, Seaview, con éxitos en cine y teatro, expresó en un comunicado que estaba impresionada por la forma en la que “una nueva manera de colaboración creativa” había rendido frutos y cautivado a millones en Tik Tok. Aclaró además que, en los créditos, figurarán los usuarios que participaron activamente del proceso. Un proceso que, a diferencia de lo que habitualmente acaece, no llevó años y años de ensayos y planificación: apenas unos pocos meses con altas dosis de entusiasmo para crear desde temas hasta carteles, también posibles escenografías para un musical hipotético que, increíblemente, verá la luz.