La palabra que resume las sensaciones que atravesaron las sociedades de Occidente este año es incertidumbre. La idea aparece en forma frecuente en los modelos y en la literatura económica pero 2020 la transformó en la protagonista del día a día.
La pandemia del coronavirus provocó una crisis sanitaria inesperada en el mundo desarrollado y emergente, mostró con el correr de los meses un comportamiento impredecible de los contagios y sigue generando más dudas que certezas para el próximo año.
La vacuna -aunque pocos se animan a asegurar una efectividad plena para frenar nuevos contagios, contener el desarrollo de nuevas cepas y recuperar la normalidad prepandemia- es una realidad cercana para los países ricos como Estados Unidos y los europeos.
En los países pobres todo se vuelve más complejo: las estimaciones indican que en torno del 25 por ciento de la población mundial no recibirá programas de vacunación hasta 2022. Se trata de la población que habita en regiones vulnerables.
En los últimos meses sobraron las declaraciones y las propuestas de una salida cooperativa para la crisis sanitaria pero en la práctica se repitieron los problemas de siempre. La capacidad para producir de los seres humanos es tan asombrosa como sus limitaciones para repartir los beneficios de esa producción en forma equitativa.
¿El único camino que le queda a los países pobres es esperar? Francis Bacon decía que la esperanza es un buen desayuno pero una muy mala cena. La frase aplicada al caso del coronavirus dice mucho. Puede mejorar el ánimo de la población pero no cura.
El contraste con las potencias maduras es notable: países como Canadá compraron cuatro veces la cantidad de dosis que necesita para vacunar a todos sus habitantes. Japón y Australia fueron en la misma dirección y en Estados Unidos predomina la idea de no entregar dosis hasta completar el plan de vacunación al 100 por ciento de su población.
Esto no implica que el mundo desarrollado tenga resuelto todos los problemas. A la crisis sanitaria se suma el interrogante de qué ocurrirá en estas economías en el mediano plazo. El impacto de la pandemia provocó un desplome de los mercados internos y la necesidad de aplicar medidas de estímulo impensadas hace un año.
Con unos pocos datos alcanza para entender la dimensión de la situación. El Congreso de Estados Unidos se encuentra al borde de aprobar un nuevo plan de estímulo por más de 900.000 millones de dólares (cerca de 3 veces el PIB de la Argentina).
Esta medida –que por el momento tiene dificultades políticas para su implementación- apunta a llegar a más de 14 millones de desocupados con un paquete de 300 dólares semanales por individuo y beneficiar con al menos 600 dólares al mes a individuos con ingresos anuales menores a 75 mil dólares.
Algunos economistas de renombre global plantean que incluso estos programas no serán suficientes para conseguir retornar al crecimiento, ponen en duda la sostenibilidad de las deudas norteamericanas y consideran inevitable la devaluación de su moneda.
En otras palabras: aseguran que los riesgos para la estabilidad de las finanzas globales se vuelven cada vez más importantes para los próximos años. Una de las lecciones del 2020 es que en la economía los pronósticos tienen una utilidad cercana a cero. Las cosas impensadas pueden ocurrir.
Pero sí es seguro que la preocupación por la capacidad de recuperación de las economías desarrolladas será uno de los grandes debates del próximo año. La vacuna puede ser la solución a la crisis sanitaria pero no a la incertidumbre económica.