Otra vez me toca a mí cerrar el año desde acá. Suele ser un honor, aunque considerando lo que fue este año se volvió una tarea imposible. Imposible encontrar las palabras exactas. Imposibles las explicaciones coherentes. Qué añito, señores. Cuántas pérdidas, dolores, palabrerío y delirios mediáticos.

Aun así, y como me debo a mis contemporáneos (ustedes, aunque no lo sepan), y ya que creo imposible encontrar las palabras exactas, acá va un cuento aleccionador aunque no exento de verdades porque esto sucedió realmente. Un cuento que nos puede enseñar que el futuro se puede revelar en muchos lados y a cada rato.

Iba el caminante (o sea yo) hacia la terminal de ómnibus para emprender un viaje que me llevaría a reencontrarme con mis hijos después de meses de separación cuando me topé con un velorio. Amalaya, me dije. Hubiera ido por otra calle, me dije luego. Pero en este 2020 ir por otra calle puede significar algo peor que encontrarse con un velorio. Por ejemplo apestarse.

Así que seguí adelante. Después de todo, si uno se encuentra con un velorio lo más probable es que sea de alguien desconocido. Pero a medida que me iba acercando iba viendo que afuera del velorio se amontonaban muchos conocidos. Entre ellos había una ex esposa, amigos y amigos de amigos.

Y también estaba mi proctólogo.

¿Había una señal que se me revelaba en ese encuentro o era simple azar? Luego de lo que pasó, a mí se me da que cualquier signo del universo es, como mínimo, una advertencia.

¿Debía salir corriendo? Lo pensé pero la curiosidad pudo más. Además no tenía tema para escribir esta honorable nota y pensé que toparse de casualidad con un velorio lleno de amigos era un buen tema. ¿Pero estaba ahí de casualidad o era el destino? Amalaya, me dije de nuevo again.

¿Dónde estaba la señal acá? Mejor dicho, ¿dónde estaba la enseñanza? Se me ocurrió que el viaje que yo iba a iniciar apenas pisara la terminal era la señal de largada de la reconstrucción necesaria desde las ruinas de esta puta realidad. Era volver a poner ladrillo sobre ladrillo de la casa que habitamos, cada uno la suya y a la vez la de todos. En mi caso esa reconstrucción comenzaría con volver a abrazar a mis hijos.

Quizá mis amigos afuera del velorio representaban la reconstrucción dispersa y desordenada, casi caótica, de las relaciones personales alteradas por la realidad. Quizá había una enseñanza alternativa en eso. El mundo se había reconfigurado sin nuestro permiso. Y ahora nos reunía otra vez sin nuestro permiso. Todo con la muerte como compañera ineludible.

Otra señal vendría a ser mi exesposa, hoy una amiga. Ella estaba ahí como un recordatorio de que esta prueba vital no había detenido el tiempo. La historia seguía adelante con las reglas de siempre, y en ese lugar cada uno seguía ocupando el rol de hace un año atrás. Al fin, todo seguía siendo un presente inapelable y un futuro oscuro. Pero, ¿qué representaba en todo este lío el futuro?

El futuro era mi proctólogo. Él era el 2021. Representaba la salud futura. La búsqueda de la salud necesaria para seguir adelante. Y representaba, sobre todo, la salud… con dolor. Dolor por vacuna o dolor por dedo en el culo. Dolor para sanar. O para no enfermar.

A la vez, todo esto se daba con el marco de una muerte imprecisa porque yo no conocía a la persona que velaban. Una muerte imprecisa pero a la vez tan presente como lo fue la muerte en estos meses, atacando acá y allá y volviendo cercano a los muertos ajenos. No había indolencia posible. No había forma de negarla. Cómo negarla si te la topabas a la vuelta de la esquina, de cualquier esquina, como una fatalidad o un azar que no da tregua.

También ese presente era un presente de confusión inevitable en estos días desquiciantes. Y acá la confusión la aporté yo cuando me bajé el barbijo para saludar con una sonrisota, como diciendo “acá estoy”, a quien resultó ser la hija de la mujer que velaban, que me miró con cara de “por qué te sonreís, boludo”.

Pero esa confusión también era aleccionadora. Era la enseñanza de que hoy no hay muerte anónima por mucho que uno la disfrace de tal. Hoy toda muerte es próxima, toda muerte es una tragedia, y desde allí deberemos partir hacia el futuro. Hacia ese 2021 que antes de darte una tregua te meterá el dedo en el culo hasta el fondo para decirte que te espera el año siguiente con más novedades para este boletín. Y al siguiente. Y al…

Mi proctólogo lo había entendido todo. Y me miraba como diciendo, “hagas lo que hagas, no te vas a escapar de la que se viene”. Yo iba a hacer lo que hago siempre que me cruzo con un médico en estos días: preguntarle si hay que vacunarse o no. Pero no lo hice. Temía que me dijera “no preguntes tonterías y te espero el martes en mi consultorio”. A lo que yo me reiría pero poco porque nunca hay que hacer enojar al proctólogo.

Al fin nos dispersamos. Cada uno a su vida. Unidos por las circunstancias, éramos al fin individuos en busca de lo indispensable: seguir adelante. La vida continúa, a pesar de todo. Y quizá el mejor plan sea no hacer demasiados planes porque a la vuelta de cada esquina hay sorpresas, de las buenas, de las malas, de las dolorosas. Un cumpleaños, un velorio, un reencuentro. Risas y llantos.

Yo saludé al voleo y me fui hacia mi destino: mis hijos. A lo lejos vi que mi proctólogo me saludaba con una mano en alto. ¿O era sólo con el dedo?

 

 

 

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