El conductor de un viejo programa de tango tenía como latiguillo “un corte, una quebrada y ya volvemos”. Una llamada a la tanda publicitaria. Pues bien, el tango de 2020 hizo una pausa bastante larga, varios de sus espacios quebraron y, tras promocionar cuantos rebusques hubo a mano, lentamente empieza a volver la actividad al sector. El protocolo para shows y milongas, recientemente aprobado por la Nación (y al que cada jurisdicción deberá adherir), habilita estos rubros bajo condiciones muy puntuales. Los músicos tuvieron un poco más de suerte, con la temprana apertura de espacios para transmisión por streaming y el tiempo dedicado a los estudios de grabación (que, avances tecnológicos mediante, en algunos casos se trasladaron a los hogares de los propios artistas).
Para la mayoría, fue un año en suspenso. Con la pandemia desatada, las milongas cerraron su actividad nueve días antes del aislamiento social preventivo y obligatorio que decretó Presidencia el 20 de marzo. La situación desnudó la precariedad económica y laboral de bailarines y músicos, que en el mejor de los casos pudieron pilotear la situación con las clases online, pero que en muchos otros debieron recurrir a rebusques para ganar el mango o a la solidaridad de sus colegas. El colectivo Trabajadores del Tango Danza, por ejemplo, entregó centenares de bolsones de comida y artículos de primera necesidad.
Del lado empresarial, en tanto, primó el sálvese quien pueda. Y de las autoridades gubernamentales, una reacción lenta, en el mejor de los casos. En el peor, como es el caso del gobierno porteño, la situación derivó en un enfrentamiento abierto que tuvo su climax ante la realización de un Festival y Mundial Tango BA virtual a espaldas de la comunidad tanguera. Para el encuentro, el ministerio de Cultura ni siquiera contrató a su equipo de producción habitual y dejó que su director, Gabriel Soria, pusiera la cara. Si todos los años hay polémicas y críticas a Tango BA, la actitud del gobierno porteño abroqueló al sector, que respondió vaciando el evento de sus principales figuras tanto de la danza como de la música. En algunos casos, el frente de conflicto se mantiene. Por ejemplo, hasta hace poco desde la Asociación de Organizadores de Milongas reclamaban airadamente que muchos de sus asociados aún no habían cobrado el subsidio BA Milonga.
La necesaria extensión de la cuarentena, por otro lado, derivó en la aparición de eventos “clandestinos”. Algunos de una clandestinidad extraña: milongas en plena tarde en plazas céntricas. La situación no escaló particularmente, pero empieza a percibirse cierta tensión entre quienes llaman a esperar la normalización de la situación y quienes organizan estos espacios. El protocolo aprobado por Nación debería traer cierta calma, pero lo cierto es que la mayoría de las milongas no podrán cumplir con los requisitos de espacio, distancia y ventilación, y eso sin contar otras exigencias, como las de la pareja fija, el registro y los turnos de asistencia. La normativa sirve sí para dar tranquilidad y marco legal y de actuación a la actividad docente, que se había limitado a la esfera privada y a la buena consciencia de docentes y alumnos.
En cierto sentido, tanto la pandemia como la poca o mala respuesta oficial provocaron un efecto inesperadamente positivo: los actores del campo que no estaban aún agrupados en alguna asociación se acercaron a sus pares o montaron la propia y luego se armaron asociaciones que agruparon a esas instituciones. Así, el mundillo del tango ratificó algo que ya había demostrado cuando las clausuras de hace unos años: ante la adversidad, reacciona con organización y proyectos conjuntos, como la Encuesta Federal de Trabajadores del Tango.
Es cierto que aún le falta mucho recorrido a estas uniones y la consolidación de los espacios (hay no menos de media docena de asociaciones de músicos, algunas sorprendentemente específicas). Pero no es menos cierto que de su trabajo conjunto surgieron algunas iniciativas interesantes. Por ejemplo, la CAT (Compositorxs y Artistxs de Tango) convocó a bailarines y milongueros a filmarse bailando tangos contemporáneos, para subir a sus redes. La respuesta superó toda expectativa y recibieron una treintena de colaboraciones, que se suman a los múltiples videoclips que lanzaron este año las bandas. Una conjunción que derriba el lugar común de que al bailarín y al milonguero no les interesa el tango contemporáneo. Además, recientemente la misma agrupación lanzó el canal de Youtube “Sonido Tango”, con varias emisiones que trazan un panorama muy completo de la escena desde el punto de vista musical.
Las redes sociales jugaron un papel central en todo el proceso. Por un lado, ayudaron a trazar una vista general del tango, ya que proliferaron los programas especiales, los ciclos de entrevistas y los youtubers tangueros produjeron más que de costumbre, en algunos casos con notable calidad. Destacaron aquí el instagram “Ni es cielo ni es azul”, las entrevistas “De qué va el tango de hoy” y las “milongas virtuales” de la Orquesta Atípica La Empoderada. Las redes también ayudaron a conformar grupos de trabajo e incluso impulsaron protestas, como el “Tangazo”.
Pero además, y ante la falta de recitales en vivo, el principal punto de venta de los CDs, el streaming de plataformas como Spotify, Bandcamp, Apple Musica o Youtube se erigió en la primera opción para los melómanos. Esto permitió disfrutar de unos cuantos lanzamientos, entre los que vale destacar Arcadia (Astillero), Labia (Alto Bondi), Tango improvisado (Colángelo/Luciani), La guerra es adentro (Alejandro Guyot), Pretérito Imperfecto (Di Raimondo-Gandino), El tango no murió ni va a morir (Tango Fiero) y los Eps Las doce y no hay novedad (Trío Piraña) y Veinte veinte (BIFE). Muestras de que, aún con el mundo cayéndose a pedazos, el tango está bien lejos de tocar sus notas finales.