La historia de Empalme Graneros es la de un barrio obrero que confió en la organización popular para reclamar y resolver sus necesidades. Esa historia viene asociada a nombres de varones, aunque ellas siempre estuvieron ahí. El 25 de noviembre salió a las calles del barrio de 65 mil habitantes el corredor violeta que se formó a partir de una red de organizaciones para trabajar sobre violencia machista. “Propusimos ponerle un nombre al corredor, el nombre de una mujer que sea referente del barrio, pensar entre todas eso. Lo estamos votando todavía”, cuenta Paula Etchart, trabajadora social del centro de salud Juana Azurduy. El mismo “Juana” como le dicen en el barrio está ligado a la lucha de las mujeres: el germen fue la organización feminista Indeso, que trabajó allí desde los comienzos de la democracia. Este año, con carteles de Ni Una Menos y barbijos violetas, el Día Internacional de Lucha contra la Violencia hacia las Mujeres (y las identidades feminizadas) hicieron visible trabajo que vienen desarrollando casi en forma subterránea, como una malla que se trama desde el afecto nacido de la tarea común.
“Es un proceso que empieza en 2018, cuando en el centro de salud veíamos la cantidad de mujeres en situación de violencia que llegaban, y lo complejo que se hacía el abordaje uno a uno, lo complejo, ineficiente y desgastante que era para los equipos. Ahí surgió desde el centro de salud la estrategia de armar algo territorial, más institucional, con un abordaje de otra forma, e involucrando las organizaciones que hay en Empalme, que son un montón”, repone la historia Etchart, trabajadora social del Juana Azurduy, ubicado en Fraga y Génova.
Etchart recuerda que “Empalme tiene la riqueza de que históricamente ha trabajado por sus derechos, desde las inundaciones históricas, con mucha capacidad de organización. Teniendo esa riqueza en Empalme, desde el centro de salud considerábamos que era una pena estar desarticulados, sobre todo con una temática que llegaba cada vez más”, sigue la historia de esta acción colectiva que fue tomando forma en el hacer. “Convocamos a los partidos políticos de Empalme, que son un montón, a los clubes, a las bibliotecas, a Desarrollo Social, las escuelas, los jardines, la vecinal de Empalme, que es muy reconocida, muy antigua en el barrio, la organización social Causa, las chicas que militan en La Poderosa”, sigue el relato Etchart. Tras ese proceso, conformaron un corredor violeta que termina en el centro de salud de calle Olavarría, en la zona conocida como de “la hermana Jordán”, donde trabajaba la religiosa María Jordán.
Cuidadores sociales
Mariana Margherit también es trabajadora social del “Juana”. “En 2018 surgió la idea de cuidadores sociales, a partir de cantidad de situaciones de violencia de género que escuchábamos diariamente. Entendimos que era necesario poder pensar alternativas de intervención desde esta perspectiva de género y construir comunitariamente modos de abordaje. Lo que nos propusimos en ese momento como objetivo era formar grupos de referentes del barrio en la temática de violencia de género y construir un circuito de intervención”, se enlaza el relato.
La propuesta encontró respuesta inmediata de referentes y organizaciones del barrio. “Lo que hicimos fue armar distintos encuentros quincenales a lo largo de un año y a esos encuentros convocamos a las organizaciones. Tenían que ver con formación en relación a cómo intervenir en situaciones de violencia, cómo acompañar, cómo prevenir”, sigue el hilo Margherit.
Una de las inquietudes que las llevó a armar esa estrategia que constatar que muchas veces, las respuestas urgentes eran necesarias en momentos en que el centro de salud estaba cerrado. “Surge a partir de situaciones de violencia que se daban los fines de semana, y nos preocupaba que, si no estaba el centro de salud abierto, y no podíamos trabajar, o no había alguien en ese momento, cómo hacíamos para articular entre todos, entendiendo también que es una problemática que tiene que involucrar a toda la población”, cuenta Margherit.
Las preguntas acuciantes eran “qué hacer, cómo generar una red de contención, en aquellas situaciones donde estalla una situación de violencia hacia una mujer, cómo desnaturalizar también situaciones, cómo generar procesos de desnaturalización y cuidados entre vecinos y vecinas y cómo cuidarnos y cómo cuidar”, relata Margherit. El recuerdo que comparten con Etchart es que “fueron varios encuentros, hubo mucha participación. La verdad es que fue una experiencia muy linda, porque participaban gente de las organizaciones, de las instituciones del barrio, pudimos conocernos entre todas”.
La convocatoria encontró recepción en quienes transitan el barrio. “Bienvenida y en buena hora la iniciativa de trabajar de manera articulada e integral. Las organizaciones sociales de alguna manera fuimos convocadas y estamos contenidas en este espacio”, cuenta Ani Abreu, militante de Furia Feminista, espacio de la organización social Causa, que habita territorialmente “las trincheras de Empalme” desde hace cuatro años.
Una conexión muy fuerte
En total son más de una decena de organizaciones, pero en la entrevista participan unas pocas. Gloria Rogalsky pertenece al club Reflejos, que también impulsa el centro cultural La productora, en Génova al 2400. “Abrimos ahora un merendero, con la idea de tener talleres, trabajar con los jóvenes y con las mujeres en violencia de género”, cuenta la militante, quien subraya “la necesidad que había” de una red.
La experiencia de Gloria suma otras tonalidades al corredor violeta. “Armamos un grupo de mujeres que en ese momento éramos ocho, y de a poquito fuimos sumando a todas las instituciones y fuimos haciendo un grupo en el que hoy somos 65. Está también participando el Hospital de Niños Zona Norte, nuevos comedores, merenderos. Hay asistentes sociales, muchas maestras, que son importantes, porque son las que reciben los reclamos de las mamás, cuando hay violencia de género en la propia casa y no pueden hacer nada. Se fueron sumando muchísimas mujeres y en general nos ayudamos, tanto por violencia de género, como con las vacunas, con el DNI que los chicos tienen vencido y con la pandemia se agravó más. Hicimos una conexión entre todas que la verdad que es fuertísima. Por ahí son las 8 de la noche y estamos hablando con las chicas por algún problema que surge en el barrio”, cuenta la experiencia.
Feminismo popular
Si los nombres de las mujeres no aparecen en la historia de Empalme Graneros, las integrantes de esta red saben que están haciendo historia. “Es loco pensar que en Empalme se está generando o impulsando un feminismo popular. Nuestros feminismos discuten vivienda, economía popular, sostienen los comedores. Incluso llega a la posibilidad de pensarse en por qué no organizar métodos alternativos para pelear contra la violencia, y generar alternativas”, expresa Abreu. Así desarrollan sus tareas con cooperativas de trabajo y articulan “más que nada con mujeres, porque son las que sostienen el día a día, la discusión de seguridad, de vivienda, de un montón de cosas”.
La clave, para esta militante social y también abogada es “saber que hay una red de contención, que si tengo una piba que viene a un taller con nosotras y tiene un problema de adicciones, puedo ir a hablar con las compañeras de otros lugares, y decirles necesito tal cosa para que esta muchacha pueda estar bien, o decirle a Gloria que tengo dos pibes que necesitan una beca. Saber que hay un vínculo que genera, siempre de manera subterránea, en nuestros territorios y que nos desafían a pensar feminismos populares, de protagonistas diferentes. Me parece que es re interesante lo que se está armando”. Abreu subraya cómo es la acción común la que impulsa estas construcciones. “Nuestro vínculo es superador, porque viene desde el amor, del afecto y otras cosas que nos superan y nos hacen poderosas a nosotras mismas”, afirma.
La cuestión no es ser receptoras de pedidos de ayuda, sino encontrar formas de abordar esas situaciones que conocen por ser parte de la vida del barrio. Y encontrar respuestas donde tienen que estar. “No tuve experiencia de personas que vinieron a solicitar una ayuda, sí de las pibas con las que nosotras trabajamos, de situaciones que merecen nuestra participación articulada. Creo que es la respuesta que se tiene que dar. Yo trabajo en una organización social, pero sé que las intervenciones y la forma de solución va a venir de la mano del Estado. Y tiene que ser así, y si nosotras podemos acompañar ese proceso, es zarpado”, afirma.
Cuando se le piden ejemplos concretos, cuenta. “Teníamos hace poco una piba que le habían matado a la pareja en un conflicto de armas y cosas así. Y la piba iba al taller, estaba participando en la cooperativa de textil. Yo caí al centro de salud, hablé con Paula y le dije ‘mirá, está esta muchacha, esto sucedió’. Paula al toque habló con la psicóloga para tratar de darle una mano. Yo creo que es una forma. Y después nos pasa que en nuestra cotidianidad, alguna tiene que entrar a la casa de una vecina a sacar una piba golpeada. Nunca se trabaja en soledad, porque si no, no tendría sentido. Nosotras sabemos que lo superador de esto es la comunidad, el vínculo entre nosotros, y la continuidad de la respuesta”.
Margherit suma cómo esa acción continua y articulada genera nuevas realidades. “Lo que rescato en estos espacios, más allá de la participación institucional y de organizaciones, es que por ejemplo a la red de cuidadores, nosotros invitamos a mujeres que habían atravesado situaciones de violencia y habían podido salir. Las invitamos para que puedan ellas también acompañar a otras mujeres. Y estas mujeres empezaron a participar de las marchas, como las del 8 de marzo, a las que habían ido nunca y se encontraban preguntándome cuándo es, adónde se concentran. Me parece que eso es valioso de la participación de las mujeres”.
Respuestas situadas
Si el periodismo tiene tendencia a la generalización, la acción comunitaria requiere todo lo contrario. A las preguntas sobre cómo actúan, Etchart es contundente. “El circuito depende de la singularidad de cada situación. Puede llegar al club, puede llegar al centro de salud, puede llegar a un comedor, y decir bueno, no sé, casi siempre tratamos de transversalizarlo con el Teléfono Verde, con todo el programa de atención. Si es necesario un refugio, o por ejemplo, sabemos los días que Gloria en el comedor tiene refuerzo alimentario. O necesitamos que llegue al refugio Casa Amiga y no hay cómo, la secretaría de Salud tiene convenio con una empresa de taxi, que la vaya a buscar. Sabemos que milita en Causa, bueno, Ani, vos la conocés, tratamos de ir articulando para más o menos cubrir la integralidad de la situación, desde lo socioeconómico, desde la vivienda”, describe una tarea que es colectiva y abarca la complejidad. Como “Ani” Abreu es abogada, también cuentan con ese recurso.
Etchart suma un elemento que también revela cómo los centros de salud son lugares privilegiados para la acción comunitaria. “Nos conocemos, en eso está la riqueza. Conocemos el barrio. Yo estoy coordinando el centro de salud, y me llegan todos los días las listas de las personas hisopadas positivas, a mí me llama la atención el nivel de conocimiento de la población que tenemos, porque hay 10.000 historias clínicas en el Juana. Pero me llega fulana de tal, y yo digo uy sí, está embarazada, vive con esta que es de riesgo, o le pasó esto. Eso es una riqueza a la hora de intervenir, porque estamos donde se desarrolla la vida cotidiana de las personas”, desarrolla la trabajadora social.
Abreu suma una experiencia bien reciente. “El domingo a las 3 de la mañana me llamó una chica, que la acababan de cagar a chirlos a su hermana, y así se empieza. Nosotras vamos a buscarla, tratamos de contener, de hablar, mostrarnos presentes físicamente, manifestarles que no están solas, que no estamos solas porque a nosotras también nos interpela y aprendemos un montón de cada situación”, relata. De esas situaciones nace también la tan mentada des-naturalización. “Cuando una se pone a indagar un poco entre sus historias, así empiezan nuestros vínculos, desde lo cotidiano. Una cuenta ‘a mí también me pasó’… Y así una empieza a generar ese vínculo que sana, que ayuda a superar”. Y retoma a Etchart. “Paula lo dijo bien claro, cada situación se da de manera diferente y se aborda de manera diferente, con las herramientas que vamos generando entre nosotras mismas. A veces es que no tiene que comer o que le quemaron el rancho, o que tenés que estar atenta toda la noche para ver si el chabón no vuelve después de que hiciste la denuncia. Cada situación va generando sus propias respuestas”, subraya Abreu.
Pintar de violeta el barrio, entonces, no es una propuesta cosmética. “Lo que hicimos el 25 de noviembre, con el corredor que quedó entero violeta. Yo estaba muy orgullosa porque veía Génova y Provincias Unidas, con globos en los semáforos, que inflaron las chicas del club Reflejos, más pasacalles, pancartas. Las mamás que iban al centro de salud, o a las escuelas, o a buscar la comida a los comedores, preguntaban por qué hoy, qué pasa hoy”, relata Margherit y subraya el valor de instaurar estas fechas “para que no pasen desapercibidas”.