El campo, los alambrados, un escenario de rock y un océano humano viscoso y movedizo hasta el horizonte. Be here now: aquí y ahora, la imagen remite al (ay) tsunami de gente que Indio Solari convocó en Olavarría, pero no. Es Inglaterra, es 1996 y Oasis mete medio millón de personas en Knebworth, un poblado rural a una hora de Londres. Así abre Oasis: Supersonic, el caliente e íntimo rockumental de 2016 que muestra a los hermanos Noel y Liam Gallagher cuando todavía eran fabulosos: juntos, ganadores, cancheros e irresistibles on stage.
La peli que acaba de subir Netflix se ahorra los discos fofos, los instrumentales aburguesados, los cambios de formación, los faltazos, los portazos y el chau en fade out. Todo lo que valió la pena de Oasis ocurrió en estos tres años que muestra el documentalista Mat Whitecross: dos discos opulentos, dos shows demenciales y todos los hits que pueden contar los dedos (sumados) de las manos de Noel y Liam.
Y con el plus que brinda cierto tono de relato “oficial”: un gran archivo de fotos, VHS hogareños, ensayos, emotivos rescates de la clase trabajadora de la banda (Bonehead, Guigsy, Tony McCarroll), anécdotas de Mamá Gallagher y del Hermano-No-Rocker de Liam y Noel, y videítos de cuando Noel era plomo de Inspiral Carpets y los acompañaba a Argentina.
Sin rigor cronológico ni conclusión, el documental emula el Oasis que le gusta a la gente: rock des-intelectualizado, choborra y futbolero, sin búsqueda forzada de mensaje pero con canciones que son puestas en escena para la llegada de estribillos espectaculares. Porque cuando empieza cualquier estribillo en Knebworth, cuando la guitarra del big brother da pie para que la voz del menor se estire, ahí te la pusieron. Cada vez que sale al escenario Su Majestad, El Estribillo, se entiende que Oasis fue mucho más que puteadas a otras bandas o fotos con Carlitos Tevez. Sólo te pido que se vuelvan a juntar.