Del hecho y su contexto se cumplen cuatro décadas en este verano pandémico. Entre fines de 1980 y principios del ’81, Carlos Alberto Lacoste todavía diseminaba el terror en un fútbol argentino donde su palabra era una orden que debía cumplirse. Aún así, había dirigentes que desobedecían. Pablo Pirulo Abbatángelo, exsecretario general de Boca, fue uno de ellos. No aceptó que Diego Maradona fuera a jugar a River como pretendía el marino. Ubaldo Matildo Fillol contó por TV en abril de 2018 el apriete –varias veces difundido– que recibió del vicealmirante para renovar su contrato con la institución de Núñez. Pero la historia del médico y directivo boquense no se conocía hasta hoy. Su hijo, también llamado Pablo, arquitecto y heredero de su legado –La Bombonera, la más antigua de las agrupaciones del club– dio testimonio del episodio en que su padre lo enfrentó. Lo hizo ante la Comisión de Trabajo por la Reconstrucción de Nuestra Identidad del Ministerio de Obras Públicas. Un espacio de memoria que funciona en los pisos 1° y 2° del edificio de Corrientes 1302, esquina Talcahuano. En esas oficinas existió el EAM ’78 que lideraba el militar de semblante tan avinagrado como marcial. Lo comprobaron los actuales empleados del lugar cuando advirtieron que llegaba una factura de ABL de la CABA a nombre del “Estado Nacional Argentino M.78”.
Abbatángelo (h) se conmovió cuando le compartió a Julián Scabbiolo, coordinador de la Comisión, lo que le había confiado su padre. Éste último repara desde 2011 los legajos de los trabajadores del Estado desaparecidos durante la dictadura del ’76 junto a sus compañeros de militancia. Pablo situó el acto intimidatorio de Lacoste entre fines de enero de 1980 y la primera quincena de febrero del ’81. En diciembre de ese año el militar llegaría a ser presidente de facto durante 11 días. En la declaración voluntaria del arquitecto se lee:
“Me citó Lacoste y me dijo que Diego en Argentina solo podía jugar en River”, le confesó su padre, al que describe consternado. Su hijo le respondió con una pregunta: “¿Y vos que le dijiste?”. “Bueno, eso que lo decida Diego y él me contestó. ‘Eso se decide acá y ahora’”. “¿Y entonces?”, volvió a consultarlo Pablo. “Traté de cambiar de tema y me dijo: en River o nada”. Ésta fue la respuesta que el vicealmirante le dio al médico, en aquella época integrante del Instituto de Servicios Sociales Bancarios ubicado en Talcahuano y Viamonte, a tres cuadras de las dependencias del EAM ’78. A su orden la completó con un gesto inequívoco: la señal de la cruz.
La última pregunta que formuló Abbatángelo en aquel diálogo con su padre (h) fue: “¿Qué van a hacer?”. Él mismo se respondió en su declaración ante la Comisión: “Papá con un gesto característico de él tirando el mentón para abajo, ese de, qué se yo… me explicó: ‘ya tenemos todo arreglado, qué sea lo que Dios quiera’”. El pase finalmente se concretó y Maradona debutó en Boca el 22 de febrero de 1981. Lacoste no se salió con la suya. Abbatángelo llevaba pocos días en la comisión directiva boquense. Había accedido al gobierno del club por primera vez en la historia después de una larga oposición a Alberto J. Armando, presidente de manera ininterrumpida entre 1960 y 1980.
El empresario madrileño –nacionalizado argentino – y máximo dirigente de la Asociación de Fabricantes de Dulces, Conservas y Afines, Martín Benito Noel, le había ganado las elecciones el 14 de diciembre de 1980 al candidato oficialista Pedro Orgambide. El primero sumó 4.631 votos (49,85%) contra los 1.813 (19,51%) de su rival y pretendiente a continuar el extenso mandato de Armando, un concesionario de automóviles Ford que había manejado Boca a su antojo durante la etapa del llamado “fútbol espectáculo”.
En su declaración ante la Comisión de Trabajo por la Reconstrucción de Nuestra Identidad, el arquitecto completó su exposición con una reivindicación de cómo se mantuvo vigente –aún durante la dictadura– la democracia interna en los clubes: “…nunca tuvimos una señal de aquella amenaza que vista a la distancia trató de amedrentar a un dirigente deportivo que estaba cumpliendo con el compromiso asumido con sus votantes en la campaña electoral. Es dable destacar que en esos momentos oscuros de la vida institucional argentina en donde nuestras libertades estuvieron cercenadas y no teníamos la posibilidad de elegir y ser elegidos, en nuestros clubes los procesos democráticos jamás se interrumpieron convietiéndose en bastiones de resistencia a poderes autoritarios”.
Abbatángelo cerró su testimonio con una precisión sobre el lugar del encuentro que habían mantenido su padre y Lacoste. Está seguro de que ocurrió en Corrientes 1302 porque cuando le preguntó al médico si había sido en el Edificio Libertad o en la ESMA, aquel le contestó: “Tienen las oficinas en la avenida Corrientes a unas cuadras de Bancarios”.
La Comisión de empleados del Ministerio de Obras Públicas sigue el objetivo de señalizar como sitio de memoria a las oficinas donde funcionó el EAM’78. La declaración del arquitecto boquense es funcional a ese propósito contemplado en la ley 26.691 que los define como lugares “donde sucedieron hechos emblemáticos del accionar de la represión ilegal desarrollada durante el terrorismo de Estado”. Scabbiolo y sus compañeros consideran que ese concepto no debería alcanzar sólo a los centros clandestinos de detención.
La historia política, económica y deportiva que siguió al apriete de Lacoste ha sido difundida pero viene bien repasarla en sus detalles. La política de José Alfredo Martínez de Hoz y su tablita cambiaria de devaluación gradual, pulverizó la estrategia de Boca cuando le compró el pase de Maradona a Argentinos Juniors a cambio de 10 millones de dólares. El club no pudo sostenerlo más allá de 1981 –el año en que explotó la recesión y la tablita se desechó– por lo que Noel y su comisión directiva se vieron obligados a venderlo al Barcelona. Boca salió campeón del torneo Metropolitano el mismo año con Diego, Miguel Brindisi, el uruguayo Ariel Krasouski, Oscar Ruggeri y Osvaldo Escudero en el equipo dirigidos por el recordado Silvio Marzolini.
El EAM ’78 de Lacoste dejó una deuda para el país de 517 millones de dólares, unos 400 más que los pagados por España en la siguiente edición del Mundial 1982. Al momento de la reunión de ablande contra Abbatángelo a principios del ’81, el vicealmirante ya era vicepresidente de la FIFA desde el 7 de julio de 1980, donde llegó a ocupar seis cargos. Siguió en ese puesto hasta el gobierno Raúl Alfonsín, cuando renunció apremiado por denuncias judiciales de enriquecimiento ilícito. Su amistad con el brasileño Joao Havelange, dirigente de excelentes relaciones con los genocidas del Cono Sur, le había dado cierto oxígeno. El militar murió el 24 de junio de 2004. Casi seis meses después, el 29 de diciembre del mismo año, fallecía el dirigente boquense que lo visitó en su oficina del EAM ’78 y no cumplió su orden de que Maradona jugara en River.