¿Cómo escribir sobre algo que cambia permanentemente? Esa fue la primera inquietud que se formuló Rubén Szuchmacher cuando escribió su libro Lo incapturable, donde busca reflexionar sobre las particularidades de la puesta en escena y la dirección teatral luego de una vasta trayectoria como director y docente. Y es que, según su definición, “las artes escénicas son las más mutantes de todas las artes, y las más políticas, y por eso tratar de fijarlas es una tarea imposible”.

No obstante, y superando la advertencia que hiciera Roland Barthes acerca de que “escribir sobre algo es volverlo caduco”, Szuchmacher comenzó a delinear un texto alejado de la pretensión de imponer una forma de hacer teatro y dispuesto, en cambio, a abrir el debate en torno a esa práctica. Y esa intención expandió sus fronteras, porque a la edición original publicada a fines de 2015, por Reservoir Books (Penguin Random House), se sumó una edición traducida al inglés (The uncapturable) publicada por Methuen Drama, de la editorial Bloomsbury.

“El deseo de escribir un libro sobre teatro siempre me estuvo dando vueltas”, compartió el autor en la presentación de la traducción que tuvo lugar vía Zoom desde Londres, el pasado 2 de diciembre, donde estuvo acompañado por su traductor William Gregory. Organizado por The Royal Central School of Speech and Drama (RCSSD), en asociación con la Embajada de Argentina en el Reino Unido y Methuen-Bloomsbury, el panel virtual contó con la conducción de María Delgado, profesora y directora de investigación en RCSSD, y con la participación de Jean Graham-Jones, profesora de la Academia de teatro Lucille Lortel de la Universidad de Nueva York, y Sinéad Rushe, directora de teatro y profesora titular de Actuación y movimiento, en RCSSD.

“Escribí este libro para la gente que hace teatro pero también para quien le gusta el teatro. Por eso, cuando lo escribía, tenía en mi cabeza a mis alumnos que tienen experiencia en lo artístico, pero también a algunos amigos que son apasionados espectadores”, cuenta el reconocido director argentino en diálogo con Página/12. En Lo incapturable, Szuchmacher busca comprender e interpretar críticamente lo que se juega en una producción escénica, como el rol de la arquitectura, las artes visuales y sonoras y la literatura, el lugar del director y las tensiones entre arte y entretenimiento. “Los libros que se escriben sobre teatro, en general, tienen un exceso poético y muy poco contacto con la materialidad de lo que pasa en lo teatral. Y yo traté de sintetizar lo que transmito en mis clases continuamente, porque la dirección de teatro es una práctica, más que una teoría, por la mutabilidad que tiene”.

-Precisamente, usted menciona que fue un desafío escribir sobre algo que cambia de manera permanente. ¿De qué modo logró superar esa dificultad?

-Busqué analizar meticulosamente la morfología de lo teatral y traté de entender cuáles son los elementos que se reiteran en cualquier construcción escénica. Por ejemplo, todas las obras suceden en algún espacio, y en todo espectáculo hay también una construcción visual y sonora y una dramaturgia. Entonces, en el libro di cuenta de esos elementos que son irrefutables y al mismo tiempo traté siempre de correrme de decir cuál es el teatro que me gusta, para poder así reflexionar.

-¿Cómo apareció la idea de escribir este libro?

-Fue un pedido que me hizo el director del Centro Universitario de Teatro de México, Mario Espinosa. Y después que se publicó, Roberto Montes, de Penguin Random House, casualmente también me pidió que escribiera un libro, entonces reescribí ese material que ya tenía, pero pensando en el lector argentino, que es el que yo conozco.

-¿Y qué significa poder llegar a otros lectores con esta traducción en inglés?

-Tengo conciencia de que soy un director argentino y que no tengo fama internacional, y que este libro pase a formar parte de una colección en la que están los referentes mayores de la dirección y la dramaturgia universal es algo que me da felicidad y me emociona.

-En este tiempo, los artistas debieron reformular sus prácticas ante la imposibilidad de subir a los escenarios. ¿Cómo advierte que impactará esa nueva normalidad en el futuro de lo que usted define como “lo incapturable”, como son las artes escénicas?

-Hay dos puntos importantes. Uno está vinculado a la práctica teatral en sí misma y como este proceso de pandemia no está terminado no podemos sacar conclusiones todavía. Y en la medida que esto continúe, vamos a tener que seguir replanteándonos los tipos de obras que se realizan. Por otro lado, hay otro tema que creo que es inexorable, más allá de que este contexto se arregle, y es que va a haber un salto temático, porque el impacto psíquico que hay sobre nuestros cuerpos, y del que aún no somos conscientes, va a tener un efecto que no podemos prever. Tenemos que prepararnos para ese momento y tener un abono de Netflix, o de Cine.ar, para poder ver otras cosas que no sean las películas y obras que se van a hacer sobre la pandemia, porque eso va a ser insoportable (risas). Pero superado eso, va a haber algo del orden de lo existencial en lo que hagamos, porque la pandemia nos permitió darnos cuenta de nuestra finitud. Y yo aspiro a que esa idea de que cualquiera de nosotros puede caer genere transformaciones en el pensamiento.

-Se ha discutido mucho acerca del teatro y su cruce con la virtualidad. ¿Cómo se posiciona en ese debate?

-Cuando era chico, en el anterior Canal 7, existían dos programas muy importantes sobre teatro universal y argentino, donde actores de la época interpretaban grandes textos. Y yo, además de ir a los teatros, me crié viendo esos programas. Estaba claro que eso era televisión, y nadie discutía si eso era o no era teatro. Después, a lo largo de mi vida, la cantidad de obras que vi en video exceden a las que vi personalmente. Todos vemos cosas escénicas de esa manera, y los artistas graban sus obras y nadie se escandaliza por eso. Así que en estos meses lo que hice fue desdramatizar este problema del teatro y lo virtual, porque me parece que es muy buena esta situación mixta. No hay dudas de que para que exista el teatro tiene que haber presencia, pero si existe la posibilidad del streaming, las personas que están en otra parte pueden ver más o menos lo mismo que quienes están viendo la obra en vivo. Además, el deseo de hacer teatro siempre va a pervivir. Por eso no veo esto que pasó como una tragedia, como lo interpretaron otros. Creo que no hay que confundir las cualidades esenciales de las cosas con los contextos que se viven. Shakespeare escribió su obra poética en la primera pandemia que él vivió, porque no podía hacer teatro. Y la gente no recuerda eso.

-¿Cree que esos formatos híbridos se seguirán explorando más allá de la pandemia?

-Creo que está bueno que estas formas lleguen para quedarse. Y lo que hay que hacer es perfeccionarlas, porque permiten trabajar sobre la idea de lo diferido. Lo que no hay que hacer es creer que van a suplir lo presencial, porque el teatro se define ahí. Pero todo lo demás es bienvenido y es algo positivo que nos hayamos dado cuenta que eso era posible. ¿Cuántas veces en nuestra vida vimos un cuadro de van Gogh? La mayoría de las pinturas que conocemos son reproducciones que vimos en libros o buscamos en Google. Una cosa no reemplaza a la otra, pero la virtualidad habilita una democratización.