Emilia

Argentina, 2020

Dirección y guión: César Sodero.

Fotografía: Pigu Gómez.

Montaje: Sebastián Schjaer.

Música: Mariana Debenedetti.

Intérpretes: Sofía Palomino, Claudia Cantero, Ezequiel Díaz, Camila Peralta, Nina Dziembrowski, Fernando Contigiani, Jorge Sesán.

Duración: 97 minutos.

Disponible en Cine.ar

8 (ocho) puntos

Uno de los integrantes de la película colectiva Historias Breves 12, el realizador y escritor rionegrino César Sodero, presenta con Emilia su primer largometraje y logra una obra precisa, que pone su acento en el reencuentro de una mujer consigo misma, entre las desilusiones y un vuelta a comenzar. Como instancia primera, habrá que destacar que la caracterización de Sofía Palomino como Emilia es nodal, porque en ella es cómo la película se enhebra, se dice y encuentra su recorrido. Sin Palomino no habría tal sensibilidad, es a partir de su rostro, sus miradas, su cuerpo sinuoso y apocado que la película sabe hacia dónde dirigirse, todo un mérito.

Emilia vuelve a Sierra Grande –Sodero es oriundo de allí, no es un rasgo a desatender, conforme la necesidad todavía pendiente de un cine federal–, a su casa, a vivir con su madre. ¿Por un tiempo? ¿Por qué motivo? Hubo un desencuentro amoroso, pero no está muy claro. El teléfono no le devuelve las llamadas de quien sabremos se llama Ana. Obligada al reencuentro con una vida que parecía alejada, Emilia dice que todo sigue igual, su casa, su pueblo. Como una foto quieta, sin alteración.

Sierra Grande, en Río Negro, aporta escenografía natural al film.

Emilia vuelve a tocar el cubrecama de años atrás, imperturbable en su habitación. Camina las calles de otros tiempos. Reencuentra sus amistades. No son demasiadas. Sobresale una amiga, ahora madre. Tal vez espere un tercer hijo. ¿Para qué?, le dice Emilia. Por allí vendrá también parte de la explicación de su tristeza, con el temor por consolidar lo que entre ella y Ana existía, o tal vez todavía. Formalizar, tener una casa, el perro, todo eso la asustó. Y dice esto cuando su amiga le cuenta sobre su intención resignada de tener otro hijo.

Este tipo de matices son un hallazgo, porque hablan de un guión meditado, que sabe dónde situar palabras y gestos para añadir más, sin necesidad de aclarar o declamar. Así como cuando Emilia acaricia el cubrecama añoso, ¿hay mejor manera de dar cuenta del tiempo pasado, de épocas sucedidas, que a través del tacto? O cuando vuelve al colegio para conseguir trabajo como docente de vóley. Cada una de estas situaciones nunca será explícita en el desarrollo, sino que apelará a resoluciones elípticas, que dejan a la mayoría de los diálogos (esos espantosos diálogos preocupados por explicar qué es lo que pasa en una película cuando su realizador o realizadora no saben demasiado, o no saben, sobre cine) por fuera de cuadro o ya sucedidos.

En este sentido, hay que entender también la relación entre Emilia y su madre, encarnada por esa gran actriz que es Claudia Cantero. La secuencia inicial ya alerta, con Emilia que espera la llegada de ella luego de bajar del ómnibus, fuma un cigarrillo con otro pasajero, se despiden, y la madre que le pregunta quién es. Lo que entre ellas ha sucedido y sucede será algo a vislumbrar, de a poco y siempre de manera (in)suficiente. Un recurso que permite completar, inferir, y dejar que sean las sensaciones particulares de quien mire las que actúen.

De igual modo ante las elecciones sexuales de Emilia, como el juego de seducción con su compañero docente y el sexo a escondidas con el marido de su amiga. Entre uno y otro hay algo que no se completa, que dice sobre un ejercicio desarticulado de una seducción que quiere reencontrar y la consecución de una relación que ya venía tortuosa, disfrutada sólo tal vez desde el secreto. Pero hay un límite. Y cuando éste se alcance, la película de Sodero no se preocupará por dilucidar consecuencias o lo que después ocurra. Le basta con una cena compartida entre Emilia con su amiga y marido/amante, entre diálogos elusivos y miradas. Es decir, hay una puesta en escena clara, consistente, que sabe hacia dónde y por dónde orientar la película. Y se insiste: el mérito lo encuentra en su actriz principal, en su manera cansina de hacer y decir, en sus arrebatos reprimidos. En sentirse prisionera de una situación a la que ha vuelto y de la que espera, se presume, poder volver a salirse.

Emilia seduce, a su vez, a una de sus jóvenes alumnas. Allí hay algo que podría decir sobre su relación con Ana, pero de manera inversa, con ella ocupando ahora el lugar de la mujer mayor. La adolescente es perspicaz: ¿por qué das clases sin ganas?, le espeta. Emilia se sabe sorprendida y en algún momento querrá cortar lo que originó. “No da”, le dice. La respuesta de la piba es genial: “Sí, re da”, y se aleja. (El cine es acción, los personajes deben hacer algo mientras dicen; éste es un gran ejemplo.) Las escenas de seducción, de sexo, son notables por sensibles, por guardar cierto dolor, pero sobre todo por esquivar la corrección política.

Además, el vínculo sexual entre ellas se concreta luego del escándalo seguramente provocado en el colegio al saberse de su relación, algo apenas atisbado en el film. En este sentido, por un lado la sucesión argumental señala la provocación de la película hacia la institución escolar –el castigo de quedarse sin trabajo no es algo que amedrente a Emilia, más aún, la ratifica en su comportamiento-; por el otro, la provocación está también en el lugar elegido, en la casa de la propia madre, es allí donde las chicas se encuentran. Allí donde la madre había pedido a Emilia sea recatada, se trata de su casa. También es la mía, responde Emilia. No, no te confundas. ¿Para qué viniste?, sintetiza la madre. Así como con la escuela, aquí también: mantener una apariencia, cumplir ciertas reglas, que la gente no hable. La madre evidentemente sabe de los amoríos de su hija con el marido de la amiga. No es eso lo que le preocupa, sino que sea descubierta allí, en su casa. ¿Qué es lo que de veras pasó antes de la partida de Emilia hacia su vida con Ana?

Emilia es un film conciso, que culmina como inicia, a la manera de un paréntesis situado entre lo ya ocurrido y lo que seguirá. La visita a Sierra Grande como la vuelta obligada, el regreso vencido, pero también como la toma de fuerzas necesarias para volver a salir de allí. Es posible que al hacerlo Emilia también provoque heridas, en la procura de convivir con lo que le pasó y le pasa, entre desaciertos y la mira puesta en el después.