Jair Bolsonaro pudo contar con condiciones especiales para sobrevivir al 2020. La cuarentena interrumpió la dinámica de movilizaciones populares que venía aumentando a fines de 2019, como una forma de rechazo del gobierno. El año terminó muy mal para Brasil, con una recesión en la economía, que no había crecido nada durante el año, con una proyección de profundización de la recesión en el segundo año de gobierno. Doce millones de personas estaban desempleadas y 38 personas se encontraban en una situación precaria.
El segundo año estuvo marcado por la pandemia y la cuarentena, que neutralizó a las movilizaciones, debido a las condiciones de restricción a la circulación de personas. Durante un tiempo los manifestantes lograron protestar los fines de semana, con buen apoyo y repercusión popular. Luego, la ausencia de movilizaciones que permitieran la expresión de las distintas formas de rechazo al gobierno, redujo la presión sobre el gobierno y le permitió, por inercia, sobrevivir.
El gobierno aprovechó la pandemia para otorgar ayudas -que quería que fueran 200 reales, pero que terminaron siendo aprobadas por el Congreso en 600 reales- con las que logró obtener apoyo popular, que compensó la pérdida de apoyo con la ruptura con el juez Sergio Moro. A la vez, Bolsonaro estableció alianzas en el Congreso, para defenderse del impeachment. Las encuestas empezaron a mostrar un apoyo al gobierno cercano al 37 por ciento, aunque todas las encuestas también señalaron el rechazo a políticas concretas de esta gestión.
Como el gobierno no mantuvo la ayuda, porque la politica económica neoliberal no lo permite, la población sintió el golpe y la popularidad de Bolsonaro disminuyó. Al mismo tiempo, el gobierno sufrió dos grandes derrotas políticas: la no reelección de Trump en Estados Unidos, con la que Bolsonaro pierde su inspiración y su gran socio internacional. Lo que, al mismo tiempo, significa un nuevo gobierno en los Estados Unidos que ciertamente ejercerá una fuerte presión sobre el gobierno brasileño, al menos en temas ambientales, con la protección de la Amazonía en primer lugar, y los derechos humanos. El aislamiento internacional del gobierno se agudizará, impulsando cambios en el discurso e incluso ministros en áreas que se volverán críticas en la relación con la administración Biden.
La otra gran derrota vino de las elecciones municipales, en las que prácticamente todos los candidatos apoyados por Bolsonaro perdieron, con especial peso en las derrotas en San Pablo - donde pretendía penetrar - y en Río, con la no reelección del alcalde Marcelo Crivella, su gran aliado. Quedó claro que el respaldo de Bolsonaro no se transfiere y es relativo, porque el apoyo expresado por él pesó negativamente sobre las candidaturas.
Mientras tanto, si Bolsonaro no se había desgastado con la ausencia de una política gubernamental contra la covid, el surgimiento de las vacunas y el mantenimiento del negacionismo gubernamental -que no solo no le da importancia a las vacunas, sino que también retrasa su acceso-, desgasta la imagen del presidente, quien aparece como el responsable del retraso en la llegada de las vacunas a Brasil.
Al mismo tiempo, fuerzas que apoyan al gobierno, aunque algunas no forman parte del mismo, comienzan a consolidar sus candidaturas para 2022. El PSDB confirma el nombre del gobernador de San Pablo, João Doria; el DEM, el del astro televisivo Luciano Huck; el PSD dice que tendrá su propia candidatura. Mientras que la izquierda, especialmente el PT, mantiene su fuerza nacional y su preferencia por disputar la segunda vuelta de 2022.
Los durísimos efectos económicos y sociales de la pandemia en la sociedad marcarán el 2021 y quizás incluso parte del 2022, impidiendo que Bolsonaro cuente con una situación favorable en el país. El tema de las vacunas dominará al menos el primer semestre de 2021, si no todo el año, con la incapacidad del gobierno para hacer frente a los desafíos que plantea.
El gobierno cuenta con el apoyo parlamentario de Centrão y en el personal militar, que cada vez ocupan espacios esenciales en el Estado. La penetración de Abin –Asociación Brasileña de Información- como el nuevo SNI -, en todos los sectores del Estado, y una cifra calculada en más de 6 mil militares en cargos de gobierno, da idea de la dimensión del fenómeno. Pero ni uno ni otro garantizan el apoyo popular al gobierno, un apoyo que tiende a disminuir a lo largo de 2021.
Esto, sumado a la perspectiva de una gran crisis por delante, que combine la depresión económica, la profunda crisis social y la crisis de salud pública, harían de 2021 un año crucial, lo que podría conducir al reemplazo del gobierno o a una proyección negativa para la reelección de Bolsonaro. Así se confirmaría el fantasma de la derrota de Trump, que asusta al gobierno.