Los niños secuestrados durante la última dictadura ya no son niños: la mayoría de ellos tiene una edad cercana a la que tenian sus padres cuando fueron secuestrados y luego desaparecidos o asesinados. ¿Qué cara tienen hoy esos bebés y niños? Es una incógnita sobre la que especulan con paciencia y amorosamente las Abuelas y todos los familiares que los están buscando, quienes, en general, sólo cuentan con algunas fotografías, siempre pocas, que fijan momentos de ternura y los rescatan simbólicamente, por un instante, de la inminente máquina de la muerte y la barbarie. Muchas de esas caras se sobreimprimen en el deseo de reencuentro de los familiares con caras idénticas a las de los padres desaparecidos. Pero no se trata de un deseo solamente: es altamente probable que esos bebés y esos niños tengan rasgos evidentes del padre o la madre, tal vez un poco de cada uno, o una semejanza completa con alguno de los dos. Esos rasgos, gestos y ademanes, son parte de la memoria biológica que se levanta contra los apropiadores o que puede ayudar a los padres adoptivos de buena fe a seguir el camino del reencuentro de esos jóvenes con su verdadera historia.

Cuando se habla del aporte de los artistas visuales para una muestra relacionada con la lucha por la identidad y la justicia de las Abuelas de Plaza de Mayo, lo usual es que aporten algunas de sus obras con títulos e imágenes alusivas. Por eso lo primero que sorprende en la muestra "Identidad", que se presenta en el Centro Cultural Recoleta, es la fuerza, la calidad y la limpieza de la imagen que los trece artistas participantes le aportaron a la exposición, ya que todos se juntaron para pensar en una instalación con un diseño único. Es una obra colectiva, pensada por trece artistas al modo de un sujeto, también, colectivo. Carlos Alonso, Nora Aslán, Mireya Baglietto, Remo Bianchedi, Diana Dowek, León Ferrari, Rosana Fuertes, Carlos Gorriarena, Adolfo Nigro, Luis Felipe Noé, Daniel Ontiveros, Juan Carlos Romero y Marcia Schvartz, tomaron distancia del desgarramiento, una distancia plástica, formal y comprometida, que termina identificando la estética con la ética.

Si el dolor hubiera sido exhibido sin contención, a través de un desborde expresivo, produciría un excedente emocional que no habría llegado a los espectadores. No es el caso de la exposición del Centro Recoleta, porque allí el desgarramiento y la búsqueda tienen un marco conceptual y visual que invita a la mirada a informarse y reflexionar. Pareciera que el dolor, con los años, se va destilando hasta volverse puro y conciso y al mismo tiempo comunicable a través del rigor formal.

La estructuración de estas historias trágicas -que conforman la Historia trágica de la Argentina- termina anudando la lucha por la recuperación de aquellos niños con una imagen contundente, sin truculencias y al mismo tiempo sin concesiones: a través de la economía expresiva y la precisión de la verdad.

La muestra esta pensada a la manera de un árbol genealógico horizontal, que recorre y atraviesa como una franja continua, a un metro sesenta de altura, la totalidad de las dos grandes salas asignadas a la muestra. Esa secuencia de fotos, no es anónima, como cuando se las ve confusamente en las manifestaciones populares. Son fotos de alguno de los padres o de ambos, marcando un ritmo visual y de sentido, en el que cada núcleo familiar se completa con espejos de igual tamaño para que el espectador se vea integrando a esa secuencia genealógica desgarrada. Los espectadores privilegiados y protagónicos, para quienes fue pensada esta instalación, son los jóvenes buscados por las Abuelas, aquellos rostros que, parecido al de sus padres, encaja en el lugar del espejo y cierra el círculo genealógico del vínculo sanguíneo.

Los desaparecidos conviven con nosotros a través de las fotos que se enarbolan en las manifestaciones populares, en los reclamos de las Madres y las Abuelas, y tambien en la cotidianeidad de las páginas de Página/12, donde diariamente se los recuerda uno a uno, con ternura y firmeza. Estas fotos son como estandartes con los que se apela visualmente al que mira.

En las fotografías, las miradas de los desaparecidos y los secuestrados establecen ritmos y direcciones a partir de copias y ampliaciones que provienen de álbumes familiares o de documentos de identidad, en tres cuartos perfil. Se ve el granulado, los contrastes fuertes, la foto trajinada hasta parecer una fotocopia... Generalmente la cara de cada uno de los jóvenes padres desaparecidos ocupa todo el campo de la fotografía. Se ven también las marcas de época: los peinados y cortes de pelo, las pinturas de ojos y labios de las jóvenes madres, algunos aspecto de la moda de los años setenta... A veces, sin embargo, el plano de la foto es más general y se ve el contexto urbano. Todo remite a la individuación y la historia única de cada vida.

Cada pareja de padres desaparecidos está acompañada de un relato breve, descriptivo y espeluznante, que desde cierta neutralidad narrativa cuenta la tragedia y resume los datos del "niño que debió nacer en...".

La muestra se presenta como un doble espejo: el espejo real, que refleja al espectador y anhela el rostro que encaje con la historia contada y mostrada y, por otra parte, se ve también la cara de los padres como hipotético espejo de la cara de sus hijos.

Es posible asomarse a cada espejo y entonces, por el efecto óptico, los relatos visuales y escritos se multiplican por centenares y miles: otra vez la estética provee una certeza desde la propia forma: la certeza de la multiplicación de las historias en una misma historia que marca un equilibrio perfecto entre las vidas particulares y la vida colectiva, entre lo individual y lo social.

La exhibición se completa con las fotos de los bebés y niños secuestrados desaparecidos, con la trágica lista esperanzadora de los niños localizados y restituidos y la otra lista, trágica, de los que fueron localizados asesinados. En una sala aparte se proyecta el video testimonio "Botín de guerra", de Julio Nosiglia.

En el inicio del recorrido de la exposición hay una urna de acrílico transparente, cerrada, que permite dejar mensajes y cartas a las Abuelas. Allí se pueden ver varias cartas dejadas por los visitantes de la muestra, que, además de adhesiones y solidaridades, tal vez revelen el camino hacia nuevos encuentros en el camino de la recuperación de la historia y la identidad.

La muestra “Identidad” está auspiciada por Página12, que editó un catálogo/diario de distribución gratuita, y también cuenta con los auspicios del Centro de información de Naciones Unidas, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, UNICEF y Nuevos Derechos del Hombre.

* Nota publicada en Página12 durante la exposición realizada entre fines de 1998 y comienzos de 1999 en el Centro Recoleta. En aquel momento se encontraban vigentes las leyes de impunidad que impedían el juzgamiento de los autores de crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-militar. Al día de hoy son ciento treinta los casos resueltos, de los quinientos que las Abuelas estiman en total. Del colectivo de artistas autorxs de la muestra, en estos años han fallecido León Ferrari, Carlos Gorriarena, Adolfo Nigro y Juan Carlos Romero. La versión actualizada de “Identidad”, en la Sala PAyS del Parque de la Memoria (sobre Av. Costanera Norte, adyacente a Ciudad Universitaria), continúa hasta abril de 2021 y se completa con un audiovisual que recoge diversos testimonios y material de archivo sobre la labor de Abuelas de Plaza de Mayo y con el lanzamiento de la campaña “El Parque por la Identidad” que, a través de las redes sociales, convocará al público a ejercer su derecho a la identidad: el derecho de cada unx a ser unx mismx.