“Cuando me vacunaron me emocioné. Sí, lagrimeé porque lo de hoy fue muy importante”, admitió Fabiana Geliberti. Cuando le dieron el pinchazo pensó en su madre que falleció este año, en el miedo que tenía de tener que elegir a qué paciente darle un respirador y a quién no, y en la distancia que había recorrido esa vacuna hasta llegar a su brazo. Es médica gerontóloga del Hospital Argerich y está segura de que, tanto para ella como para los adultos mayores que atiende, “ahora llegó el alivio”.
Fabiana tiene 51 años y es una de las profesionales de la salud que recibió la primera dosis de la Sputnik V en el primer día del largo período de vacunación puesto en marcha por el gobierno nacional. Trabaja en el hospital ubicado en el barrio porteño de La Boca y ayer se enteró que se podría aplicar ahí mismo lo que irónicamente llamó “la denostada vacuna rusa”.
“Ya me vacuné, no tengo ninguna molestia ni me puse a cantar La Internacional. Hubiera querido que viniese con un pasaje para conocer Moscú o San Petersburgo, porque lo tengo pendiente, pero no”, bromea.
Cuando esta mañana extendió su brazo, no la intranquilizó ninguna campaña negativa. “Estoy más preocupada por los vegetales que vienen con glifosato que por esta vacuna”, compara. Por su formación, asegura de que “hay un marketing político para denostar” a la Sputnik V y tiene fundamentos para “confiar en Gamaleya, que es el instituto con mayor biblioteca de virus y que hizo la vacuna contra el ébola”.
Tomó la decisión de aplicarse la primera dosis a pesar de que “ayer hubo mucha gente que no quería vacunarse. La comunidad de los trabajadores de la salud es bastante especial y creo que si no hubiera sido ‘la rusa’ sino la de otro laboratorio, no harían ni medio problema, pero yo me la doy con total tranquilidad. Simbólicamente, por eso quise vacunarme”.
Fabiana se recibió y empezó su residencia en 1995, luego dio el paso a la especialidad de gerontología y cuidados paliativos, y durante diez años hizo investigación clínica. “Por eso puedo analizar un poco más a esa vacuna”, afirmó.
“Los que hicimos investigación sabemos que esos efectos adversos no siempre están relacionados con la vacuna. Si uno está en un estudio y lo muerde un perro, es un efecto adverso no relacionado. Lo mismo si uno tiene un absceso en el dedo por cortarse mal las uñas. Hay muy mala leche en lo que se informa”, explicó.
Además, añadió, la Sputnik V “está en las mismas fases que las otras y lo único que pasó es que las otras fueron publicadas ‘in England’ con un marketing detrás”.
El trabajo con los adultos mayores
A partir de hoy, estar vacunada le permitirá recuperar cierta normalidad en su trabajo como gerontóloga del Argerich y en el contacto diario con los adultos mayores que integran el grupo de riesgo más golpeados por el coronavirus.
Durante todos estos meses, mientras atendía, vio los golpes que la pandemia dejó en muchos de sus pacientes. “Han empeorado las demencias, los cuadros de depresión. Les es muy difícil sobrellevar esta situación”, enumeró.
En lo personal, la tristeza le tocó de cerca. “Mamá falleció este año. No fue por covid pero sí a consecuencia del coronavirus. Era fuerte, exiliada española; mi abuelo estuvo preso en la guerra civil y se tuvieron que ir dejando a mi bisabuelo en una fosa común. Ella tenía 85 años, se fue decayendo y se vino abajo con la pandemia. No pudo soportar la sensación de muerte”, narró.
Por eso está segura de que con la vacuna como la que ella se aplicó “los adultos mayores van a tener más esperanzas”, sentir que “tienen más tiempo por delante” y poder “recuperar lo perdido: recibir visitas, ir de compras, volver a los afectos”.
“La peor de las distopías”
En lo que también pensó cuando le picharon el brazo fue en qué hubiese sido esto si la pandemia ocurría tres años antes. “La peor de las distopías: sin Ministerio de Salud y con un Estado que no se iba a preocupar que la población tuviese vacunas; es más, tal vez las hubiera cobrado o negado a los mayores de 60 años”.
Supone que esa distopía hubiese hecho realidad sus temores: “Mi miedo era llegar al punto de elegir quién recibía un respirador y quién no, como en Italia. O ver los cadáveres en las calles, como en Ecuador”.
Pero eso no pasó. “Ahora llegó el alivio”, dice. “Y en eso, el rol del Gobierno fue fundamental. Haber hecho la cuarentena, nos permitió reconstruir el diezmado sistema de salud y tener un tiempo precioso para dotar de respiradores y equipamientos a los hospitales”.
Es más, reconoce que, “a pesar del problema de los sueldos y los nombramientos”, el gobierno porteño trabajó bien en el tema. Y amén de que tuvo que aprender a trabajar distinto, con áreas de circulación en el hospital y poniéndose “hasta ocho veces al día equipo de protección”, la esperanza volvió.
“La sensación que ahora tengo a partir de hoy es de alivio”, suspira. Por el virus vio morir a varios de sus colegas, inclusive al mozo del bar del hospital y al chico de la otra cuadra que les llevaba la comida. Pero de a poco volverá a “comer junto con los compañeros de trabajo, dormir tranquila y todas esas cosas que había perdido” en este tiempo.