Desde el fondo de los tiempos la humanidad viene inventando enfermedades. Y esta inventiva o excesiva imaginación es como fuegos de artificio que deslumbran. Entre las tantas enfermedades inventadas en nuestra época está la muerte. Pero resulta que la muerte no es una enfermedad; sin embargo, esto nos permite empezar a calcular qué podemos hacer para no morirnos y tener una vida gracias al desvío de estas gambetas. Y así es frecuente que una vida pueda estar comandada por este cálculo inútil. Ministerios de salud y gobiernos administran la muerte como enfermedad promoviendo cobertura a sus enfermos. Michel Foucault tuvo la ocurrencia de llamar a esta burocracia biopolítica.

Otra increíble enfermedad inventada es la vejez. Un efecto de esta ficción es el imperativo de parecer más jóvenes: debemos lucir de menos edad de la que realmente tenemos. Por otro lado, irrumpe un eco ambivalente al inventar la vejez como enfermedad: tratar a los viejos como si fueran seres disminuidos o necesitados de un trato especial. Pero, como pescar la debilidad en el otro generalmente induce a la perversión, no a la consideración de ese otro como persona, el maltrato queda asegurado. Un efecto adverso notable es que los viejos mismos se lo creen.

Otra enfermedad inventada es bulimia y anorexia. Son sólo síntomas. Que encima se ponen de moda, porque toda época porta sus síntomas de moda. La lista es inmensa y tan interesante.

Si en estos tiempos, leemos al médico de la Antigüedad que nos da su ponencia acerca de cómo concibe al eros en "El Banquete" de Platón (texto del Siglo IV a. de C.), encontramos que Eriximaco propone lo morboso o lo que nos enferma totalmente dependiente, justamente, del "eros" (traducible en sus deslizamientos a través del tiempo como "amor" hasta incluso como "erotismo"; considerando que en la Antigüedad "amor" no podría haber cargado con el sentido del "amor cristiano" surgido siglos después, significación indespegable en nosotros aunque haya quienes se proclamen anticatólicos rabiosos o ateos convencidos); entonces, Eriximaco piensa que hay un eros bello y un eros vergonzoso, morboso, que une lo semejante y determina la enfermedad. La enfermedad proviene para él de este eros y conduce a cataclismos y desórdenes de la naturaleza que llevan a la muerte. Por el contrario, el eros bello une los elementos contrarios y determina tanto la salud del cuerpo como las condiciones climatológicas del universo. Por supuesto son modos ya antiguos de inventar enfermedades, aunque notamos que más creativos y con significaciones más evocadoras que los actuales. El médico anticuado receta y prescribe manejo del eros bello a través de técnicas precisas: la agricultura, la música, la medicina y las eróticas del cuerpo.

 

A veces los fenómenos se nos aproximan tanto que es imposible pensarlos. Los convertimos en semejantes y el pensamiento comparativo por semejanzas realmente, como sugiere Eriximaco, nos enferma mentalmente hasta el extremo de elegir morir por rechazar lo contrario.