Empecemos con una comparación levemente anacrónica: el flamante Time Out Takes (Brubeck Edition, 2020) del cuarteto de Dave Brubeck --el último regalo del año Centenario del pianista y compositor-- resulta ser a este grupo lo que Anthology a The Beatles: un work in progress en estudio, esa especie de ensayo general fragmentado que son las primeras tomas de lo que, si todo va bien, será un disco, una obra terminada.
La analogía puede cobrar legitimidad si recordamos que, como los genios del pop, el creador de “In Your Own Sweet Way” logró aunar el gesto experimental con una popularidad global sin duda sorprendente para un músico de jazz posterior a la Era del Swing. Time Out circuló fantásticamente a lo largo de los años 60 (“Take Five”, su grabación icónica, está considerada el corte jazzístico más vendido de la historia), mientras su principal creador no se cansaba de actuar con su grupo aquí y allá. Tocaba para todos – incluso para el presidente JFK, en una memorable presentación junto a Tony Bennett -, pero había encontrado su ambiente en las universidades estadounidenses. Esto último terminaría cristalizando en un estereotipo que no lo favoreció demasiado: blanco educado tocando para blancos educados.
En noviembre de 1954 – aun faltaban cinco años para su gran disco - la revista Time le dedicó a Brubeck su tapa. Eso sólo había sucedido antes con Louis Armstrong. Hubo bronca en el mundo del jazz (¿Charlie Parker? ¿Miles Davis? ¿Dizzy Gillespie?), pero si sobre la revista pudo haber caído la sospecha de segregación racial, los antecedentes de Brubeck en ese sentido eran intachables: había cancelado una gira por el Sur más profundo cuando le sugirieron que cambiara a su contrabajista negro Eugene Wright por alguno más pálido. Talentoso y célebre, innovador y popular: todos querían a Dave Brubeck, más allá de su look de ingeniero de la NASA y su aparente distanciamiento de la cultura hipster. Su música era más cool que él mismo.
Californiano de nacimiento y de cultura --en la narrativa histórica del jazz, la polarización entre East Coast y West Coast ocupa un lugar clave--, Brubeck (1920-2012) fue tal vez el más “académico” de los músicos “populares” de su época. Había estudiado composición con Darius Milhaud en el Mill's College de Oakland y en 1946 creó un octeto experimental cuyas ideas modelaron todos sus primeros años de músico profesional. Aquel primer Brubeck --hoy poco recordado-- generó curiosidad y admiración entre músicos de la vanguardia jazzística. Pero fue a partir de su encuentro con el extraordinario saxofonista alto Paul Desmond que Brubeck encontró la horma de su sonido grupal. Aquel cuarteto que completaban Eugene Wright en contrabajo y Joe Morello en batería fue el mejor instrumento del que dispuso Brubeck para volcar sus siempre interesantes ideas compositivas.
Fluido y al mismo tiempo perfectamente estructurado, con un nivel de entendimiento superior, el cuarteto deleitó con un jazz sedoso y elegante, proclive a las melodías más encantadoras de su tiempo --en 1957 grabó Dave digs Disney-- que hacía equilibro entre el modernismo y el mainstream. A partir de su presentación en la edición 1958 del festival de Newport la fama de Brubeck alcanzó una cumbre solitaria, allí donde los músicos de jazz contadas veces habían llegado. Enseguida llegó Time Out, multiplicado en incontables discotecas privadas del mundo. Tras el abrumador éxito del cuarteto, el hiperactivo Brubeck inició una larga etapa de sociabilidad musical. Tocó --y grabó-- con un increíble arco de solistas, pero quizá fue su alianza con el barítono Gerry Mulligan lo que más cerca lo puso de la nunca superada saga junto al melancólico Desmond.
Con producción de Teo Macero (el compinche de Miles en la Columbia) Time Out es la obra maestra del cuarteto que Brubeck condujo entre 1951 y 1967. Fue grabado a lo largo de tres días del verano de 1959. Al menos dos de los siete temas del disco – “Take five”, original de Desmond, y “Blue Rondó a la Turk” – son distintivos de aquella formación e integran el corpus de grabaciones a las que bien les cabe la definición de innovadoras. Ambas lucen métricas rítmicas algo inusuales para la época. En el primer caso, un 5/4 anterior al de Misión Imposible de Schifrin, pero no menos contagioso que este (el tema llegó a trepar al segundo puesto en el chart de Billboard). En el caso de “Blue rondó…”, el compás de 9/8 se basa en una medida que el compositor escuchó en algún sitio de su gira por Medio Oriente y la India en 1958. Son temas difíciles de solfear, pero fáciles de silbar. Bellas melodías en ritmos complejos: ese fue el truco favorito de Brubeck y su imperturbable cuarteto.
El material ahora editado corresponde a lo grabado el 25 de junio de 1959, la primera de aquellas tres jornadas. Sin diferencias groseras entre lo edito y lo inédito, abundan aquí las sutilezas de la cocina del jazz. Por ejemplo, la toma última de “Kathy's Waltz” suena más relajada que la primera, y en la versión debut de la balada “Strange Meadow Lark” Paul Desmond introduce un fragmento de “Bewitched, Bothered and Bewildered” que no quedará en la toma definitiva. La primera vez que tocaron “Take Five” en el estudio lo hicieron un poco a las apuradas: se percibe cierto nerviosismo, y la melodía a cargo de Desmond no llega a entenderse del todo. Luego, el extenso break de batería no alcanza el sutil crescendo de la toma última (En este caso, esto se lograría en los primeros días de julio). Uno podría especular de modo contra fáctico: ¿el álbum hubiera producido el mismo impacto si todo se resolvía en una sola toma? Posiblemente: esto es jazz. Pero el plan no era hacer las cosas bien, sino hacerlas perfectamente. Había que encontrar el tempo adecuado: esa parece ser la mayor de Brubeck y sus compañeros en los días de grabación.
Time Out takes trae dos temas ausentes en el disco final: “I'm in a Dancing Mood” y “Watusi Jam”. El primero es una especie de canción de cuna juguetona con el consabido cambio de métrica a poco de avanzar y un giro latino hacia el final. “Watusi Jam” es un tour de force del fantástico Morello sobre estructura de blues (lo había tocado --y grabado-- en los conciertos de la gira del cuarteto por Europa). Pero el agregado más interesante es “Band Banter from the 1959 Sessions”, un compilado de falsos comienzos, tanteos e indicaciones. Allí podemos oír las marcaciones de tempo y métrica, así como los jocosos intercambios entre Brubeck y el productor Maceo. Oímos a los músicos en acción y sin público. Se los percibe atentos y distendidos a la vez. Somos testigos de su entrada en calor, pero también de sus dudas. Como tantas veces se ha dicho, tocar jazz es tener que tomar decisiones sobre la marcha.
1959 fue un año fantástico para el jazz. Confirma esto la salida de Kind Of Blue de Miles Davis, Tomorrow is the question! de Ornette Coleman y Mingus Ah Um de Charles Mingus. Obviamente Time Out también fue uno de los grandes discos de 1959, pero varios de los críticos que añoran los almanaques del ayer han olvidado incluirlo en el inventario. O han dudado en ponerlo. El soslayo más elegante lo perpetró el inteligente Ben Ratiff en su libro The New York Times Essential Library: Jazz. El crítico no excluyó a Brubeck de su antología, pero prefirió hacerlo con el disco Brubeck Time de 1954, no sin antes dar vueltas para explicar, sin demasiada convicción, por qué no eligió Time Out. En ocasiones, el éxito puede ser visto como una claudicación imperdonable.