Santos hace décadas dejó de ser el Santos de Pelé. También el de Neymar. Ahora parece sometido a los caprichos de un personaje que usurpó la voluntad popular, que hasta repudia su propia torcida (hinchada). Un advenedizo de ultraderecha que el día de los inocentes metió un gol de zurda en el estadio de Vila Belmiro. Convirtió con el arco vacío y se derrumbó como una vaca sobre el pasto mientras transmitía en directo su grotesco Brasil TV, una cadena amiga.
Jair Bolsonaro con el número diez en la espalda se sumó a un partido benéfico y lo desvirtuó por completo. Cuando terminó improvisó una conferencia de prensa sobre el campo de juego, y dijo un par de necedades típicas de un autócrata. Que en su política para tratar la pandemia no cometió "ningún error” y se burló del racismo: “Ya no puedes jugar, todo es prejuicio”, comentó.
La historia dentro de la historia la protagonizaron algunos futbolistas del Santos que jugarán las semifinales con Boca. Se sacaron fotos con el presidente en el vestuario, sin barbijo ni distanciamiento, como si adhirieran a su teoría de la gripezinha. El arquero titular João Paulo incluso subió la imagen a su perfil de Instagram. Marinho, figura y uno de los goleadores en la Copa Libertadores se tomó una selfie en el mismo camarín sin protección. También se lo vio al juvenil Lucas Lourenço, uno de los volantes ofensivos del equipo. Las escenas demostraron una anomia sorprendente en el plantel que dirige el experimentado Cuca.
En noviembre pasado, el técnico se contagió el virus y estuvo hospitalizado una semana en San Pablo. Once jugadores sufrieron la misma infección por Covid-19. Pero a diferencia de sus dirigidos y a los 57 años, el entrenador está casi en el límite de pacientes con mayor riesgo de vida. El mismo reconoció: “Mi familia y yo pasamos por momentos difíciles. Perdí a mi suegro, pero tenemos que ser fuertes, seguir la vida”.
La última línea es casi una máxima sacada del manual del buen contagiador en que se transformó el militar, que subestimó primero y minimizó después al virus. Mientras él daba sus consejos en Vila Belmiro a un costado del césped, ya cursaba la enfermedad otro jugador: el lateral Fernando Pileggi. Ni aquel brote del mes pasado intimidó a los negacionistas del Santos, con su presidente como emblema.
A Orlando Rollo -de él se trata- se lo veía sonriente sentado al lado del presidente y sin barbijo o máscara, como llaman en Brasil al protector de tela que salva vidas. La escena parecía previa a la pandemia, cuando en el mundo no se imaginaban los largos debates en torno a los métodos de confinamiento o a la desprestigiada teoría del rebaño. Hasta el club difundió un comunicado como si nada pasara: “Santos FC recibió a la mayor autoridad del país en su estadio para un evento benéfico”.
A una semana del primer partido contra Boca en la Bombonera, el plantel coqueteó con la enfermedad que en el país vecino, según las últimas estadísticas de su Ministerio de Salud, ya causó 192.681 muertes y tiene un total de 7.563.551 contagiados. Si el suceso de Vila Belmiro se hubiera producido en la cancha de Argentinos Juniors con una visita de Alberto Fernández al plantel que conduce Diego Dabove, y del cual es hincha, al presidente lo estaría triturando la aplanadora mediática de la prensa local e “independiente” que se nutre de la pauta oficial del Estado.
Una aclaración final: Bolsonaro ni siquiera es del Santos y sí del Palmeiras, el rival de River en las semifinales de la Copa. Cuando visitó en campaña electoral Vila Belmiro allá por 2018, la Torcida Jovem no lo recibió bien: “Repudiamos la plataforma política que significa esta visita, y reforzamos que las posiciones ideológicas de Bolsonaro son incompatibles con el pluralismo social, racial, étnico y cultural de la afición de Santos y de toda la historia de la lucha de la Juventud Partidaria contra la dictadura militar, alabada por este político. Además, Bolsonaro apoya a un equipo rival de la capital, lo que hace que su presencia en el estadio sea aún más innecesaria”.
En rigor apoya a varios y no solo al Palmeiras. Se ha valido de la pasión del fútbol para llevar agua hacia su molino, que cada vez está más seco de credibilidad.