Hacia el final de su obra Lacan retoma sus elaboraciones sobre el conocido caso freudiano de Juanito, sólo que esta vez el foco no está puesto en el niño como taponando la falta del Otro materno, los celos hacia su hermanita, etc. En esta oportunidad ubica al pene del niño como traumático: el niño constata que tiene un órgano que se mueve, que no está pegado a su cuerpo. Es algo que irrumpe, se le presenta en exterioridad al cuerpo, y requiere de una elaboración de sentido. Con tal orientación, aunque desde otro lugar, supongo que no da lo mismo aquello que se tiene, aquello que a cada quien le toca en suerte ¿Acaso podemos decir que da lo mismo tener o no un cuerpo gestante?, ¿y efectivamente gestar…? (Con “cuerpo gestante” hago referencia a aquel organismo con útero, pasible de concebir, más allá de su identificación de género. Sin embargo, me centraré aquí en la experiencia de algunas que se identifican como mujeres) Por lo poco, considero que una u otra cosa no deja al sujeto exento de consecuencias -sujeto que, lejos de ser una entelequia, posee un cuerpo-.
El organismo es inundado, en los inicios del embarazo, por molestias que en su mayoría se describen como cercanos a lo que se experimenta en la menstruación -efecto mensual que repentinamente se retira-, y una catarata de vómitos, mareos, dolores de cabeza, etc. ¡Esto no tiene sentido! La inundación continúa con el correr de las semanas, si bien con otra tonalidad: comienza a cambiar el esquema corporal, día a día. Maremoto de emociones en cada visita al espejo, en cada pantalón puesto, en aquellos que ella se encuentra y dicen algo sobre cómo se la ve. Es que en el encuentro con la mujer gestante nadie se priva de informar si esa panza es grande o pequeña, si le han crecido o no las tetas, si tiene ojeras, etc. Y acaso esa visita al espejo, ¿cómo pensarla si no en relación al Otro?… El maremoto retorna, aunque distinto: eso, que está gestándose, comienza a moverse. Ello crece y se mueve en cualquier momento. Ello crece y se mueve en cualquier lugar. Ello crece y se mueve más allá de la decisión de la persona gestante. ¡Esto es imposible! Mientras tanto, libros, películas y tutoriales sobre cómo ser feliz. Hay un corte: el parto, ¡lo que no es, definitivamente, sin oleaje!
El embarazo no es tener antojos, no es acariciarse la panza con cara de enamorada, no es comprar ropita amarilla para el bebé por nacer, ni estudiarse cuanto consejo para embarazadas encuentre (mínimamente, no sólo es eso). El embarazo… ¡es una experiencia de lo real!
Una experiencia tal en el organismo da cuenta de la irrupción de un real sin ley, acontecimiento, turbación, desorden del movimiento, disrupción de la cadena, puro agujero, vacío de significación. En cada novedad tambalea la imagen como hasta entonces se la reconocía. Ello que se gesta tiene una exterioridad íntima con el cuerpo que le aloja. No es interior pero tampoco es exterior al cuerpo, o es tan íntimo que es extraño, un modo de decir sobre lo ominoso freudiano.
En el imaginario social, el hecho fisiológico es recubierto por esas imágenes prediseñadas de belleza presunta y los siempre inacabados consejos para embarazadas. Desde las app que sugieren menúes nutritivos, pasando por libros sobre posiciones para dormir bien en la semana 38, y manuales para conservar la pareja a pesar del bebé… Mientras tanto, por el lado del sujeto, la forma en que ello que se gesta deviene aceptable es que porte un plus: el deseo del sujeto, y una apuesta: el querer. Es el deseo un velo semi transparente que cubre, aquella chispa brillosa que ciega un poco y brinda una significación, lo necesario para soportar esa experiencia de lo real.
Pensar el embarazo como la irrupción de un real sin ley nos acerca a la embarazada que cuenta con una sonrisa que se mueve su bebé e invita a interesados varios a que toquen su panza. Extraño, ¿no? Es una invitación a que sientan algo de ese inenarrable e incomprensible –tanto para los otros como para ella- placer. También nos acerca a esa mujer que no está segura, pero continúa porque su pareja se lo pide, esa que está ansiosa que concluya ese tiempo de náuseas, y el movimiento del feto le provoca no más que gases. Y nos acerca, por último, a la versión más silenciada del embarazo, patente de modo radical en la frase de la niña que fuera violada por parte de una figura de referencia: “quiero que me saquen esto”, presencia de un objeto desecho, inaugural del acting o pasaje al acto que diera lugar a la consulta médica. (Recordemos que la pequeña de 11 años llega al hospital por autolesiones infringidas una semana después de anoticiarse de su embarazo fruto de la violación por parte de la pareja de su abuela).
El tránsito por una gestación -concebirlo, tenerlo, sostenerlo y parirlo, sacarlo- no es sin inhibición, síntoma y angustia. El embarazo es una experiencia del orden de lo real, sólo pasible de ser atravesada en tanto que deseada y querida. El hecho en el organismo debe poder entramarse con la chispa-velo del deseo y una apuesta por el querer: único modo de alojar un acontecimiento de tal envergadura.
*Gimena Sozzi es psicoanalista y socia del diario