La inesperada salida de Lucas Pratto de River rumbo al Feyenoord de Rotterdam (a préstamo sin cargo y sin opción por apenas seis meses) pone de manifiesto la crueldad con que suceden las cosas en el fútbol profesional.
Un delantero que a esta misma altura de 2018 conquistaba la idolatría de la hinchada riverplatense por los dos goles oportunos que logró en las históricas finales coperas ante Boca, termina marchándose por la puerta de atrás dos años más tarde. Harto de ser suplente, de jugar muy poco, y de no ser tenido en cuenta por el mismo técnico con el que conoció la gloria.
No hay buenos ni malos en este desenlace. A todos les asiste el derecho de hacer lo que hicieron. Pero resalta la ingratitud. A sus 32 años, Pratto entiende que todavía tiene algo más para darle al fútbol. Y elige intentarlo en una liga europea de segundo nivel, como la neerlandesa.
Marcelo Gallardo, como todo entrenador, sólo conjuga el tiempo presente. Y relega a quien no ve en las mejores condiciones, sea cual fuere su aporte reciente. El presidente de River, Rodolfo D'Onofrio y el mánager, Enzo Francescoli, por su parte, no movieron un dedo para retener a Pratto o, al menos, mejorar su situación. Su contrato era el más alto del plantel y dejar de pagarlo por un semestre, atenúa el rojo profundo de los números de la tesorería. Primero la conveniencia, recién después la historia.
Incorporado a River a principios de 2018 por una suma récord (San Pablo cobró 11 millones y medio de dólares por la venta), Pratto devolvió con goles y buenas actuaciones cada uno de esos dólares. Sin embargo, nada de eso le sirvió para sostenerse cuando le llegó el mal momento. Jugó 109 partidos con la casaca millonaria y anotó 26 goles, dos de ellos en las finales de la Copa Libertadores 2018 ante Boca, y otros dos en la definición de la Recopa Sudamericana 2019 ante Atlético Paranaense.
Aquella noche en el Monumental, sufrió una fisura en el hueso sacro que lo sacó un mes de circulación. Después, nada fue como antes. Le costó recuperar ritmo, fue perdiendo prioridad en la mirada de Gallardo, llegó a estar 481 minutos sin marcar goles y fue titular cinco veces en la Copa Diego Maradona, aunque integrando siempre el equipo alternativo. Cada vez que Gallardo puso a los titulares, Pratto vio el partido desde el banco y, muchas veces, ni siquiera entró. Por eso, pidió irse. Percibió que su mejor momento había pasado y que acaso, nunca más volvería a repetirse.
La exigencia y el brutal gana-pierde del fútbol se ríen de las mejores historias. Lucas Pratto no llegó a ser un ídolo de River, pero si un jugador muy querido por su gente. Pero con el afecto no se ganan los partidos ni los campeonatos que quieren los hinchas y necesitan los jugadores, los técnicos y los dirigentes.
Por eso, a la hora del bajón, Gallardo fue implacable. Pratto se fue en silencio. El merecía al menos, un fuerte aplauso de despedida. Pero el fútbol es así de ingrato. Y a nadie le preocupa que sea de otra manera.