Sylvie’s Love 7 Puntos
Estados Unidos, 2020.
Dirección y guion: Eugene Ashe.
Duración: 114 minutos.
Intérpretes: Tessa Thompson, Nnamdi Asomugha, Eva Longoria, Aja Naomi King, Wendi McLendon-Covey.
Estreno en Amazon Prime Video.
Las teorías cinematográficas, en particular aquellas con enfoque feminista, no logran ponerse de acuerdo en la definición exacta de un género elusivo como pocos, bautizado usualmente como woman’s film: aquellas películas con mujeres protagonistas –y destinadas a priori a la platea femenina– que tuvieron su pico de popularidad en los años 40 y 50. Sylvie’s Love, segundo largometraje del realizador neoyorquino Eugene Ashe, es en parte un exponente tardío de ese universo, aunque también posee un punto de vista masculino, tan relevante como su opuesto y complemento. Lo que resulta indudable es su cualidad de melodrama clásico, a tal punto que la estructura, trama y diseño visual podrían entenderse como una imitación sin filtros de ciertas producciones del pasado cuyos romances complicados, cuando no imposibles, ofrecían a la audiencia una suma de placeres y dolores ideales para la secreción lacrimosa. Nada despectivo en esa descripción, comenzando por las creaciones de uno de sus más geniales hacedores: Douglas Sirk.
Si las obras realizadas en Hollywood por el alemán Sirk fueron uno de los cimientos de la radical relectura del melodrama en la que se embarcó su coterráneo Fassbinder años más tarde, la operación formal de Ashe está más cerca del neoclasicismo de Todd Haynes en películas como Lejos del paraíso y Carol. La trama, sus idas y vueltas, no es lo de menos en Sylvie’s Love. La historia de amor central, los encuentros y desavenencias que atraviesan los años, son esenciales a sus virtudes, y cuando Robert conoce a Sylvie en una pequeña disquería de Harlem sus vidas, como podría rezar la frase publicitaria, ya no volverán a ser las mismas. Los problemas están presentes desde el primer momento: Sylvie (Tessa Thompson) está prometida a un joven de familia adinerada que está cumpliendo su rol militar en tierras coreanas y, más allá de la evidente atracción física y emocional hacia Robert (Nnamdi Asomugha), un prometedor saxofonista de jazz, las reglas sociales indican que ese es un callejón sin salida.
La operación de Sylvie’s Love incluye algo inimaginable en los tiempos del melodrama clásico: los protagonistas son afroamericanos. Afortunadamente, el guion de Ashe no los transforma en peones de ningún discurso político-social, concentrándose en sus vidas y anhelos privados, aunque la historia incluye más de un comentario sobre el racismo en la sociedad estadounidense, menos diatriba que elemento con el cual los personajes deben lidiar en la vida cotidiana. Como en cualquier melodrama de fuste, las sorpresas y golpes del destino –como así también las decisiones personales que influyen en los demás– están a la orden del día, y el reencuentro que abre la película, luego de cinco años de distancia, marca el comienzo de un extenso flashback que señala las etapas del enamoramiento, la entrega y las disyuntivas. En ese sentido, resulta notable el equilibrio logrado por Ashe entre los aspectos más telenovelescos del relato –convenciones usuales décadas atrás que, hoy, conjuran el sarcasmo burlón de ciertos espectadores– y la necesidad de construir un verosímil al uso contemporáneo.
La banda de sonido, llena de standards del jazz y clásicos del soul y el rhythm and blues, es destacable, pero si hay un elemento que permite que todos los elementos dramáticos cuajen ese es el visual. Más allá del uso de imágenes de archivo registradas en los años 50, Sylvie’s Love fue filmada en 35mm, con algunas de las imperfecciones del formato presentes en pantalla como evidente elección estética. La extraordinaria dirección de fotografía de Declan Quinn y el diseño de producción en su totalidad (locaciones, vestuario, utilería) logran conjurar una notable sensación “de época” que va más allá de la mera mímesis para transformarse en un pilar esencial de la película, sin el cual esta consciente resurrección de usos y costumbres cinematográficos no hubiera superado el estadio del pastiche.