“Ahora también me gustan las chicas aviso nomás porque me fui de acá re paki y mi salida del closet en Instagram fue un embole total” dice Lía en su tweet fijado de la red del pajarito y su nuevo libro postula que la era de la post-heterosexualidad ha llegado, y eso tiene muchas consecuencias. La maternidad puesta en jaque, una oda permanente a la amistad y su modo de sembrar familia con esa música de fondo que tuvo este año satánico de pandemia y aislamiento, de todo eso se trata su nuevo libro. “La amistad es infinitamente más simple de nombrar y transitar” dice en un pasaje de A dudar mi amor, y sigue: “Siento que no la rompimos, todavía. La conservamos –a través del tiempo y las generaciones- como una fuente inagotable de amor y compañía”.
¿De ahí viene la idea del lesbiátrico?
--El lesbiátrico es un sí total. Hace poco fuimos a ver con una amiga el Concha Podcast en vivo y en un momento preguntan “¿quién tiene hijos?”. Eramos todas mujeres, y levantó la mano solo una. ¡Qué manera de no reproducirnos! Entre todas mis amigas hay una sola con un bebé. Y todas nos cagamos de risa de eso pero después te quedás pensando “¿y cuando sea vieja?”. Tampoco es que te asegurás que un hijo te va a cuidar porque hay mil posibilidades, pero es nuevo esto de ser una generación que no va a saber bien qué hacer si llega a la vejez. Entonces lo del lesbiatrico a mi me da una paz, pienso en una casa de viejas en la costa, con unos metegoles y unos enfermeros jóvenes no binaries, y ¡nosotras no vamos a entender nada! Vamos a ser unas viejas chotas, “y ¿vos qué sos nene o nena?” (risas). Me parece una idea espectacular, ya veremos como nos cuidamos.
Eso también plantea el libro: el tema de los cuidados como una cuenta pendiente o cómo generar vínculos responsables más allá de lo biológico.
--Sí, yo creo que una va haciendo familia. Nosotras hablamos del deseo, algo que no creo que haya tenido mucho espacio en la generación de mi mamá. Nosotras podemos preguntarnos si queremos ser madres, si queremos armar una familia. Antes era más bien: existís, bueno, tenés que enamorarte, armar una casa y esa es tu familia. La pregunta que se abrió entre nosotras es sobre la familia elegida, y si ese cuidado que tengo con mi viejo o con mi vieja lo voy a tener con una amiga. Las reglas no están tan claras pero es algo que hay que ir construyendo y está buenísimo. Y al final pensaremos que cada une hizo lo que pudo y construyó con lo que tenía aprendido. También pasa con los hijos e hijas de las amigas, que hay uno y aparece esa cosa de “ayyy quiero cuidarlo”, total puedo devolverlo (risas).
Y de paso libero un rato a la madre…
--Claro. Y que se abran las maneras de maternar también. Mi amiga Meli (Melisa Wortman, también coordinadora editorial del libro) vive maternando pibes de amigas y yo, que tengo menos conexión con les niños en general, le digo “wow Meli, vos tenés una paciencia”. Pero a ella le encanta y no quiere ser madre biológica. Ella se armó su manera de hacer familia y está buenísimo, es inspirador.
En el libro contás de Meli y su asistencia en el parto de su amiga, con quien además convive…
--Sí, la última vez que fui a la casa me contó todo el parto. Yo tengo una relación muy ajena con la gestación, cualquier cosa es “no me cuentes no me cuentes”. Y estábamos hablando ahí, pasándola bien, y de golpe yo buscando algo en el freezer le digo “¿qué es esto?" Y cortando cebolla, con la mayor naturalidad del mundo, me dice “ahh, es la placenta”. Se la van comiendo porque hace bien, se la tira al licuadito en el desayuno (risas). La maternidad es una cosa tan rara que cada una forma su propia historia.
Vos tenés 31, todavía podés tejer varias historias alrededor de maternar.
--Sí, pero cada día que pasa me siento más lejos. Pienso que no lo necesito pero también es verdad que hay vida alrededor y que las amigas empiezan a tener hijos y capaz mi rol en la vida es ser esta tía y el lesbiátrico se inaugura en febrero…
La Cope superó varios récords, es el quinto año que sacás la agenda y ya publicaste varios libros ¿Te siguen chabones?
--Sí, algunos. Según las estadísticas de Instagram, que son binarias, creo que es el 12 por ciento del total de mis seguidores. Pocos pero hay algo que tiene que ver con la representación: yo pensé que tenía que ver con mi contenido, y con eso que muchas veces me dicen: “vos hablás de ser mujer” y no, yo hablo de mí y bueno, resulta que soy una mujer. A los chabones nunca les dicen: “hablá de ser hombre”, ellos simplemente hablan pero sí hay algo de seguirnos entre nosotras. Sé que hay algunos que me siguen, les gusta lo que hago, muchos que dibujan y algunos que logran empatizar con el discurso. Y donde más interactúo con chabones es cuando vendo cosas, siempre vienen a la defensiva: “vengo a comprar esto para mi hermana o firmaselo a mi novia” y yo los miro como diciendo “si te gusta a vos no pasa nada, no se te va a caer el pito por tener una agenda mía”. Pero mientras compren, yo encantada.
Militaste el aborto legal desde tu lugar de “agitadora cultural”, como dice en la solapa del libro ¿Cómo te sentís con que sea ley?
--Estos días pensaba en la importancia de que hayamos encontrado maneras para hablar del tema, de aprender cosas y comunicarlas de diferentes formas. Creo que las redes sociales nos acercan también, sobre todo en este contexto de pandemia. Y encontrarnos en la calle es siempre una experiencia increíble, de sentirnos menos solxs insistiendo por un mundo más justo.
¿Sentís que el libro hubiera sido muy diferente en contexto de “vieja normalidad”?
--Sí. Al libro lo empecé a pensar el año pasado, pero lo hice casi todo en la pandemia y fue cambiando. Trabajé desde el principio con mis editoras, Meli y Ruth, con ellas en Córdoba y yo acá. En esos días que no podía salir, fui escribiendo y dibujando cosas y nos dimos cuenta que los textos estaban llenos de preguntas, y ese terminó siendo el eje del libro. Creo que estar alejada de las personas que quería me hizo pensar mucho en eso, en la amistad, la familia, el amor, los duelos, la libertad y el miedo a que se caigan las estructuras. Una vez que tuvimos una buena parte del libro, con cosas que fuimos cambiando y corrigiendo entre las tres, se lo mandamos a Lu, la diseñadora, que estaba en Alemania. Ese trabajo le subió mil puntos porque ella lo fue llevando a formato libro, resaltó partes del texto y quedó hermoso. Y después la imprenta Talleres Trama hizo algo increíble con la tapa, impresa con laca y glitter, bien acorde a este final de año, que ya podríamos llamar post post apocalíptico.