Toda idea de normalidad se sostiene en una lógica segregacionista. La sexualidad humana no escapa a esta lógica de la segregación, a esta manera de clasificar y ordenar, y busca su propia norma. Esta norma surge de la traslación al campo de lo humano de las leyes naturales del apareamiento y la reproducción que rigen para la sexualidad animal. Sin embargo, esta traslación automática se ve cuestionada por el hecho de que los seres humanos hablamos. La subversión de lo natural realizada por el lenguaje introduce un corte radical con la naturaleza, pues modifica cualquier fin natural de la sexualidad, cualquier idea de una teleología. La ley sexual natural queda trasformada por las palabras, palabras que vienen de aquellos que nos transmitieron el lenguaje y que serán portadoras de anhelos, designios, destinos, pasiones e ideales que nos constituirán como sujetos del lenguaje. Como efecto de ello, el ser que habla tiene un cuerpo que goza de un modo absolutamente singular, difícilmente clasificable, que impide la construcción de un conjunto para la sexualidad humana.
La experiencia clínica del psicoanálisis confirma que la sexualidad de los seres hablantes es absolutamente singular y esa singularidad insiste, aunque los ideales culturales se afanen en clasificarla y ordenarla según patrones de normalidad cada vez menos vigentes.
Esta complejidad en las identidades sexuales, donde cada cual podría elegir bajo qué significante colocarse, la conocen los psicoanalistas por lo que escuchan en sus consultas. En este marco, las preguntas acerca de qué es una mujer o acerca de la heterosexualidad o de la homosexualidad insisten, a pesar del aparente saber esclarecido sobre qué es ser un hombre o qué es ser una mujer. Esto es consecuencia de que en nuestro aparato psíquico no hay nada que permita al sujeto ubicarse con certeza en el ser macho o en el ser hembra. El hecho de ser hombre o de ser mujer, el ser humano ha de aprenderlo por entero del significante, en tanto que son hechos de lenguaje, es decir, construidos según los avatares de una época y sin tener que ver necesariamente con la anatomía.
Sin embargo, la lucha en contra de una norma, sostenida en el terreno de las identificaciones y de los semblantes, deja oculto el problema del goce. En este terreno ya no se trata de una elección posible sino, más bien, de un ser elegido por cierta manera de gozar que es personal e inagrupable. Modo de goce que va más allá de cualquier norma y que rompe con la ilusión de una sexualidad conscientemente decidida. Aunque podamos elegir cómo nos vestimos o cómo nos llamamos, incluso a qué género deseamos pertenecer, sin embargo, no tenemos la posibilidad de elegir cómo gozamos. Es en este preciso punto de soledad subjetiva donde la anormalidad se generaliza bajo la forma negativa del no hay norma sexual. Ahí se trata de cada ser humano considerado como único.
*Miembro AMP y ELP. Fragmentos de artículo publicado en Zadig España.