Hasta siempre, hijo mío 8 puntos
Di Jiu Tianchang, China, 2019
Dirección: Wang Xiaoshuai
Guion: Ah Mei y Wang Xiaoshuai.
Duración: 185 minutos.
Intérpretes: Wang Jingchun, Yong Mei, Qi Xi, Wang Yuan, Du Jiang, Ai Liya, Li Jingjing, Wu Shuang, Zhang Xinyuan, Wu Jiachen.
Estreno: en la plataforma Mubi como So Long, My Son, con subtítulos en castellano.
En la mejor tradición del melodrama social, de profundas raíces en el cine chino, la película Hasta siempre, hijo mío, del director chino Wang Xiaoshuai (ver entrevista aparte), retrata una saga familiar en la que el dolor atraviesa el tiempo, signando las vidas de todos sus protagonistas. De estructura sumamente compleja, la historia además se desarrolla a partir de un diseño narrativo de cronología no lineal, en el que las diferentes etapas de la vida de los personajes se presentan de manera intercalada, obligando al ejercicio de ir montando un rompecabezas sobre el tiempo y el espacio a medida que la película avanza. En ese ir y venir, Wang administrará la información de modo tal que las piezas irán apareciendo de forma gradual. Como si se tratara de un trabajo de patchwork, la imagen del relato irá tomando forma a través de retazos sueltos que recién cobrarán sentido cuando la figura se encuentre completa.
El funcionamiento del dispositivo queda claro en las secuencias iniciales. En la primera, dos niños discuten. Haohao trata de obligar a Xingxing a bajar a jugar a la orilla de un embalse con otros chicos, pero al segundo el agua le da miedo y entonces se queda solo, viendo cómo su amigo corre hacia la playa. Enseguida, Xingxing vuelve al departamento típicamente obrero en el que vive con su madre Liyun y su padre Yaojun: los tres almuerzan en un ambiente cálido. En la tercera secuencia son Liyun y Yaojun quienes llegan hasta el embalse, porque su hijo ha tenido un accidente y se lo llevan corriendo al hospital, en donde recibirán la peor noticia. Sin embargo, la escena siguiente parecerá desmentir la tragedia. En ella, de nuevo a la hora del almuerzo pero esta vez en un taller portuario, ya no hay felicidad en las caras de la pareja. Ambos padres lucen visiblemente más viejos y Yaojun sube a buscar a Xingxing a su habitación, donde lo encuentra tirado en la cama y jugando con un videojuego. La extrañeza es total: el niño no solo está vivo y no ha crecido como sus padres, sino que ni siquiera parece ser el mismo.
Hasta siempre, hijo mío hace avanzar el relato generando preguntas, poniendo en escena situaciones que parecen contradecirse, y haciendo que las desgracias que debe vivir el abnegado matrimonio por momentos parezcan excesivas. Como si alguien se hubiera empeñado en castigarlos. Sin embargo, no hay ni trampa ni malicia en la forma en que Wang construye la historia de Liyun y Yaojun, y con ella a su película. Por el contrario, el desarrollo mostrará que cada hecho ocupa un rol dramático irremplazable, cuya acumulación tiene como objeto potenciar el impacto emotivo del giro final que dará trama. Si el film resulta conmovedor es porque consigue generar entre el espectador y sus protagonistas sólidos lazos de empatía, que el director chino nunca traiciona.
Uno de los aciertos de Hasta siempre, hijo mío es el de convertir a esta saga familiar en un recorrido a través de la historia china reciente, dándole forma a un melodrama de clase obrera. Desde su guion se abordan cuestiones como la famosa ley de control de la natalidad; la evolución de un modelo político que fue del comunismo tradicional a su apertura a la economía de mercado; o el efecto que este tipo de intervenciones tienen en el individuo y el tejido social. La película entrega un fresco no exento de críticas, pero que nunca olvida la naturaleza trágica que comparten el relato de ficción y la realidad china. Wang demuestra capacidad para cruzar ambas líneas de manera virtuosa, sin que ninguna debilite a la otra. Y, sobre todo, sin olvidar que el cine es drama puesto en acción. Ahí donde otras películas se conforman con retratar la capa más superficial de sus personajes, Hasta siempre, hijo mío crea criaturas emocionalmente complejas, tan capaces de fallar como de actuar con la nobleza más conmovedora, haciendo que cada lágrima que el espectador derrame por ellos merezca haber sido llorada.