Enmascarados
“Muchos tipos de máscaras para caballos han sido diseñadas a lo largo de la historia: armaduras para protegerlos en batalla, capuchas que tapan sus ojos a los fines de calmarlos cuando están en tránsito, equipos antidisturbios para equinos de las fuerzas policiales. Son, a mi humilde parecer, testimonio de cuán increíblemente importante es y ha sido este animal para la humanidad”. Así presenta Masked Horses el prestigioso fotógrafo de vida silvestre Tim Flach, con base operativa en Londres: una serie que evidentemente va sobre máscaras equinas, en tiempos en los que el objeto resuena fuerte por obvias razones (abundan mascarillas en las calles, cubriendo a terrícolas de todas las latitudes). Con ecos del retrato clásico, en el que Flach a menudo se inspira para capturar a cuanta criatura venga a la mente, la colección presenta a majestuosos equinos llevando toda suerte de coloridos cobertores: redes para proteger sus ojos de moscas molestas que pululan atraídas por la humedad; protectores que se les calzan para prevenir traumatismos después de una intervención quirúrgica bajo anestesia general, en pos de evitar que se dañen a sí mismos; máscaras con medidores ultrasónicos que registran la respiración de pura sangres durante el ejercicio, estimando exhalaciones, consumo de oxígeno; capuchas que eliminan distracciones visuales en miras de sosegar a un caballito estresado; equipos con nebulizador, que administran medicamentos que alivian obstrucciones en las vías respiratorias… Imágenes tan atractivas como perturbadoras según la crítica, que hoy celebra esta serie exhibida en la Gallery Eight del barrio Mayfair. Flach, por su parte, cuenta que la intención de su obra toda es “fomentar una conexión emocional, más profunda con el mundo natural”.
Lidl, ¿el futuro de la canción?
Difícilmente alguien asociaría “supermercado” con “música de vanguardia”, y sin embargo, existe Allt annat är olidligt, un disco conceptual que, según ciertas voces especializadas, “es el futuro de la música ambiental” amén de 21 tracks que están cautivado a un ascendente número de melómanos. “Olvidate de Massive Attack o Portishead: en Spotify vas a encontrar este álbum rompedor, de los más experimentales de la historia”, se le va la pinza a algún que otro fanático, evidentemente flechado por Todo lo demás es insoportable, tal es el nombre en castellano de esta obra de Lidl, cadena de supermercados low cost. De la gerencia de sus sucursales suecas es la mentada iniciativa: un álbum que abre con el tema “Una hora de sonido atmosférico”, que como su nombre indica, precisamente trata de una hora de sonido atmosférico en una de las tiendas. Le siguen grandes hits como “Llenar bolsas con frutas y verduras”, “Charla con un cliente sobre carne sueca”, “Ofertas de la semana”, “Conversación sobre leche orgánica”, y un largo etcétera de ruiditos y voces que son campechano registro de la más cruda cotidianidad, sin remixes ni melodías adicionadas. “¡Subí el volumen y el estado de ánimo! Llená tu hogar de esta bonita banda sonora”, arengaba la empresa a fines del 2019, cuando lanzó este LP digital que solo recientemente ha ganado tracción en la web, despertando curiosidad viral. No es para menos dada la extensa lista de insólitas “canciones”, presentadas lo más desnudas posibles, sin emperifollar: desde el ruido de una cinta transportadora o un camión de despache, hasta el lejano lloriqueo de una criatura o el rolar de un changuito de compras. Sin dejar de citar, por supuesto, envasados de diversa índole y parloteo entre clientes, que han contribuido involuntariamente a hacer ¿arte? con su normalidad llana, sin ínfulas.
Desdeñoso robotito melómano
“Hola, soy una inteligencia artificial entrenada para evaluar tus gustos musicales”, saluda flamante robotito online, pergeñado por la revista digital estadounidense The Pudding para tirar de las orejas a quien decida fiarse de su criterio presuntamente objetivo. “Me educaron a partir de un corpus de más de dos millones de indicadores de buena música, incluidas cuantiosas reseñas de Pitchfork, recomendaciones de tiendas de discos y subreddits de lo que nunca has oído hablar”, se viene arriba la engrupida IA, previo a preguntar al usuario “¿Puedo ver tu lista de Spotify ahora?”. Últimas palabras comedidas que saldrán de la boquita de Judge My Spotify, como han bautizado a la susodicha, que ni bien analiza el último año de escucha y hace algunas preguntas, procede a juzgar los hábitos del oyente. Muy negativamente, vale raudamente aclarar. Sin desdeñar en humor sardónico, todo sea dicho, acompañadas por altas dosis de bullying. “Has estado escuchando demasiado a tal artista últimamente, ¿te sentís bien?” o “Sos demasiado moderno, ¿no sabés que existe música compuesta antes de 2019?”, algunos de los comentarios más amables que devuelve la inteligencia artificial, que determina cuán “básico” se es en materia de gustos (en exactos porcentajes), qué bandas o solistas se adoran “a un grado francamente incómodo”, cuán preocupantemente enganchado se está a pistas popularizadas en Tik Tok… Ni los Beatles ni BTS: nada sienta demasiado bien al algoritmo alimentado con extrema mala leche por Mike Lacher y Matt Daniels, que han dado letra al robotito para que se despache con veredictos que van de mal en peor, tras completar el análisis “en 4.012 segundos extenuantes”, según arroja con tangible displicencia. En el transcurso, acribilla a base de “lol”, “omg”, “mmm…” en evidente tono de mofa, y ¡tiene el tupé! de pedir donaciones tras acabar el doloroso proceso. Al menos, poshumillación, cierra con frase, ejem, amigable: “Supongo que lo que importa es que la música te haga sentir bien…”
Los peligros del decir
“A esta altura del partido, todos estamos familiarizados con la gran cantidad de precauciones necesarias para frenar la propagación del coronavirus, pero ¿qué hay acerca de nuestras Ps y Qs?”, se pregunta el rotativo inglés The Guardian haciéndose eco de recientísimo clip sensación: el creado por don Peter Prowse, un traductor freelance de Reino Unido, que acostumbrado a desenredar idiomas y jugar con las palabras, propone evitar ciertas letras en pos de supervivir… Todo ok con las vocales, pero marchen presas algunas consonantes, en especial las oclusivas, ¡peligrosas como pocas!, según el video. “A partir de nueva evidencia, el gobierno está presentando reglas por etapas para que el discurso de la gente sea menos nocivo”, explica el varón inglés, detallando qué sonidos recibirán multa y prisión de aquí en adelante. Nada de decir “please take care”, ejemplifica Prowse: de ahora en más, “flease nake lare”. “Incluso los miembros del farlamento deberán acatar”, destaca el tipo que busca frenar la fandemia. En pocos días, sumó más de 100 mil reproducciones en YouTube, con internautas que, entre risotadas, advertían que tranquilamente podría tratarse de un sketch de Monty Python. Porque, obvio es decirlo, las advertencias no son reales, apenas una parodia de un hombre que, aclara por si las mosquitas, no es funcionario público. Y no, no hay planes de vetar escalonadamente letras del alfabeto que “aumentan la transmisión del Covid-19”. “Que algunas personas hayan creído que es cierto, incapaces de distinguir la humorada, demuestra que el mensaje es apenas un pelín más exagerado de lo que escuchamos cada día de nuestro gobierno”, advierte Peter. Ojo, lo absurdo no quita cierto basamento científico, según menciona un Prowse alucinado: “Curiosamente han habido investigaciones sobre las consonantes, que aseguran que las oclusivas esparcen más gotas de saliva al momento de hablar”. O ¡aún peor!, ¡cantar!, como destacó un estudio reciente a partir de imágenes de alta velocidad. La Universidad de Princeton, mientras tanto, hizo ídem sobre el parloteo, advirtiendo los “peligros” de la expulsión de saliva a partir de letras como la P o la T “que requieren que los labios se presionen firmemente entre sí al momento de vocalizarlas”. Que ciertos sonidos tienen “efecto aspersor”, remacha la doctora Robyn Schofield, de la Universidad de Melbourne, no hay quien lo discuta; y con dedito acusador señala precisamente a las denostadas oclusivas, en especial cuando se dicen en voz demasiado alta. Pero, dada al sentido común, ella prefiere sugerir que se mantenga el distanciamiento social antes de aconsejar un cambio rotundo en los hábitos discursivos. “El volumen de la voz realmente importa”, ofrece la señora, pero aclara que no hay necesidad de vigilar las Ps o las Ks en lo que respecta al coronavirus: “Modificar la manera en la que hablamos difícilmente ayude”.