El lunes 14 de diciembre Google sufrió un nuevo colapso momentáneo. Los chistes de gente aburrida, imposibilitada de trabajar, se multiplicaron en la red en forma de memes, comentarios ingeniosos y demás, que llegaban de todas partes del mundo. Si bien duró solo cuarenta y cinco minutos aproximadamente, sus efectos invitan a la reflexión.

En 2019 Google facturó 161.857 millones de dólares, 18 por ciento más que el año anterior. En el tercer trimestre de 2020 había crecido un 14 por ciento interanual. ¿Cómo lo consiguió? Sobre todo de la publicidad y de lo que se suele llamar la "economía de la atención": Google debe producirla para que anunciantes puedan ofrecer y, eventualmente, vender sus productos. Concretamente, la corporación es responsable del 88 por ciento de las búsquedas online, el 85 por ciento de los celulares globales utiliza su sistema operativo Android, el 74 por ciento de lo videos se ven en YouTube (que le pertenece). 

Por estos medios Google vendía en 2019 más del 30 por ciento de la publicidad online global, peleando con Facebook (20 por ciento) y Amazon (8 por ciento). Más del 80 por ciento de sus ingresos en el último trimestre dependió de la publicidad.

Cada aviso que muestra la empresa a través de sus diversas plataformas reporta unos pocos centavos, por lo que depende de la automatización y el volumen de atención que produce y gestiona para hacer que el negocio sea rentable. 

Para eso Google necesita mantener a los usuarios dentro de su ecosistema, más allá de que algunas herramientas no permitan mostrar publicidad. Por ejemplo, Chrome tiene un 70 por ciento de penetración y es, sobre todo, una aspiradora de datos sobre los intereses de los usuarios, lo que le permite segmentar mejor (mucho mejor) la publicidad. 

Información

Google Workspace, lo que antes era G Suite y antes aún Drive, es una enorme plataforma de trabajo colaborativo utilizada por más de 2000 millones de personas en todo el mundo, aproximadamente un cuarto de la población mundial. 

El 85 por ciento de los celulares del planeta usa Android y un tercio de la población global utiliza Gmail. También tiene el 7 por ciento del mercado global de servicios en la nube, en el que se ve superado por Amazon (32 por ciento) y Microsoft (19 por ciento).

Cuando se tienen en cuenta estas cifras, 45 minutos ya no parecen tan poco. Ni siquiera teniendo en cuenta que, según Google, sólo el 14 por ciento de los usuarios se vio afectado: cabe aclarar que nadie podría comprobarlo realmente ya que no existe entidad reguladora que pueda acceder, comprender o procesar esos volúmenes de información

Puede resultar gracioso que a causa de la caída de Google quienes tenían su casa conectada a un asistente virtual ni siquiera podían encender las luces. Pero la realidad es que no solo los Youtubers dejaron de facturar, sino que también empresas, universidades, escuelas o emprendedores repentinamente se quedaron mirando el techo o corrieron a Twitter para ironizar sobre el descanso forzado por agendas, reuniones virtuales, mails o documentos online inaccesibles. Nada podían hacer porque carecen de control sobre sus propias herramientas de trabajo.

Más preocupante aún es que en el Estado mismo se utilicen estas herramientas porque son más prácticas y "todo el mundo las conoce", aunque cada tanto se paralicen por un tercero que puede o no resolver el problema, pero sobre el que no se puede incidir. Cantidades vitales de información necesaria para la actividad cotidiana escapan al control de quienes la necesitan.

Soberanía

Cada tanto se produce alguna caída de diversas intensidades. En agosto de este mismo año algunas herramientas dejaron de funcionar por seis horas. Google no es la única corporación que sufre estos bajones, por supuesto. Las caídas de los servicios de Facebook, como la plataforma misma, Instagram, Whatsapp o Messenger (las aplicaciones cuatro más utilizadas en celulares) no producen tal descalabro porque son mayormente utilizadas para socializar.

Google, Amazon, Facebook y Apple son acusadas de prácticas monopólicas dentro de Estados Unidos. Mientras tanto en todo el mundo hay una entrega inconsciente o resignada a las herramientas que estas corporaciones producen sin demasiado cuestionamiento sobre la conveniencia de que infraestructura vital para la actividad cotidiana quede fuera de control de los individuos, las instituciones y el Estado.

¿Cuántos de estos servicios básicos, muchos de ellos fundamentales para el desarrollo autónomo de una país se podrían sostener con los recursos locales? Es cierto que estas empresas acumulan más recursos, datos, ingenieros o poder de procesamiento que la mayoría de los Estados. Pero la misma asimetría existe en materia financiera, científica, militar, sin que por eso no se siga buscando avanzar en ese sentido. El trabajo puede ser arduo y lento, pero resignar la soberanía tecnológica no parece ser la mejor opción.