Los números financieros del 2020 producen contradicciones desde todos los ángulos. El mundo atravesó una crisis dramática en términos sanitarios y económicos. Al mismo tiempo que se desplomaron los niveles de demanda agregada en las potencias como Estados Unidos sus acciones alcanzaron nuevos record en las bolsas de Nueva York.
Las compañías del Nasdaq acumularon en doce meses ganancias promedio del 44 por ciento. En este índice predominan las empresas de tecnología, como Amazon, que se beneficiaron por los cambios en el patrón de consumo de la población durante la pandemia.
Pero también las empresas del S&P 500 finalizaron 2020 con un nuevo record al acumular un alza media de 16 por ciento y las de Dow Jones del 7 por ciento. Las industrias tradicionales terminaron el año financiero mejor de lo que lo empezaron a pesar del desplome económico.
Esta lista de activos con retornos importantes va más allá de las acciones. El precio de las materias primas como la soja subió 40 por ciento y el oro 25 por ciento. Si bien estas inversiones fueron buenas apuestas el año dejó un ganador indiscutido: el bitcoin.
La criptomoneda superó un pico de 29 mil dólares en la última jornada del año. Al inicio del 2020 se compraba por 7 mil y llegó a valer menos de 5 mil en el primer semestre. Puesto de otra forma: el precio de la moneda digital se multiplicó por cuatro en los últimos doce meses.
Estas subas extraordinarias reflotaron los debates sobre las criptomonedas. Las discusiones se centran principalmente en si existe una burbuja, si el bitcoin puede reemplazar al oro como reserva de valor global y si su tecnología es ambientalmente sustentable.
Pero el debate más atractivo de los próximos años posiblemente irá en otra dirección: la disputa entre monedas digitales privadas versus monedas digitales estatales. Se trata de una discusión que no es exclusiva de economistas, ingenieros informáticos e inversores.
La teoría de la historia juega un papel importante en el rol que pueden o no pueden tomar los criptomonedas en las próximas décadas. Por el momento los analistas menos optimistas mencionan que parece improbable que un país permita la circulación masiva de monedas privadas con reglas independientes a las del gobierno.
La prueba más clara es el protagonismo que empezaron a tener los desarrollos estatales para lanzar monedas digitales propias. China está a la cabecera de estos avances y posiblemente sea la primera economía del mundo en digitalizar masivamente su circulante.
La tecnología del yuan digital no será exactamente igual a la de las criptomonedas porque no usará blockchain pero si aprovechará lo mejor de la criptografía y el uso de cuentas loose coupling para permitir pagos sin conexión a internet. La idea es replicar el uso del billete.
En uno de los últimos informes del Instituto Internacional de Finanzas se hace un repaso interesante sobre las posibles ventajas del yuan digital y se asegura que “todos los países están a la expectativa de su lanzamiento para ver cómo funciona y qué aprender”.
Desde países desarrollados como Japón hasta economías emergentes como Turquía pretenden avanzar en esta misma dirección.
Esto no implica necesariamente que las monedas digitales privadas estén destinadas al fracaso. La arquitectura financiera internacional se encuentra en un momento de transición y lección de la historia es que lo que ahora luce improbable puede rápidamente dejar de serlo.
Los analistas optimistas usan este argumento para plantear que las monedas digitales privadas –desde el proyecto descentralizado del bitcoin hasta los proyectos centralizados como Libra (Diem) de Facebook- tienen espacio para prosperar.
Detrás de esta idea existe una hipótesis sobre la tendencia con la que se mueven las sociedades. Se considera que el mundo continúa fragmentado políticamente pero los Estados tienen cada vez menor independencia. Se encuentran atados al mandato de mercados globales, grandes firmas de escala mundial e instituciones no gubernamentales.
Puesto de otra forma: los Estados pierden lugar contra una elite global que define la hoja de ruta de las sociedades, y las mantiene unidas con una cultura e intereses comunes. Con esta lectura no resulta ilógico pensar en el futuro en la necesidad de masificar una moneda digital privada.