Seis personajes observan cómo un perro corre en una autopista. El camionero que se hizo vegetariano recuerda el “corredor de la muerte” que padecen las terneras, las que más se asustan. “Los animales saben que es el fin, lo llevan escrito en los ojos tan claramente como el vómito en una funda de almohada, solo hay que observar”. La escritora belga Caroline Lamarche es una exploradora perspicaz del alma humana. El día del perro (Nórdica), publicada originalmente en francés en 1996, es una novela de una belleza perturbadora por el modo en el que indaga y conecta la suerte que corre un perro abandonado con las dificultades existenciales de criaturas que saben que viven con la muerte en los talones.

Los animales aparecen siempre en las novelas y cuentos de Lamarche (Lieja, Bélgica, 1955), graduada en Filología Románica por la Universidad de Lieja. La escritora es una gran protectora de los animales y una activista medioambiental desde hace muchos años. En su libro más reciente, Estamos en el borde (Goncourt de Novela Corta 2019), narró algunas experiencias personales, en particular su trabajo durante un año en un refugio para pájaros salvajes heridos. “Teníamos que dar de comer a los pichones, limpiar las jaulas, dar los antibióticos, ir al veterinario si había un caso grave, dar la bienvenida a las personas que nos traían un pájaro herido (normalmente por un coche, un gato, o caído del nido, pero también afectado por pesticidas). Me di cuenta de que había mucho menos aves raras que en mi infancia”, revela Lamarche, que fue elegida miembro de la Real Academia de la Lengua y Literaturas Francesas de Bélgica en 2014.

-“Cuánto me gustaría decir a todo el mundo que desentenderse de los animales es como fomentar la esclavitud, tan grave como eso, simplemente los perros y los caballos, las vacas y los pollos han reemplazado a los esclavos”, afirma el camionero de El día del perro. ¿Cuándo y cómo empezó a mirar a los animales de otra manera y a tener consciencia del maltrato?

-El camionero ha trabajado en el transporte de carne, habla a sabiendas. De cualquier manera, la difícil situación de los animales que comemos es bien conocida, la mayoría de las veces es horrible. Me parece que lo sabemos desde hace mucho tiempo. Solo escribo de lo que me emociona o lo que me está sucediendo. El día del perro nació de mi incapacidad para salvar a un perro perdido en una autopista y de mi admiración por su energía, su genio para evitar los vehículos. Este perro se me apareció como la metáfora viviente de la energía de la desesperación. Me parece que nunca he separado el mundo animal del mundo humano, he conservado esta capacidad de los niños de ver la vida como un todo. En mi juventud, cerca de París, como vivíamos en la ciudad, no teníamos perros o gatos, pero pasé todos mis veranos cerca de una granja, con ganado de corral, gatos, perros, erizos, muchas aves, actualmente en vías de desaparición… Muy joven, me levantaba a las cinco de la mañana en verano para ir a observar a los ciervos en el bosque.

-El personaje del sacerdote plantea que “el alma de los animales (…) dura lo que dura la infancia: un alma ligada únicamente al instante”. ¿De dónde viene esta idea tan bella, tan lírica, del alma ligada al instante?

-No sé de dónde vienen ciertas frases, surgen de un lugar profundo y ligero al mismo tiempo, muy dentro de mí, supongo que de mi corazón de poeta (comencé escribiendo poemas y sigo haciéndolo a veces). Lo que sé es que la alegría y la energía están relacionadas con la capacidad de vivir plenamente el momento. Me parece que los niños y los animales logran hacerlo, los adultos menos, salvo, quizás, en el amor.

-El personaje del ciclista es un desocupado, un joven que no tiene trabajo en la década del 90. Resulta impactante que la pandemia de Covid-19 haya arrasado con el trabajo precario de millones de personas en todo el planeta. ¿Cómo estás viviendo este momento del mundo?

-Me preocupa y me entristece la situación de los jóvenes, en particular jóvenes actores, músicos, bailarines, artistas en general; algunos realmente corren el riesgo de desaparecer, sus compañías están en quiebra, sin embargo ellos son los creadores para nuestro tiempo y para el futuro. En esta crisis se ha olvidado la cultura, pero es la cultura la que fomenta el pensamiento crítico, la lucidez, la educación para la ciudadanía, al mismo tiempo que nos da placer, sueños y esperanza. En cuanto a mí, tuve la suerte de ser parte de un colectivo de poetas que escribieron textos para familias en duelo por coronavirus, pero también de haber sido contactada por hospitales para recopilar testimonios del personal. De modo que, sin dejar de estar confinada, realmente me sentí en el corazón de las cosas.

-En el final de El día del perro aparece la voz de la hija que marca una gran diferencia con la generación de su madre. Para la hija “queda todo por hacer, incluso cuando la esperanza desaparece en el horizonte…”. Pienso en la lucha de las personas que se manifiestan en el mundo por el clima, con Greta Thunberg como una de las más visibles; para ellos está todo por hacer, ¿no?

-Creo que todas la generaciones debemos luchar para un futuro acogedor para la vida animal, vegetal, y el necesario equilibrio entre humanos de todos los orígenes y clases sociales. En Bruselas hemos manifestado en masa por el clima, desde abuelos hasta nietos, con una mayoría de estudiantes de secundaria. El movimiento tras Greta Thunberg, dirigido principalmente por chicas jóvenes, ha sido particularmente activo allí, y eso me ha dado mucho coraje. Los jóvenes tienen la lucidez y el radicalismo que el mundo necesita para sobrevivir y curarse de nuestros excesos.

-Si la lengua francesa es su lengua madre y su lengua literaria, ¿qué función o rol cumple la lengua española?

-Los tres primeros años de mi vida los viví en Torrelavega (Cantabria) porque mi padre era ingeniero de minas en la Real Compañía Asturiana de Minas. Entonces aprendí a hablar en un ambiente bilingüe. Después, cada verano volvíamos con la familia a los Picos de Europa para pasar las vacaciones. Hace algunos años he pasado cinco meses en el Estado de Oaxaca, México, y de esta experiencia resultó un libro basado en una leyenda de los Indios Triqui, La chienne de Naha (La perra de Naha). El español sigue siendo un idioma que nunca he olvidado, una especie de segunda madre para mí.