Ingresar a Esos Fantasmas es hacerlo a un paisaje. ¿Ruidos? Esto es rápidamente cuestionable, cuando de lo que se trata es de una atmósfera, de un universo sensible. Esos Fantasmas es el nuevo trabajo de Alexis Perepelycia, ganador de un subsidio del Instituto Nacional de la Música y distribuido a través del sello portugués Creative Sources Recordings. Es también la segunda parte de su Trilogía para un Nuevo Tiempo.
“Si pensamos en la estética ruidista, casi que la definición de ruido se disolvería, porque se intentaría definir algo con el mismo término. El ruido dejaría de ser tal, ya no interpretado como generalmente se lo piensa en el sentido comunicacional, como una disrupción. Acá el contenido está en el ruido. El elemento disruptivo pasa a ser el contenedor de la información, el ruido está construyendo un discurso musical sonoro en este contexto. Creo que ahí el sonido sería el universo donde el ruido se encuentra inscripto, tanto como todo aquello que no hace ruido, en el sentido convencional del término, y todo lo que estaríamos percibiendo sería sonido, como fenómeno físico, como perturbación en el medio elástico que es el aire”, explica el músico a Rosario/12.
Su nuevo álbum surge de un proceso de experimentación que le ha llevado a revisitar sonidos de la niñez y adolescencia. En un viaje de deconstrucción que tocó el adn inscripto en una información musical que abrevó del punk, el garage, el metal: “Creo que al ir creciendo o envejeciendo, uno empieza a negar menos los orígenes. En el trayecto de formación y de búsqueda uno va girando la mirada en busca de nuevos horizontes, quizás intentando relegar cosas que te marcaban o motivaban, las que te hacían caminar. Y de repente te encontrás buscando los orígenes, los puntos de partida. Y en ese baúl de recuerdos encontrás un montón de cuestiones que tal vez quedaron en pausa por distintos motivos. De pibe arranqué tocando rock, en bandas de garage, en un barrio industrial, hacia fines del siglo XX. Con todos mis amigos y colegas más o menos estábamos en la misma. De repente, cuando empecé a estudiar académicamente, a dedicarme profundamente a la disciplina de la música en la Universidad, entre carrera y posgrado, todo eso quedó como en un cono de sombra lejano. Pero cuando te metés en un proyecto que te toca de manera sensible, empiezan a aparecer ecos, que me llevaron a buscar esos materiales. Tengo una carga emotiva muy fuerte con la sonoridad de garage, punk, metalera, industrial, porque nuestros viejos eran ingenieros que laburaban en fábricas. Hay una connotación emotiva muy fuerte, una unidad de lugar puntual. Es un momento de mi vida y de una estética a la que recuerdo con mucha alegría. Inevitablemente se me presentaron esos fantasmas, con los cuales pude establecer un diálogo y encontrar que todo eso que venía laburando académicamente, buscando sonoridades saturadas en relación al ruido en el sentido musical del término, el de un sonido no tónico, hizo que de repente surgiera un saldo definitivo lleno de potencial y lo comencé a indagar. A la vez fui padre, una cosa emotiva muy fuerte, y tuve el momento de soledad de estar con mis hijes y de poder recuperar esas sensaciones”.
El recorrido musical de Alexis Perepelycia se inscribe de manera emotiva y precisa. En un camino que ofrece marcas claras, de filiaciones con las cuales dialogar. En este devenir, lo que se perfila es también la sonoridad de un conglomerado que crece, se abulta y muta tecnológicamente. “Hubo un legado fundamental por parte de Luigi Russolo, quien con Marinetti en el Manifiesto futurista hablaban de las nuevas sonoridades que percibían en las ciudades industrializadas. Se daban cuenta que la cosa había cambiado, imbuidos en un ambiente con otro tipo de sonoridades. Con el tiempo, Russolo fue construyendo una serie de dispositivos que llamó los Intonarumori, entonadores de ruidos, y compuso obras para orquestas con esos dispositivos. Sin duda que las tecnologías permitieron nuevos abordajes, pero pensás también en un violín y es una tecnología que para ser construida tuvieron que pasar siglos. Tengo amigos luthiers que todo el tiempo me comentan sobre cómo fueron cambiando los materiales y las técnicas. Pero yendo a lo digital y lo que a mí me toca de cerca, la llamada luthería digital, que es la composición de un instrumento desde un software, sobre fines del ‘40 y principios del ‘50, el compositor alemán Karlheinz Stockhausen graba sonidos de sintetizadores analógicos sobre cinta que después recortaba con unas trinchetas o guillotinas para darles formas envolventes, dinámicas. Él había estudiado con Olivier Messiaen, quien también tenía la técnica de trabajar con cinta, algo que había desarrollado Pierre Schaeffer en Radio Francia. Así, Stockhausen comienza a componer con sintetizadores. El tipo encuentra en esas máquinas un potencial musical, y a partir de ahí tiene un ‘control’ de la producción de frecuencias mucho más preciso. De ahí mi historia y mi estudio, que me lleva a fines del ‘60 a Francia, a lo que se llamó el movimiento espectralista de Tristan Murail y Gérard Grisey, que usaron computadoras para analizar el espectro físico, acústico, de un sonido puntual, de una nota puntual de un instrumento. Luego escribían en partitura para que un ensamble de instrumentos recompusiese un espectro de un solo sonido, de una sola nota de un solo instrumento. Todo ese timbre, analizado en el espectrógrafo, en la computadora, lo pudieron entender gráficamente, visualmente, y después bajarlo al papel. Sin la tecnología hubiese sido casi imposible. Creo que György Ligeti venía haciendo algo parecido, pero lo hacía de oreja”.
Del recorrido expuesto, el músico aclara que es “un bagaje, una información, pero la estética a la que trato de remitir es otra, es una búsqueda arqueológica tal vez inconsciente, en donde lo expresivo pasa por buscar aquello que me interpelaba. En una oportunidad, siendo adolescente, me dejaron pasar a la fábrica de mi viejo. Fue un universo a descubrir. Después entendí lo ruidoso y la insalubre por la que pasaba, el vapor, el hollín, la temperatura insoportable. La fábrica para mí es un eco, un reflejo de la ciudad. La industrialización es algo que ves en la calle, en el día a día. Allí también hay algo del orden sociológico en cuanto a la organización del discurso, del lenguaje, que tiende más al caos. Y remite a otra escuela ruidista que son los japoneses, una gran escuela que para mí surge después de Hiroshima, como una reacción contestataria muy frontal y de mucha presión sonora”.
Los fantasmas que persigue Alexis Perepelycia bien podrían ser percibidos como ambientes, atmósferas cercanas y lejanas. También cotidianas: “Nos conglomeramos, somos una especie gregaria, nos agrupamos pero al punto tal de saturarnos en ciudades colapsadas. Me parece que eso también se refleja en las propuestas artísticas”.