La literatura gozó de un extraño protagonismo en el fatal 2020. Los antiguos egipcios tenían un mismo dios para la escritura y la muerte: Thot. Una poesía cada vez más joven y más dependiente de los recitales en vivo y el cuerpo en pie, de mundillos nocturnos pertenecientes por selección natural a quienes aún no se han reproducido, retrocedió a las recámaras interiores donde habían quedado relegadas las generaciones anteriores.

 Y fueron ellas las que se lucieron. Gente sedentaria, autodisciplinada en el hábito diario de la página en blanco a llenar, se halló de un día para otro con su hobby convertido en profesión. Justo entonces aparecieron les lectores, masas desesperadas aburriéndose en el claustro doméstico de les privilegiades que pudieran aún sostener una vivienda donde cumplir el encierro. Las "liberaciones" autorizadas de obras en PDF sirvieron como primer recurso; enseguida vinieron los libros electrónicos, como los de Homo Sapiens. Pero las pantallas agotaron rápidamente el ocio de la cuarentena interminable, y los ojos ardidos se pusieron a añorar la letra en papel. Mientras ella era producida en el cuarto propio recobrado, las editoriales locales se las ingeniaron para distribuir libros a través de los nuevos trabajadores moto-precarizados del capitalismo delivery. La Secretaría de Cultura aportó el recurso tecnológico de una plataforma para 10 sellos locales y el apoyo económico necesario para que el costo del envío no saliera del lector. 

Ojalá esos mismos recursos públicos hubieran sido puestos además al servicio de los espacios culturales nucleados en el Colectivo Rosarino de Espacios Culturales (CREC), que se cansó de pedir ayuda al Estado municipal mientras padecía cierres que causaron pérdidas de fuentes de trabajo y de espacios de encuentro para toda la comunidad, en especial las de los barrios menos privilegiados. El D7 o Distrito 7 dio la respuesta social y cultural más efectiva en ese sentido, visibilizando muchos espacios culturales, bandas locales, artistas y poetas de la ciudad en un excelente festival solidario que fue lo más vibrante del año. Estuvo muy bien organizado, levantó ánimos en lo peor del encierro y además sostuvo un compromiso ético con todes les creadores, que cobraron su trabajo.

Hay una postal urbana que sólo podemos encontrar en películas post-apocalípticas como 28 Days Later (2002) y en la obra de reporteros gráficos que trabajaron en 2020.  Son esas calles completamente vacías que ya hemos olvidado: una ciudad de librerías cerradas, sin ferias, catastrófica situación para un mercado editor local que dependía de ellas en tanto las vidrieras no apostaran a las pequeñas tiradas de autores regionales.

En ese bravo mundo incierto se escribió, se publicó y se leyó. Pero no solamente eso. Los dispositivos de encuentro, formación, promoción y distribución se adaptaron muy rápidamente a las novedosas circunstancias. Lo online se convirtió en algo parecido a aquel universo de realidad virtual llamado Second Life, sólo que los avatares éramos nosotres mismes, con la clásica escenografía de biblioteca propia detrás. La cultura devenida en videojuego remoto real desarrolló enseguida su propia etiqueta: ¿Zoom, Meet o Jitsi? ¿Con cuánta antelación enviar el link, y a quiénes? ¿Qué retransmitir por canal abierto? ¿Cuándo mutearse o desmutearse? Instagram y YouTube relegaron a Facebook a página de obituarios, y la palabra "vivo" empezó a denominar la coexistencia en el tiempo y no en el espacio. Se hizo imprescindible tener una buena computadora, buen micrófono, auriculares y una excelente conexión. Aprendimos a vestirnos para "salir" sin salir de casa; a tener a mano el vinito rico para brindar a distancia. A incluir hijes y mascotas porque no quedaba bien el pobre perro ladrando afuera; a entender un gato vivo y coleando como parte incalculable de la imagen pública. Y mucho más. 

La rapidez de reflejos tecnológicos del Centro Cultural Parque de España/AECID permitió reformular los talleres de la agenda 2020 a través de la nueva plataforma educativa de la institución, que desplegó con destreza una serie de recursos digitales y videográficos de difusión y apoyo. El taller de poesía Chiquero, que tuvo como docentes a les poetes Gabby De Cicco, Caro Musa y Cristian Molina, con coordinación de Virginia Russo, fue un éxito, lo mismo que otros proyectos educativos similares. El CCPE sumó organización a los organismos provinciales y municipales para un 28º Festival de Poesía que ganó en potencia pese a la distancia, con una propuesta abierta a una diversidad étnica, social, sexual, etaria y neurológica que no siempre, lamentablemente, la poesía rosarina dejó ingresar más que en cuentagotas. Al ser remoto, dando a cada oyente la posibilidad de conectarse o desconectarse a piacere (sin temer ofender con una retirada o tardanza), llegó a un público que tradicionalmente no se acercaba a sus actividades, cada una de las cuales quedó registrada y aún puede verse en diferido. Sus lecturas, conversatorios, conferencias, homenajes, videopoemas, performances y registros del archivo propio están en https://www.youtube.com/FestivalInternacionaldePoesíadeRosario

para todo el mundo. En tiempo récord, un equipo curatorial liderado por Rocío Muñoz Vergara, Tomás Boasso y les ya mencionades Musa y Molina se pusieron al hombro la tarea de coordinación, bajo el inspirador lema de la poesía como una urgencia vital. 

El Melopeas Fest de música y poesía, que tradicionalmente se venía haciendo en el Centro Cultural Atlas, también existió sólo online, lo mismo que otros festivales independientes. Los conversatorios internacionales se alentaron como forma de presentar libros por parte de editoriales locales como Baltasara. El parate de las imprentas fue un duro golpe para UNR Editora, que justo acababa de renovar sus colecciones con bellos diseños y nuevas obras, entre ellas un ineludible libro de ensayos: Estéticas políticas, de Marilé Di Filippo.

En este marco de limitaciones, cabe destacar una tendencia al cuidado del libro como objeto, con un grato protagonismo de la ilustración en obras para todas las edades, no sólo las infancias. Las ilustradoras Lorena Méndez, Romina Carrara y María Victoria Rodríguez se lucieron en libros de los sellos Aguará, ListoCalisto y Libros Silvestres. La editorial santafesina Palabrava apostó a la belleza en su colección Anamnesis. El sello rosarino Ivan Rosado recobró un espacio para encuentros presenciales en un momento inoportuno, pero sostuvo su catálogo de alta calidad con títulos como Los desterrados, un valioso rescate de reseñas y perfiles de artistas rosarines publicados en los años '30. 

El Museo de la Ciudad y la Editorial Municipal de Rosario confluyeron en la edición de un esperado libro del archivo Mikielievich y pudieron presentarlo antes del aislamiento. El Museo Histórico Provincial Dr. Julio Marc impulsó actividades a distancia que fueron seguidas por su fiel y numeroso público, además de editar un catálogo gráfico digital.

De lectura muy recomendable en crónica periodística son el libro Que el narco no te tape el bosque y la revista Barullo

De la literatura que llegó a publicarse este año en Rosario, mucha de la reseñada en estas páginas cabe en dos nuevas categorías: "realista o no ficción de la pandemia" y "asombrosamente premonitoria". El primer subgénero se agotó rápidamente, pese al interés inicial suscitado. De paso, es posible que tal hartazgo le ponga la lápida a la confusión entre crónica y autobiografía que venía circulando como "escrituras del yo". En el rubro "de la pandemia", a una serie de tres o cuatro publicaciones digitales de la revista REA, inspiradas en el controvertido PDF platense Sopa de Wuhan, le siguió la Bitácora Museo del Museo Municipal de Bellas Artes y REA. 

En poesía, además de la lírica terrestre de Estampitas, de Analía Giordanino (Baltasara Editora), de la rutilante Fiesta de Anabel Martin, o de la belleza cyborg (tanto en los poemas como en el diseño, y en la traducción por Marina Maggi) de El otro límite, de Maria Borio (Pecore Nere), se destacó por su humor patibulario y su vuelo imaginativo un libro del artista y poeta Rubén Echagüe: Poemas de la peste (Ediciones en Danza). Echagüe pertenece a la franja etaria que fue designada como "grupo de riesgo" y cuenta con una vasta riqueza de recursos simbólicos, que puso al servicio de crear un mundo distópico paralelo capaz de funcionar como hipérbole de la no-vida que se le impuso.  

En narrativa de ficción, lo mejor de la literatura rosarina 2020 también estuvo inspirado en la pandemia; pero lo hizo indirectamente, agenciándose el clima general de situación límite para reunir 10 cuentos sobre una amplia gama de desafíos existenciales extremos contemporáneos o del pasado nacional. El escritor y psicoanalista Ricardo Guiamet (Rosario, 1959) creó así Tan lejos. Diez naufragios, publicado por Casagrande. Dicho sello editó este año una obra notable de su coetáneo Eugenio Previgliano (Rosario, 1958): es la novela experimental Pueblo Arroyo Bustos, que une humor costumbrista y prosa barroca en un cóctel literalmente explosivo. 

CR Ediciones centró sus cuidados en una revelación literaria de Billy Boldt (Rosario, 1956): El crematorio de Almada, novela corta de humor negro sobre cómo será ser cenizas. Lo fantástico y el terror dieron en Nuestro miedo a las tormentas, de Marcelo Britos (publicado por Alción), unos relatos que otorgarán un lustre ominoso al barrio Echesortu. Luisina Bourband en La vida breve de Sabanita (Homo Sapiens), Lázaro Diacovich en Alita. La reina de Zona Sur (Del Revés Ediciones), Alejandro Hugolini en La montaña y la noche (Casagrande) y Yamil Dora en Por la vereda con sombra (Palabrava) componen vívidos retablos semi-autobiográficos que articulan afectos íntimos con una mirada precisa sobre ciertos tiempos y lugares.

No fue un año muy armonioso para libros con swing y sin embargo ahí están, en 2020 nacieron: Gente con swing II, de Horacio Vargas (Homo Sapiens); Los raros, vol. II, del poeta y músico Marcelo Ajubita (Libros Silvestres); Cuentos Rayados, de Laura Vilche (Libros Silvestres); La soberana idiotez, de Carolina Musa (poesía, por la flamante editorial Brumana); ¿Sueñan los pulpos con cazuelas de náufragos?, del poeta y músico Fernando Marquínez (La Masmédula); Te quiero abrazar mucho, poemas de Lila Siegrist (Mansalva), y todo lo publicado hasta ahora por Ramos generales, proyecto editorial del galardonado dramaturgo Walter Operto. 

En el rubro "visión apocalíptica y asombrosas coincidencias", la sección Contratapa de Rosario/12 publicó Aislamiento, de Ciro Korol, autor de Monte (Libros Silvestres), e Ivan Rosado reeditó la nouvelle Poemas terrestres, de Adrián y Sebastián Villar Rojas, sobre una primera edición de 2011 que sus propios autores publicaron como fanzine en la Bienal de Venecia y que fue censurada entonces. 

Por último, hubo dolorosas despedidas. La poesía, la música, la docencia y la vida perdieron a esos dos seres maravillosos que fueron Fernando Callero (entrerriano, radicado en Santo Tomé) y Rosario Bléfari (marplatense, cuyo paso por la ciudad tocaya era siempre inolvidable). Y no menos llorado fue el poeta y ex militante Omar Aguiar.