Consciente, algo resignado, el Tomás Bradley de Hasta Trilce -el “bolichero”- ve la vuelta a la normalidad como un bien lejano. “Para nosotros aún no cambió nada, apenas una sensación de abandono porque parte de la sociedad y de las autoridades porteñas parecen dar por transitada la etapa, cuando la verdad es que estamos igual que en el peor momento de la pandemia. Todo es incertidumbre, excepto la vocación y voluntad de seguir”, asegura. Y luego sí da paso al otro, al músico. Al armador de esa impresionante orquesta de música popular, latinoamericana y universal llamada La Lija. Tres hechos la atravesaron en los meses postreros de 2020. Un ciclo de textos, ilustraciones y músicas llamado Lijeratura Correspondida. Y dos discos alucinantes. Uno titulado Últimas cáscaras primeros fincipios, poblado por piezas dispersas, inéditas y raras del grupo. Otro, East Coast Too Close (o el mate cocido), atravesado por un compendio de músicas celtas, excelentemente interpretadas por la agrupación. “No es poco publicar dos discos inéditos en épocas de pandemia”, resalta el director de la orquesta, y luego va al punto que los unifica en la diversidad “Ambos discos tienen una pretensión algo confesional”.
-¿Cómo explicarías tal pretensión en Ultimas cáscaras…, por caso?
-Desde el nombre, este disco busca advertir que La Lija se estaba sacando las últimas pilchas, eso lo que nos quedaba en el cajón de otros tiempos, antes de emprender la búsqueda en la que estamos hoy. Como si fuera necesario desprenderse o dejar asentadas cosas... ascendencias, recorridos. Siempre nos pareció importante expresar que detrás de los discos concebíamos una suerte de camino o relato, y hemos llegado a un momento de nuestro relato donde deseamos una síntesis mayor. Dimos en pensar que previo a eso había que dejar todo nuestro pasado sentado. Es como un largo disco de despedida.
-Una despedida que, al menos en el comienzo de la obra, suena tan maravillosa como sombría. ¿Acordás?
-Es que siempre son tristes las despedidas, plagadas de incertidumbres. Puntualmente, Últimas cáscaras… es la despedida de un modo de sonar, a la vez que un compromiso con un largo ir, dispuesto a todo lo que ir significa: llegar, partir, y llegar y partir y, a la larga, nunca llegar, porque llegar y quedarse es cosa de mercaderes. El neologismo finicipios, que además es el nombre de uno de los temas nuestros, alude precisamente a esto.
Las texturas sonoras en este trabajo de más de dos horas están dadas por una diversidad de base. A un cover de la Pequeña Orquesta Reincidentes (“Tres deseos” / “Más allá del mar”), le sobrevienen una visita proverbial y barroca a “La Carta”, de Violeta Parra; una maravillosa ejecución del “Canto de ordeñe”, de Antonio Estévez; y una recuperación bella y dramática de la anónima “Muerte del Inca”. Un eclecticismo que, claro, no existe en East Coast, permeado en su totalidad por una indudable impronta céltica. “Siempre estuvo la música celta en nuestra oreja privada”, señala Bradley. “Pero había dos cosas que no queríamos hacer el día que la interpretáramos públicamente o la grabáramos: no fallarle a su esencia pero sin ir al pie de una adopción llena de reverencia. Si lo hacíamos, queríamos que fuera en nuestra ley: desde el uso de ciertos instrumentos que no le son propios a lo celta hasta la consciente ignorancia de ciertas normas de ese folklore. Nos propusimos llevar más lejos las intensidades, celebrar sus melodías desde el énfasis, y no desde la exposición o el adorno. Además, nos guió siempre la consideración de que el americano puede reclamar cualquier cosa como propia o, mejor, hacerla propia”.
-Están claras las diferencias entre ambas obras. ¿Hay continuidades, más de la pretensión confesional que señalabas antes?
-Si. La más admisible es que en ambas pusimos en primer lugar obra ajena para destacar nuestros abordajes sobre ella. También aparece el trabajo en conjunto con otras bandas y artistas, algo que hacíamos previo a la fundación del grupo, en una suerte de homenaje, vindicación y blanqueo de nuestra particular trayectoria por la música, mientras íbamos definiendo lo que luego sería nuestro sonido.
-En el caso de East Coast…, claramente doblaron la apuesta en este sentido.
-Es que para un grupo que siempre trabajó lo americano y alrededor de ello construyó una visión, parece una pirueta inopinada. Pero debemos decir, y que la agarre el que pueda, que no nos supuso ninguna contradicción. Tal vez porque primó el dato inefable de “lo popular” como factor de sentido. Pero es cierto, como deja entrever la pregunta, que nunca habíamos hecho un trabajo tan concentrado sobre un solo imaginario como lo hicimos con East Coast. Siempre estuvimos más cómodos en el guiso que en la pureza molecular… Contrabandear y las delicadas faltas de respeto a los géneros debe ser nuestro único galón.
Un tercer hacer de La Lija versión 2020 fue el ciclo Lijeratura Correspondida, una especie de puesta triangulada entre textos, ilustraciones y músicas de la orquesta. “Se trata básicamente de textos, cuentos, discursos y poemas leídos por referencias o por nosotrxs mismos, acompañados por una ilustración particular, y correspondida con una canción del grupo. Fue lo último que nos salió alumbrar en el marco de la situación pandémica, porque no nos veíamos realizando toques por streaming ni demases, entonces comenzamos a reunir textos que estaban detrás de canciones que hemos grabado a lo largo de años, y lo presentamos como un ciclo de correspondencias”, informa el incansable batallador, sobre un material hallable en Spotify y YouTube. “Esto revela un algo que siempre fue parte no visible del grupo, y al que este año de desesperaciones e introspecciones dio lugar”.