Comenzó el 2021 pero, pese a la esperanza de la vacuna, el nuevo año sigue siendo una continuidad del 2020: la pandemia no terminó, las economías crujen y la situación sociolaboral continúa siendo crítica. El principal legado de esta crisis inédita es que varios de los postulados del pensamiento económico convencional, presentado a la sociedad como verdades absolutas, se han desmoronado. Sus promotores, en cambio, mantienen el mismo poder o acumulando uno mayor.
El postulado más evidente y que más desespera a la secta de economistas ortodoxos y voceros mediáticos es el papel indispensable del Estado, de la intervención pública y de la planificación central para ordenar el funcionamiento de la sociedad. La crisis del coronavirus lo dejó expuesto en forma contundente.
Esas tareas pueden hacerse mejor, más o menos o peor, sin embargo lo que no se puede ignorar es que resultan imprescindibles para evitar desastres económicos, sociales y sanitarios.
La campaña antisocial de la derecha contra las medidas de prevención y ahora contra las vacunas, coordinada por un dispositivo mediático dominante y sus satélites repetidores, no es solamente por una cuestión político-electoral. La circulación de noticias falsas, análisis confusos, la distorsión del concepto de libertad y comentarios poniendo en duda la efectividad de las vacunas tienen el objetivo prioritario de limitar el rol del Estado en la economía y en la sociedad general.
Estos meses ha demostrado que el Estado puede hacer mucho más de lo que voceros del poder aseguraban, que lo puede hacer bien y hasta muy bien y que lo que puede hacer podría implicar disminuir obscenos privilegios de unos pocos. Lo puede hacer cobrando más y mejores impuestos, emitiendo moneda o deuda para fortalecer un sistema de salud desquiciado por el mercantilismo de las últimas décadas, e interviniendo en la organización social para amortiguar costos ineludibles de la crisis.
La guerra declarada por la fuerza política-mediática de la derecha no tiene como objetivo principal provocar más contagios y muertes atentando contra la salud pública; estos son los daños colaterales de la batalla principal: condicionar la posibilidad de transformaciones de estructuras regresivas a través de la acción del Estado.
Desigualdad
El coronavirus dejó al descubierto las diferencias en el acceso a la prevención y cuidados sanitarios como a la capacidad de protección económica y laboral de la población. Esta desigualdad se reflejó en la disposición de recursos entre países y al interior de cada uno.
La forma que adquirirá la salida de la crisis también será otra muestra de esa desigualdad. Ha transcurrido casi un año de pandemia y ha dejado como saldo provisorio las siguientes definiciones en el frente económico:
1. No hay coordinación ni cooperación a nivel global para atender la crisis económica más profunda de, por lo menos, los últimos 100 años.
2. El proteccionismo de los países más desarrollados está incrementando las tensiones comerciales.
3. Las economías registran derrumbes históricos mientras las bolsas anotan máximos en cotizaciones de acciones. Se destacan en ese rally alcista las empresas tecnológicas, que son las ganadoras de la pandemia.
4. La desigualdad económica y social entre países y al interior de cada uno ha quedado más expuesta, reflejando las profundas inequidades que se han acumulado durante décadas de globalización neoliberal.
5. El Estado pasó a ocupar una rol central en las sociedades diseñando una red de emergencia sanitaria y económica para proteger empresas y trabajadores, y así evitar un caos aún mayor.
Cuando este desastre termine, el discurso económico conservador afirmará que fue una crisis exógena, que su profundidad y velocidad de destrucción no tuvo nada que ver con el actual modo de producción y estructura social desigual La culpa será sólo de un virus.
No es así. El shock devastador de la covid-19 fue mayor por la organización económica-social regresiva existente. En la pospandemia, si no hay transformaciones se replicará y hasta con mayor intensidad las desigualdades.
Recursos
Los economistas del FMI Vitor Gaspar, Paulo Medas, John Ralyea y Elif Ture escribieron que los países han tomado medidas enérgicas para amortiguar el golpe del coronavirus, hasta septiembre del año pasado, por un total de 12 billones de dólares a nivel mundial.
Señalan que "esos fondos han salvado vidas y medios de subsistencia. Pero son costosos y, junto con las fuertes caídas de los ingresos fiscales debido a la recesión, han llevado la deuda pública mundial a un máximo histórico cercano al 100 por ciento del PIB".
Si bien la respuesta fiscal mundial a la crisis no ha tenido precedentes, las reacciones de los países han sido determinadas por su acceso al endeudamiento y su capacidad de emisión monetaria.
El documento del FMI Política fiscal para una crisis sin precedentes detalla que en las economías avanzadas y algunas economías de mercados emergentes, las compras de deuda pública por parte de las bancas centrales han ayudado a mantener las tasas de interés en mínimos históricos y respaldado el endeudamiento público.
En esas economías, la respuesta fiscal a la crisis ha sido masiva. Sin embargo, en muchas economías de mercados emergentes y de bajos ingresos muy endeudadas, los gobiernos han tenido un espacio limitado para aumentar el endeudamiento y la emisión de moneda, lo que ha obstaculizado su capacidad para ampliar el apoyo a los más afectados por la crisis.
En el caso argentino, por el pesado legado del macrismo esos instrumentos de intervención estuvieron restringidos, lo que implicó un sobreesfuerzo del gobierno de Alberto Fernández para enfrentar la crisis.
El FMI calculó que el estímulo fiscal y monetario combinado en las economías desarrolladoras fue equivalente al 20 por ciento del Producto Interno Bruto. En cambio, los países de ingresos medios ese saldo fue del 6 al 7 por ciento del PIB, mientras que los países pobres apenas pudieron hacer políticas expansivas equivalente al 2 por ciento del PIB.
Esto ha dejado a estas últimas economías en una situación mucho más vulnerable a esta crisis, lo que incrementó los niveles de pobreza con la consiguiente fragilidad social.
Tendencias
El informe Más allá de la pandemia: reinventar los ecosistemas de emprendimiento del futuro, publicado por Programa sobre emprendimiento e innovación en América Latina (PRODEM) junto a la Universidad Nacional de General Sarmiento, avanza en reflexionar sobre cómo será el mundo pospandémico. Define la existencia de siete tendencias probables:
1. La recuperación económica llevará tiempo.
2. Aumentará la pobreza y la desigualdad social.
3. El papel de los Estados en la economía será más importante que en las últimas décadas.
4. La liquidez financiera será elevada y las tasas de interés bajas.
5. Los patrones de consumo y los hábitos de consumo cambiarán.
6. El cambio tecnológico será más rápido.
7. Se reconfigurarán las cadenas de valor mundiales.
Uno de los signos de estos tiempos está asociado con el aumento de la desigualdad, el desempleo, la pobreza y la polarización de las sociedades. "Estos resultados negativos serán más fuerte en aquellos países donde las estructuras prepandémicas ya eran débiles", indica.
Es un escenario que exigirá una intervención más importante de los Estados, ya sea en forma directa en la promoción de la reestructuración y revitalización de la economía y en la ampliación de la asistencia a los más afectados por la crisis. Esa necesaria intervención quiere ser condicionada con la campaña antisocial de la derecha política y mediática.
Desde el inicio de la pandemia, los gobiernos lanzaron importantes planes de apoyo para las personas y empresas afectadas. Sin embargo, la continuidad de estos esfuerzos en el mediano plazo y su impacto vendrá determinado, en gran medida, por la capacidad de cada país para implementar políticas fiscales expansivas en un contexto de mayor deuda pública.
La tendencia general hacia una mayor intervención pública estará limitada a las capacidades de cada país. Aquí aparece, como quedó expuesto durante la pandemia, una relación desigual entre países desarrollados y en desarrollo.
Secretos
El exministro de Finanzas de Grecia Yanis Varoufakis escribió en Proyect Syndicate Los siete secretos de 2020 revelando las verdades sumergidas por el inmenso dispositivo de confusión de la derecha.
Varoufakis dice que se pensaba, con razón, que la globalización había derrotado a los gobiernos nacionales y, por lo tanto, éstos ya no tenían el control. Pero la pandemia alteró todo. De la noche a la mañana, los Estados pasaron a ocupar el centro de la escena para enfrentar la crisis. A partir de ese nuevo cuadro de situación, Varoufakis ofrece las siguientes definiciones:
1. El primer secreto quedó expuesto: los gobiernos retienen un poder inexorable. Lo que se descubrió el año que acaba de culminar es que los gobiernos habían optado por no ejercer sus enormes poderes para que aquellos a quienes la globalización había enriquecido pudieran ejercer los suyos.
2. La segunda verdad es una que muchos señalaban pero eran demasiados tímidos para gritarla: "el árbol del dinero es real". Los gobiernos que proclamaron la imposibilidad cada vez que se les pedía que construyeran un hospital o una escuela, de repente descubrieron que podrían emitir dinero para pagar los sueldos, nacionalizar ferrocarriles, hacerse cargo de aerolíneas, apoyar a fabricantes de automóviles e incluso apuntalar gimnasios y peluquerías. "Aquellos que normalmente protestan porque el dinero no crece en los árboles, que los gobiernos deben dejar que las fichas caigan donde puedan, se callaron", señaló Varoufakis.
3. El economista griego pone a su país como un caso perfecto de estudio de la tercera verdad revelada en este año: "la solvencia es una decisión política, al menos en el Occidente rico". Hoy, en medio de una pandemia que ha empeorado la situación económica, Grecia dejó de ser un problema de solvencia pese a que su deuda pública es 33.000 millones de euros más alta y los ingresos 13.000 millones de euros más bajos que en 2015.
4. El cuarto secreto es que la riqueza privada concentrada tiene muy poco que ver con el espíritu empresarial del capitalismo. Sus dueños se enriquecieron más mientras dormían. Esto fue así porque las bancas centrales inundaron el sistema financiero con una emisión extraordinaria de dinero que provocó que los precios de los activos y, por lo tanto, la riqueza de los multimillonarios subieran muy fuerte.
5. Con el desarrollo, las pruebas, la aprobación y el lanzamiento de las vacunas covid-19 en tiempo record gracias al financiamiento del sector público, se reveló un quinto secreto: la ciencia depende de la ayuda estatal.
6. Varoufakis sentencia: "Si bien 2020 fue un año excepcional para los capitalistas, el capitalismo tradicional ya no existe". Explica que no es difícil observar que los capitalistas pueden expandirse mucho mejor con menos competencia. Este es el sexto secreto de 2020: liberadas de la competencia, compañías de plataformas colosales como Amazon obtuvieron impresionantes resultados "con la desaparición del capitalismo y su reemplazo por algo parecido al tecno-feudalismo".
7. El séptimo secreto que este año reveló representa un rayo de esperanza. Varoufakis afirma que "si bien nunca es fácil lograr un cambio radical, ahora está muy claro que todo podría ser diferente; ya no hay ninguna razón por la que debamos aceptar las cosas como son".
Otra lógica
El economista Daniel Susskind, autor de Un mundo sin trabajo, reflexionó que, a medida que ha pasado el tiempo en esta pandemia, también ha quedado claro que mucho de lo más angustioso de esta crisis no es nuevo.
"Los aumentos de las infecciones y muertes por la covid-19 parecen reflejar las desigualdades económicas existentes", señaló. Para agregar que los desajustes notables entre el valor social de lo que hacen los “trabajadores esenciales” y los bajos salarios que reciben se derivan del conocido fracaso del mercado para valorar adecuadamente lo que realmente importa.
En ese sentido, fue notable como las principales bolsas occidentales alcanzaron records mientras las variables macroeconómicas registraban desplomes históricos.
En general, los mercados financieros desde hace mucho tiempo han recompensado los resultados que aumentan la miseria. Malas noticias para trabajadores de una empresa, como despidos planificados, suelen ser una buena noticia para sus accionistas.
Pero cuando esas malas noticias afectaban a la mayoría de los trabajadores simultáneamente, los mercados bursátiles siempre caían, debido a la expectativa razonable de que, cuando la población ajustara el ingreso, las ganancias y dividendos también disminuirían.
"Esa lógica del capitalismo no era agradable pero era comprensible", apunta Varoufakis, para sentenciar: "Ya no más. No existe una lógica capitalista" a lo que está sucediendo hoy en la economía global.
Triple crisis
La economista italiana Mariana Mazzucato profundiza ese análisis en La triple crisis del capitalismo, artículo publicado en la revista Nueva Sociedad, al precisar que existe:
1. Una crisis de salud inducida por una pandemia.
2. Una crisis económica global.
3. Una crisis climática que no puede ser abordada con la lógica de seguir haciendo "negocios como siempre" con el riesgo de profundizarla.
Mazzucato indica que esa tarea significa necesariamente la irrupción de Estados emprendedores que inviertan más en innovación en áreas como la inteligencia artificial, la salud pública, las energías renovables.
Esta crisis es un recordatorio de que se necesita Estados que sepan cómo negociar con las corporaciones, para que los beneficios de los paquetes fiscales y financieros de auxilio, que es dinero de toda la población, regresen en bienestar general.
La pandemia ha expuesto grandes falencias en las economías capitalistas occidentales. Ahora que los Estados pasaron a ocupar un rol central, Mazzucato sugiere que "es la oportunidad de arreglar el sistema", porque "si no lo hacemos, no tendremos ninguna chance frente a la tercera gran crisis (la climática) y todas las otras que traerán aparejadas en las próximas décadas".
Las fake news, el atentado a la salud pública con las campañas de flexibilización y contra las vacunas, la bandera de la libertad para debilitar las políticas públicas, la persecución judicial y mediática a líderes populares y la impunidad de la derecha son armas de la guerra contra el Estado, como posible instrumento de transformación de un sistema que el coronavirus dejó sus miserias al desnudo.