Después del anuncio de que el agua comenzaba a cotizar en el mercado de futuros de materias primas en Wall Street, desde el espacio científico se produjeron reflexiones y reacciones. “La conformación de bonos respecto de los derechos de uso del agua en Wall Street no habilita a que la gente pueda ir y comprar bidones de agua. La realidad es mucho peor porque lo que se comercializará es la posibilidad de acceder al recurso y disponer del derecho de uso”, afirmó Sergio Federovisky, biólogo y viceministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación. “En el presente, la escasez de agua empieza a ser notoria y comienza a percibirse como un elemento de conflicto entre las distintas sociedades. Por eso es que el mercado interviene de la forma en que suele hacerlo: le otorga un precio”.
“Que el agua se cotice en el mercado de futuros crea un antecedente muy importante, que en parte choca con la adhesión de la mayoría de los países a los objetivos de Desarrollo Sostenible que plantearon las Naciones Unidas”, apuntó José Volante, coordinador del Programa Nacional de Recursos Naturales y Gestión Ambiental del INTA. Uno de los propósitos más relevantes fijados por la ONU al respecto es considerarla un bien universal y democratizar sus condiciones de acceso. Sobre todo, si se tiene en cuenta que su restricción representa “un claro indicador de pobreza”, desde el enfoque del especialista.
En esta línea, Volante profundizó su explicación: “Era lógico que el agua, en algún momento, comenzara a disputarse porque es un bien escaso y de alta demanda. Las transacciones con agua no son nuevas; en Chile se compran y se venden derechos de uso. Es muy probable que esa situación se replique en muchas naciones y que el fenómeno se vuelva más común de lo que creemos. Existen modalidades de compra y venta, el asunto ahora es que ingresa en el mercado financiero futuro, se paga por un bien que todavía no está disponible, especulando sobre el precio que tendrá a mediano o largo plazo”, destacó.
¿Derecho universal o mercancía?
Para Guillermo Folguera, investigador del Conicet, biólogo y filósofo, el fenómeno implica líneas de continuidad y, al mismo tiempo, de intensificación de los problemas. “Lo que está en juego es el agua como derecho y como bien común, necesario para el bienestar colectivo y la salud de las comunidades y los ecosistemas”, sostuvo. “La privatización de un recurso como el agua no es nueva. Se podría pensar en que la contaminación, por ejemplo, no es accidental sino un problema estructural vinculado a una mala apropiación; de la misma manera que sucede con el embotellamiento por parte de las empresas que la comercializan como producto”.
A su vez, por otra parte, este acontecimiento simboliza un punto de inflexión y –como dice Folguera– de intensificación de los problemas. “Que el agua esté en la bolsa de valores representa el máximo esplendor del sector financiero a nivel internacional. Es una pésima noticia porque promueve el hecho de pensar al agua como mercancía y como forma de poner dinero para generar dinero y no como bien colectivo de acceso para las comunidades. Deja de ser percibido como algo necesario y vital”, relata.
El agua de mar representa el 97% de la existente en la Tierra, mientras que la dulce abarca un poco menos del 3%. De ese porcentaje pequeño (apto para el consumo), las tres cuartas partes está en forma de glaciares y hielo, casi el cuarto restante en acuíferos bajo tierra y solo el 0.3% en aguas superficiales (aquellas que se generan a partir de las lluvias, o bien, por la emergencia de las subterráneas) que forman lagos, pantanos y ríos. La desigualdad en el acceso a los recursos escasos marca la pauta del mundo capitalista contemporáneo. ¿Quiénes son los principales países consumidores? China y Estados Unidos, por supuesto. El uso indiscriminado es liderado por naciones-potencia que replican su sed imperialista en todos los campos habidos y por haber. Si se trata de un recurso estratégico, no es extraño que se convierta en el epicentro de futuros conflictos geopolíticos.
De acuerdo a los datos consignados por Naciones Unidas, cerca de un cuarto de la población mundial (2 mil millones de ciudadanos) habita naciones con graves problemas de acceso al agua potable y más de la mitad (4.2 mil millones) carece de servicios de saneamiento gestionados de forma segura. Otras cifras que despiertan alarmas: el 90% de los desastres naturales están relacionados con el agua; el 80% de las aguas residuales retornan al ecosistema sin ser tratadas o reutilizadas; alrededor de dos tercios de los ríos transfronterizos del mundo no tienen un marco de gestión cooperativa; la agricultura representa el 70% de la extracción mundial de agua; y, aproximadamente, el 75% de todas las extracciones de agua industrial se utilizan para la producción de energía.
La explotación excesiva de este recurso por el sector primario, la industria y el consumo humano, así como el cambio climático, han llevado a que sea cada vez más escaso. Por ello, en el plano internacional, todos los 22 de marzo (desde 1993), se celebra el Día Mundial del Agua para invitar a la concientización y debatir acerca de su gestión; mientras que en julio de 2010, la Asamblea General de la ONU la reconoció como un derecho humano. El problema es que cuando los bienes son tan esenciales, no hay conmemoración ni declaración que alcance.
“El mercado ha demostrado, históricamente, ser bastante perverso a la hora de distribuir el uso de los bienes comunes. Nada garantiza, en realidad, que será lo suficientemente democrático como para distribuir de manera equitativa su consumo. Como señalaba el Papa Francisco, en cuestiones de ambiente, nunca el bien común puede quedar supeditado al interés de mercado”, sostiene Federovisky. Además, propone superar una mirada ingenua que en algunos casos prevalece. “Es ingenuo considerar que poniéndole una cotización de mercado al derecho de uso, las zonas áridas como La Rioja o Catamarca tendrán posibilidades de comprar esos bonos para poder tener agua en un futuro. Lo que seguramente prevalecerá, del mismo modo en que lo hace hoy un commodity como el petróleo, es la especulación que termina por dominar al mercado; que no le interesa proveer de agua potable al que no la tiene sino ganar plata”, sentencia el viceministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible.
Reservas de agua en Sudamérica y Argentina
Sudamérica dispone casi el 30% del total mundial de recursos de agua dulce y corre con el enorme beneficio de que en la región solo habita menos de un 10% de la población total. Para comprenderlo con una comparación que puede servir de ejemplo: si bien Asia cuenta con el 26% de los recursos mundiales, es habitada por el 60%. El acuífero Guaraní es el gran responsable de este fenómeno: un reservorio de agua dulce que se extiende bajo tierra y abarca Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil. “Nuestro país posee una de las cuencas hídricas subterráneas más grandes del planeta. El acuífero Guaraní que comparte con países vecinos es impresionante. Pienso que se deberían crear unidades administrativas con el propósito de evitar futuras usurpaciones. En el futuro, las tensiones y los conflictos armados entre naciones podría tener como eje al agua, de la misma forma que desde hace tiempo el centro de disputa es el petróleo”, enfatiza Volante.
Bajo esta premisa, por la abundancia de recursos hídricos y de humedales desperdigados por el territorio, Argentina suele considerarse una referencia en el rubro. En el país existen reservas hídricas relevantes en el Parque Nacional Patagonia (Santa Cruz), Parque Nacional Nahuel Huapi (Neuquén y Río Negro), Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral (Chubut) y el Parque Nacional Mburucuyá (Corrientes), entre otras. Federovisky, no obstante, relativiza esta situación: “Argentina posee dos tercios de su superficie sometida a procesos de aridez, mientras que el tercio restante está fuertemente sometido a potencial desertificación. En realidad, la Argentina húmeda, a la que le sobra el agua, es solo la de las cuencas del Río Paraná, Uruguay y de La Plata”, puntualiza.
Un desarrollo científico para medir su contaminación
En noviembre, la joven científica Daiana Capdevila, del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Buenos Aires (IIBBA, CONICET-Fundación Instituto Leloir), fue reconocida con el Premio Beca L’Oreal-Unesco “Por las mujeres en la ciencia”. ¿Por qué recibió este galardón? Porque desarrolló un sensor de detección de metales pesados para la Cuenca Matanza-Riachuelo, que si bien abastece de agua al 15% del país, es de las más contaminadas del planeta. A partir de un sistema de proteínas aisladas de bacterias, cuenta con la posibilidad de evaluar en tan solo 30 minutos si el agua está contaminada o puede ser apta para el consumo. Como dato de color, vale destacar que el artefacto fue bautizado “Rosalind” como homenaje a Franklin, científica que nació hace un siglo y cuyo trabajo fue decisivo en el descubrimiento del ADN.