De grabar y tocar para infinidad de artistas, hasta workshops y cursos de guitarra por todo el país. De armar dúos, tríos, quintetos o big bands, hasta “hacerle la segunda” a tipos como Pedro Aznar, Hugo Fattoruso, Ramón Ayala, Egberto Gismonti, Mercedes Sosa, Calle 13, Lito Vitale o León Gieco. De girar por el mundo, a traducir la versatilidad de sus guitarras al jazz, el folklore, el tango, o el rock. De producir discos de otros, hasta cosechar casi veinte propios en más de treinta años de vida discográfica… de todo hizo Ernesto Snajer en su vida musical. De todo, menos grabar un disco de guitarra clásica y española, solo, en su casa-estudio, y en medio de una pandemia. 

“Es la primera vez que lo hago así, todo solo”, refuerza él que, claro, no tuvo más remedio que nombrar al disco Guitarra sola. Se trata de un racimo de perlas sonoras, muy bello, cuya edición corrió por cuenta del Club del Disco, y cuya entraña estética es que salió así, sin red. “En general trabajo mucho con el audio en mis discos. Estoy siempre muy atento a los equipos, los efectos y la tecnología, pero esta vez me surgieron ganas de hacer un registro sin sobregrabaciones, con un instrumento solista como todo material, y sonido acústico cien por cien”, arrima sobre el trabajo.

Las trece piezas de Guitarra sola fueron registradas entre fines octubre y comienzos de noviembre en Camaradaland, el estudio ubicado en un PH de Villa Crespo, donde el músico pasa la mayor parte de sus horas. “Acá también ensayo, doy clases, filmo… es un lugar muy cálido. Le puse así porque me dicen camarada desde chico, y siento que este es mi planeta”, cuenta el guitarrista, que aprovechó la impronta climática del lugar para componer estas texturas sonoras para guitarra de seis cuerdas, entre las que se destacan “Canción del rojo” –concebida en 1989, en homenaje al guitarrista Ralph Towner-, “Adoquín de chocolate blanco”, “Toque Argentino”, y varias de las que fueron concebidas por Snajer para incluir en Simple, el espectáculo que compartió con el escritor Pablo Ramos, en 2010. Entre ellas, “Canción de cuna para no dormirse”, “Las mariposas” y “El estaño de los peces”. 

“Con Pablo habíamos armado ese espectáculo en el que él, además de actuar, cantar y tocar la trompeta, leía sus textos, mientras yo musicalizaba. Algunas músicas eran improvisadas, y otras totalmente escritas, que son las que incluí en este disco”, enfatiza Snajer. “Yo le mandaba una música, y él escribía el texto a partir del título. Fue una época muy creativa, aquella”

-A propósito, ¿No te dieron ganas de ponerle una letra, de cantar alguna pieza, o que la cante otro, más allá del laburo que hiciste con Ramos?

-No en particular para estas músicas, porque fueron concebidas instrumentales, aunque podría ser en otra ocasión. Por ejemplo, Liliana Herrero me pidió mil veces que quiere cantar "Los amigos". Lo que pasa es que me gusta hacer canciones cuando son concebidas desde el principio. Incluso, con Pablo tenemos hechas quince que algún día grabaremos. Volviendo al disco, lo nutrí de piezas para guitarra que compongo desde muy jovencito, porque aproveché que en cuarentena tuve más tiempo para estudiar esas músicas. Son obras que en general no me salen bien, dado que necesitan mucho tiempo de ensayo, y además no estoy acostumbrado a tocar solo… soy más de dúos o banda.

-¿Cómo fue la puesta en práctica, sin más sugerencias que la de tu voz y tu sentimiento? ¿Favoreció el ambiente de soledad?

-Fue un ambiente totalmente favorable, sí… supertranquilo, relajado, sin apuros… Me encerré en mi estudio una semana, puse los micrófonos y grababa de la mañana a la noche. Cuando volvía al día siguiente, si algo que escuchaba no me convencía, lo grababa nuevamente.

-El leitmotiv del disco es la guitarra española. ¿Quiénes son tus referentes en ese plano? ¿Cómo te enamoraste de ese sonido tan fino, profundo?

-El primer sonido nylon que me llamó la atención cuando pibe fue el solo de George Harrison en "Till there was you". Para esa época también me deslumbraban los sonidos de Eduardo Falú y Yupanqui, y eso que yo solo escuchaba rock (risas). Pero creo que me terminé enamorando del instrumento cuando escuché a Paco de Lucía. También me encantan Towner, John McLaughlin, Luis Salinas, Matías Arriazu, Aníbal Arias, Marcelo Dellamea, en fin, la lista es muy larga, interminable.

-La primera canción del disco, “Sideral”, le marca el paso a lo que viene: soledad, pesadumbre y belleza. ¿Acordás?

-Acuerdo, pero lo de "pesadumbre" lo cambiaría por "melancolía".

-“Adoquín de chocolate blanco” se pone más español aún. ¿Por qué ese nombre?

-Es una de las primeras obras. Cuando era pibe, una que vez iba en el 24 a los saltos por una calle de adoquines, pasamos por una fábrica de chocolate y el colectivo se llenó de ese perfume. Y ese tipo de sensaciones, de sentimientos, me cuadra bien porque me importa mucho más que me llegue la música que los asuntos estilísticos o técnicos.