Lo novedoso del caso en que quedó envuelta la secretaria de Asistencia a la Víctima de La Plata, Carolina Píparo, es justamente su historia trágica sentada en el despacho público. Porque, vayamos por el lado de no discutir lo que en muchos sentidos aparece como una duda más que razonable: el robo. Supongamos que sí ocurrió. Y que ante esa situación, tal como asegura Píparo en su misma declaración pública, lo que pasó fue "vivir de nuevo una pesadilla".
Se entiende, paradójicamente, que la historia trágica, esa pesadilla terrible que la sentó en el cargo de Asistencia a la Víctima es la misma pesadilla que la inhibe de reaccionar como se exige a cualquier funcionario que esté sentado en ese lugar.
A qué la inhibió su propia pesadilla:
1) No le permitió comprender que perseguir a dos motociclistas para ayudar a la policía a detener a los presuntos asaltantes no se corresponde con su función.
2) Atropellaron a dos motociclistas y no pudo articular nada que convenciera a su marido a detener el auto y no abandonarlos.
3) Reconoció que los atropellados fueron sus víctimas, pero no pudo actuar según el cargo que ocupa. Es decir, en lugar de asistencia a la víctima, termina pidiendo asistencia legal para defenderse de sus no asistidos.
4) El reclamo punitivista que la encaramó en los primeros planos durante los titulares de la inseguridad en la década pasada, quedó inhibido ahora, por obvias razones. Es decir, no siempre resulta aplicable la fórmula de la mano dura. Sólo cuando la conveniencia lo indica.
5) Y, fundamentalmente, la pesadilla le impide reconocerse a sí misma en el cargo que ocupa. En su comunicado sostiene que "no voy a caer en el facilismo de culpar a la policía: hubo un Estado en su totalidad que no estuvo." Lo curioso y paradójico es que Píparo no se incluye como parte del Estado.